Esa tarde me quedo en casa. Sobrevivo al sopor de los primeros instantes posteriores a la comida -frugal- y del bochorno general reinante. Languidezco sobre el sofá mientras que, con unos párpados pesados que proponen un cierre inminente, husmeo en la tediosa parrilla televisiva; fatigosa etapa de transición de un Tour sin muchos españoles competitivos, culebrones de sobremesa, un gran y viejo leon de abundante melena bostezando en la sabana del Serengueti, videos pretendidamente graciosos sobre caídas y mamporrazos, películas que fueron taquillonas hace más de treinta años o la repetición de partidos de liga de cuando el Barça deslumbraba al mundo con su exquisito y vistoso juego. Acabo desprendiéndome del arnés que me sujeta a la vida real y me dejo llevar, plácidamente, por una espesa marea que me sumerje en una ciénaga de pensamientos absurdos sin oponer resistencia alguna por tratar de evitarlo.
A los pocos intantes recupero mi presencia de ánimo. El toldo de la terraza, a esta primera hora de la tarde, amenaza con acabar arrancando su anclaje de la barandilla y salir volando. Buena hora para tomar el libro y justificarme a mí mismo una tarde de verano sin playa, sin tenis, sin .... otro día será.
Mi hija pequeña está a mi vera, silenciosa, callada, atada a la maquineta, con los pies en lo más alto, tirada sobre el otro sofá. El soniquete de fondo de su videojuego me obliga a bucear en spotify. Cecilia Bartoli me parece una buena opción. Le doy volumen y primeras protestas. Mi hija se aburre. Estos niños, que tienen de todo, ¡se aburren! Da igual que te pongas en medio del salón a hacer piruetas en el aire (no es el caso). No importa.
- Me aburro...es un aburrimiento, -repite una y otra vez.
- Me aburro...es un aburrimiento, -repite una y otra vez.
Vamos a la piscina y me aburro, vamos a la playa y, si no están mis amigos, me aburro. Le pido que se imagine por un instante a los niños su edad de Burgos o de Palencia, sin este mar, sin esta orilla, sin un verano similar y que compare; a ver si también se aburre. Parece entrar en razones . Solo lo parece, vuelve a echar un pie por encima de la nariz y una pierna sobre la otra a teclear en la nintendo...
A una excelente hora decido subsanar su tedio. Saludable para ambas partes. Vamos a Santa Ponsa, con sus primas. Buen baño en la orilla de las rocas, buenas vistas, magnífica compañía y por encima de todo ello, exclusividad. Al cabo de un rato los niños desaparecen; se transforman en un eco lejano de risas y chapuzones, de felicidad de pandilla inocente en el recreo veraniego. Todos ganamos.
Va cayendo la tarde y esperamos a ese mágico instante en el que, como un telón, el sol comienza a ocultarse y rinde sus últimos rayos. Ya no son abrasadores y tiñen el mar de un amable tono dorado. Al trasluz, la silueta de unas docenas de barcos. La música, el tintineo de obenques y drizas contra los mástiles.
Último salto. Lo más lejos que alcancéis y lo más alto! 1,2...3!
Va cayendo la tarde y esperamos a ese mágico instante en el que, como un telón, el sol comienza a ocultarse y rinde sus últimos rayos. Ya no son abrasadores y tiñen el mar de un amable tono dorado. Al trasluz, la silueta de unas docenas de barcos. La música, el tintineo de obenques y drizas contra los mástiles.
Último salto. Lo más lejos que alcancéis y lo más alto! 1,2...3!
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