lunes, 10 de noviembre de 2014

Ya no estábamos tan solos

Especialmente durante los dos últimos meses, al final de nuestra misión, la FSB se había transformado en una estación de enlace, en un intercambiador donde iban y volvían vuelos con cientos de pasajeros y desde donde se embarcaron cerca de cuatro mil toneladas de material para su repatriado a territorio nacional. La actividad en los puntos neurálgicos del "Camp Arena" era frenética. Los hombres del CATO, el personal de control aéreo y el equipazo de Aereotransporte parecían multiplicarse cada día y resultaba imposible cruzarse con ellos por la Base en las horas de asueto. Estaban agotados por las duras jornadas de sol a sol e incluso desde antes de que amaneciera.  En las horas punta del día, cerca del mediodía, con temperaturas todavía muy elevadas, salir más allá de los confines de la zona de vida y tomar la carretera que llevaba al aeropuerto suponía estar dispuesto a tragar mucho polvo, debido al constante tráfico de todo tipo de vehiculos pesados que se desplazaban hasta las diversas plataformas de pre-embarque, llevando todo ese material.

Al alba, el rugido de los Antonov que casi de forma milagrosa tomaban y despegaban en la precaria pista de la Base, rasgaba el silencio de la noche y ponía punto final a mis escasas horas de sueño, provocando que de un salto pusiera los pies en la tierra y comenzara una nueva jornada, a new day in paradise...como solía repetir el gran jefe, como una frase esculpida y repetida hasta la saciedad en cada uno de los anteriores relevos.

A medida que se iban consumiendo las semanas que faltaban para finalizar nuestra misión crecía tambien el nerviosismo y algo la ansiedad por el inminente regreso a casa. Quedaba, no obstante, mucho por hacer todavía. En los corredores de la Base, a según que horas, el tránsito de personal uniformado, de nuestro contingente y el de la de Qala-e-Naw, del Ejército de Tierra, próxima a su cierre definitivo, era incesante; desde una panorámica aérea, probablemente pareceríamos afanosas hormigas en un caótico y disparatado desfile. Los más ociosos, aquellos que ya habían rendido su misión y estaban a punto de subir la escalerilla que llevaba hasta el interior del avión de Air Europa, andaban jubilosos y mataban el tiempo haciendo deporte o sentados en la terraza de la cantina. Otros, los que estabamos todavía pendientes de recibir a los compañeros que nos iban a relevar, cada cual en su puesto respectivamente, evitábamos movernos entre tanto walking dead, que es como se reconocía en la Base al personal que paseaba erráticamente a determinadas horas del día, más adecuadas para estar trabajando en lo propio del cometido para el cual estaba comisionado cada uno de nosotros.

Tan sólo poco antes de la una del mediodía me sumaba a este trajín, corriendo, siempre corriendo,  devorando los escasos seisceintos metros que separaban mi zona de trabajo del corimec de descanso. La finalidad no era otra que sacar mi entidad corporal del sedentarismo de la jornada laboral y montar la red acoplada al cable de acero trenzado que montábamos en la pista polideportiva para jugar a tenis, para cruzarnos la pelota amarilla de un lado a otro de esa pista, Rafa, Juan y yo, disfrutando de manera insólita de este maravilloso deporte en esas tan especiales circunstancias, ahí quisiera haber visto a Nadal o Djokovic.

Llegó el día en el que aterrizaron nuestros relevos a los que, como ya le dije personalmente a Antonio, esperábamos con los brazos abiertos, y no se trataba de una frase retórica. Les esperábamos de verdad, por muchos motivos, porque significaba estar a punto de volver a casa, porque además, en mi caso, mi relevo es un excelente compañero y amigo, con el que habria preferido compartir toda la misión, más allá de darnos el relevo, de haber trabajado con él. Que llegara ese día significaba volver a ver la Base absolutamente poblada, al límite de sus propias costuras, con dificultades en los horarios de comedor, de gimnasio, del café o de la cerveza de después de comer o después de cenar, respectivamente. Pero también significaba desatar muchas emociones entre los compañeros del contingente, desatar una euforia contenida, porque probablemente se acercaba el momento en el que muchos de nosotros nos despidiéramos de forma definitiva, siendo ya muy difícil que la amistad y la relación resultante de esta maravillosa experiencia no se fuera diluyendo con el paso de las semanas, de los meses siguientes, como así está ocurriendo, a pesar de la constancia de un chateo de whatsapp, de algún que otro blog y de unos pocos correos electrónicos. 

Hasta prácticamente el último día no hicimos el "traspaso de poderes", por lo que pude disfrutar casi hasta el final de la suficiente carga de trabajo como para evitar que el exceso de ocio hiciera crecer inútilmente mi ansiedad. 

A menudo me preguntan si volvería a pedir la misión y mi respuesta no es muy clara. Por muchas circunstancias que se dieron, no me importaría pero por muchas otras, creo que no. Al margen de las familiares que pesan y mucho, porque sería imposible que coincidiera con un grupo, con un caudal humano similar al que me tocó entonces. Mas claro, agua.

Eran los pirmeros días de noviembre, ya no estábamos tan solos, ya estabamos más cerca de casa...ya ha pasado un año desde que regresamos.

4 comentarios:

  1. Da gusto leerte.
    Tengo un sentimiento muy parecido al tuyo.
    Sin duda lo mejor fue el factor humano. Probablemente es lo que pensarán los del contingente actual, pero en nuestro caso así fue.
    Un fuerte abrazo.
    Angel. (Aerotransporte)

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  2. Gracias, Angel. Un placer para mi, tu amistad y saber que estas ahí.
    Un abrazo.
    Asís.

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  3. Efectivamente, Asís, resultaría muy difícil con otros, a buen seguro tan buenos en lo suyo o mejores, pero que no serían los nuestros. Y, sobretodo, empezar otra vez de cero...sin ellos.

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  4. Buenos o incluso mejores, tal vez alguno, pero en conjunto, imposible de superar. Seguro.
    Un abrazo.

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