Casi sin darnos cuenta, como cada año, llegó la Navidad. Oficialmente, a partir de esa mañana en que, desde primera hora, se puede escuchar en no pocos locales, oficinas y bares esa cantinela repetitiva de las voces de niños cantando números y premios. Este año, por haber caído en domingo me pasó casi inadvertida. También este año, Hacienda, el Estado, ganará mucho más que lo que suelen ganar la mayoría de los participantes y mucho más que lo que solía ganar otros años. Espero que ello contribuya a mejorar la cuenta de ingresos y que redunde en beneficio de nosotros, sufridos ciudadanos.
Empiezan a echar su vapor, como las viejas locomotoras, las ollas de los caldos navideños, que hace mucho tiempo compartían locutorio (la cocina de nuestra casa en Barcelona) con el soniquete de los niños del Colegio de San Ildefonso. Nos inclinamos, cada vez más, por nuevas recetas, por nuevas presentaciones, en platos casi circenses, pero cuando llegan estas fechas regresa la tradición. La sopa de "galets" de toda una vida, el bacalao de "Las Pocholas" y el cocido (auténtico) del día de San Esteban, vestirán de forma majestuosa y tan brillante como siempre, la mesa y la sobremesa en casa de mi madre estos próximos días.
Y no nos daremos ni cuenta y estaremos celebrando la segunda tanda de fiestas; fin de año y Reyes. Pagana una y emotiva y cristiana la otra que, pese a los millones de colgajos que penden de ventanas y balcones de los hogares de nuestras ciudades y pueblos estos días, sigue manteniendo su hegemonía en España. Y aunque en ocasiones y con el paso del tiempo, parece que la ilusión se va desvaneciendo, al ritmo que nuestras hijas se van haciendo mayores, yo mantengo firme mi fe y un año más, colocaré mi zapato debajo del árbol de navidad.
Junto con los propósitos para el nuevo año, debería hacer balance del que acaba y yo, por motivos obvios, no puedo evitar acordarme de mi experiencia en Afganistán y dar gracias a Dios por la inmensa fortuna de haberla vivido y por haberme permitido que, gracias a ella, mis ojos y mis sentimientos se hayan abierto a detalles y pasajes del día a día en los que antes apenas reparaba. Esto si que es el gordo de la lotería.
Felices fiestas.
Empiezan a echar su vapor, como las viejas locomotoras, las ollas de los caldos navideños, que hace mucho tiempo compartían locutorio (la cocina de nuestra casa en Barcelona) con el soniquete de los niños del Colegio de San Ildefonso. Nos inclinamos, cada vez más, por nuevas recetas, por nuevas presentaciones, en platos casi circenses, pero cuando llegan estas fechas regresa la tradición. La sopa de "galets" de toda una vida, el bacalao de "Las Pocholas" y el cocido (auténtico) del día de San Esteban, vestirán de forma majestuosa y tan brillante como siempre, la mesa y la sobremesa en casa de mi madre estos próximos días.
Y no nos daremos ni cuenta y estaremos celebrando la segunda tanda de fiestas; fin de año y Reyes. Pagana una y emotiva y cristiana la otra que, pese a los millones de colgajos que penden de ventanas y balcones de los hogares de nuestras ciudades y pueblos estos días, sigue manteniendo su hegemonía en España. Y aunque en ocasiones y con el paso del tiempo, parece que la ilusión se va desvaneciendo, al ritmo que nuestras hijas se van haciendo mayores, yo mantengo firme mi fe y un año más, colocaré mi zapato debajo del árbol de navidad.
Junto con los propósitos para el nuevo año, debería hacer balance del que acaba y yo, por motivos obvios, no puedo evitar acordarme de mi experiencia en Afganistán y dar gracias a Dios por la inmensa fortuna de haberla vivido y por haberme permitido que, gracias a ella, mis ojos y mis sentimientos se hayan abierto a detalles y pasajes del día a día en los que antes apenas reparaba. Esto si que es el gordo de la lotería.
Felices fiestas.
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