El 25 de noviembre del pasado año inauguraba este blog y publicaba mi primera entrada. Me sorprendió desde el primer momento el grado de aceptación y de atención obtenida entre los destinatarios del correo electrónico en el que, cada lunes, he ido enlazando el acceso a este pequeño rincón. Durante este año he clickeado la pestañita de "publicar" de la página de plantilla, en cincuenta y siete ocasiones y el pasado martes, poco después del mediodía, alcanzaba la visita seis mil. Es decir, hasta seis mil veces, unos cuantos familiares, amigos y conocidos han pinchado el link y accedido a cuanto en el blog he dejado escrito.
En primer lugar, apabullado por el dato, sólo puedo darte las gracias. Gracias a tí por tu paciencia, por tu benevolencia, por tu comprensión, por tu amabilidad, por tu constancia, por tu indulgencia y por tu generosidad. No voy a desgranar cada uno de los motivos en los que baso mi gratitud, porque se resumen en sólo uno; el afecto. En mayor o menor medida, el que sientes hacia mi persona y a cuanto he dejado escrito, proporcional, debo pensar, a tu grado de proximidad, en función del parentesco consanguíneo o político, la amistad, el compañerismo o el mero conocimiento.
El que me conoce bien, sabe que, en general, no suelo abandonarme a la práctica de la autocomplacencia y se la desaconsejo, ahora que están en una buena edad para formarse en lo positivo, a mis hijas cuando, satisfechas por el resultado de su esfuerzo, creen tener legítimo derecho al almibarado y excesivo, en ocasiones, halago de padres, abuelos y tíos. Tengo, creo, por contra, un elevado grado de autoexigencia y un notable espíritu crítico hacia mí mismo en terrenos sobre los que desarrollo mi expansión personal, profesional y de ocio. No suelo quedarme nada conforme, por ejemplo, cuando el punto, el brillo, el aroma o el sabor de una paella a una sencilla tortilla de patatas, no alcanza el punto que considero adecuado al menos exigente de mis comensales. Ni cuando después de exprimirme como un loco sobre la pista de tenis, dándolo todo, considero que debería jugar mucho mejor de lo que lo hago, aunque el resultado sea victorioso y mucho menos cuando, finalizada mi jornada laboral, me queda la duda de si el trabajo ejecutado ha estado a la altura de las circunstancias y al mínimo nivel de exigencia en cuanto a su eficacia, eficiencia y efectividad.
Repasando alguno de los posts ya publicados sigo comprobando erratas, errores, faltas y, en ocasiones, suficiente motivo de desinterés para el lector, como para abandonar su lectura. Pero están escritas en un momento en el cual quería expresar esa opinión, esa emoción o ese sentimiento. Mis dedos vuelan sobre el teclado de la vieja olivetti y picotean, letra a letra, palabras y símbolos, saltos de línea y acentos de forma que suele colarse algún gazapo o faltón. Releo el borrador mil veces y mil veces corrijo antes de publicarlo y no ha habido ocasión en el que al verlo ya volcado en el negro del blog, no me haya abducido un intenso rubor al constatar algún garrafal error. Escribo con el diccionario de la RAE abierto en la barra de tareas del monitor y no dudo en consultarlo cuando la ocasión lo recomienda. Aún así, se me filtra entre las yemas de los dedos la cagadita de mosca y acudo rápido al editor de la entrada para corregir y actualizar.
Ya ves, me lleva mi tiempo escribir y publicar en el blog y he llegado a cumplir el año y a recibir seis mil visitas. Siento ese apabullante dato como un reto que me lanza conjuntamente ese bloque de destinatarios, aunque cuando escribo, lo hago pensando exclusivamente en tí, en agradarte, en expresarte íntimamente lo que luego tu lees y aunque te cueste creerme, te veo ahí, leyendo, veo tu cara y te doy las gracias por estar al otro lado del blog.
Gracias, de verdad, desde el corazón.
En primer lugar, apabullado por el dato, sólo puedo darte las gracias. Gracias a tí por tu paciencia, por tu benevolencia, por tu comprensión, por tu amabilidad, por tu constancia, por tu indulgencia y por tu generosidad. No voy a desgranar cada uno de los motivos en los que baso mi gratitud, porque se resumen en sólo uno; el afecto. En mayor o menor medida, el que sientes hacia mi persona y a cuanto he dejado escrito, proporcional, debo pensar, a tu grado de proximidad, en función del parentesco consanguíneo o político, la amistad, el compañerismo o el mero conocimiento.
El que me conoce bien, sabe que, en general, no suelo abandonarme a la práctica de la autocomplacencia y se la desaconsejo, ahora que están en una buena edad para formarse en lo positivo, a mis hijas cuando, satisfechas por el resultado de su esfuerzo, creen tener legítimo derecho al almibarado y excesivo, en ocasiones, halago de padres, abuelos y tíos. Tengo, creo, por contra, un elevado grado de autoexigencia y un notable espíritu crítico hacia mí mismo en terrenos sobre los que desarrollo mi expansión personal, profesional y de ocio. No suelo quedarme nada conforme, por ejemplo, cuando el punto, el brillo, el aroma o el sabor de una paella a una sencilla tortilla de patatas, no alcanza el punto que considero adecuado al menos exigente de mis comensales. Ni cuando después de exprimirme como un loco sobre la pista de tenis, dándolo todo, considero que debería jugar mucho mejor de lo que lo hago, aunque el resultado sea victorioso y mucho menos cuando, finalizada mi jornada laboral, me queda la duda de si el trabajo ejecutado ha estado a la altura de las circunstancias y al mínimo nivel de exigencia en cuanto a su eficacia, eficiencia y efectividad.
Repasando alguno de los posts ya publicados sigo comprobando erratas, errores, faltas y, en ocasiones, suficiente motivo de desinterés para el lector, como para abandonar su lectura. Pero están escritas en un momento en el cual quería expresar esa opinión, esa emoción o ese sentimiento. Mis dedos vuelan sobre el teclado de la vieja olivetti y picotean, letra a letra, palabras y símbolos, saltos de línea y acentos de forma que suele colarse algún gazapo o faltón. Releo el borrador mil veces y mil veces corrijo antes de publicarlo y no ha habido ocasión en el que al verlo ya volcado en el negro del blog, no me haya abducido un intenso rubor al constatar algún garrafal error. Escribo con el diccionario de la RAE abierto en la barra de tareas del monitor y no dudo en consultarlo cuando la ocasión lo recomienda. Aún así, se me filtra entre las yemas de los dedos la cagadita de mosca y acudo rápido al editor de la entrada para corregir y actualizar.
Ya ves, me lleva mi tiempo escribir y publicar en el blog y he llegado a cumplir el año y a recibir seis mil visitas. Siento ese apabullante dato como un reto que me lanza conjuntamente ese bloque de destinatarios, aunque cuando escribo, lo hago pensando exclusivamente en tí, en agradarte, en expresarte íntimamente lo que luego tu lees y aunque te cueste creerme, te veo ahí, leyendo, veo tu cara y te doy las gracias por estar al otro lado del blog.
Gracias, de verdad, desde el corazón.
Gracias a ti, por la dedicación y el esfuerzo por el buen gusto, Y eso que comentas que al ver las entradas publicadas y ver errores es el padre nuestro de cada entrada:))
ResponderEliminarSaludos :)
escribano13
Gracias, escribano13. No te veo la cara ni puedo escuchar tu voz, pero a través de las rendijas que permiten pasar la luz para que pueda leerte, te mando un cordial saludo. Y aquí lo dejo, porque si sigo repasando, seguiré corrigiendo.
EliminarUn abrazo.