Decía hace un par de semanas que tras la navidad llega la segunda tanda de fiestas, correspondiente a la nochevieja, por un lado y a Reyes, por otro. Pagana y mundana la primera, excelentemente celebrada en ambiente familiar y festivo y emotiva la segunda, por la ilusión con la que, año tras año y a pesar del avance en la edad de las menores de casa, colocamos los zapatos a los pies del árbol navideño.
Omití la que, en mi caso, forma parte de las tradiciones de estas fechas: el "Concierto de Año Nuevo". Por una mañana, la primera de enero, independientemente de la hora (y el estado) en que me haya acostado la noche anterior, acudo fiel a la Sala Dorada de la Musicverein de Viena. Desgraciadamente es un viaje virtual, pero por el momento me basta. Después de un desayuno familiar muy especial conecto la televisión al equipo de música, doy volumen y si la temperatura y el sol lo permiten, abro la ventana al nuevo año y sentado cómodamente en el sofá nos disponemos a deleitarnos con cada minuto de su retransmisión.
Llevo practicando este ritual desde hace quince años, los que llevo residiendo en mi casa. Han ido agregándose a esta costumbre todos sus habitantes, a medida que han ido alcanzando edades que lo permitían e incluso mis hijas, participando en las escenas de ballet, con su atrezzo, coreografía e interpretación muy particular.
La supresión de la publicidad en la televisión pública española nos ha dado la oportunidad de seguir íntegramente la transmisión de la televisión austríaca. De esta manera hemos podido disfrutar, mejorando año tras año, de los exquisitos reportajes que ofrecen en el intermedio del concierto y nos ha abierto una ventana de cuarenta pulgadas en alta definición, al proceso de preparación de escenarios y planos exteriores, los ensayos de los músicos, de su director, la elección del diseñador encargado del vestuario, el trabajo de coreógrafos, de los bailarines, etc... No he disfrutado ningún año como este. La milimétrica y precisa instalación de los mecanismos televisivos, el detalle con el que colocan los raíles por los que deben circular los operadores de cámara, la colocación de los adornos florales, la elección de las telas para el cuerpo de ballet, valiente y arriesgado este año, y un sinfín de detalles más, dejan testimonio de la profesionalidad de todo el personal que trabaja para que, al final, la transmisión constituya, a los pies del árbol de nuestro salón, un gran regalo navideño.
Además, al final es lo que cuenta, el repertorio y calidad en ejecución de las obras elegidas proporcionan un placer y una emoción extraordinariamente satisfactorios, a poco que se tenga un mínimo de afición por la música. La dirección a cargo de un genial Daniel Baremboim, este año, ha estado cargada de calidez, elegancia y sentido del humor. Un espectáculo digno de volver a verse un montón de veces, como así haré.
Siempre he considerado que hay muchas maneras de acabar un año, pero, sin duda alguna, para mí, es la mejor manera de empezarlo. Ojalá un día, no pierdo la esperanza, pueda presenciarlo "in situ", aunque sea de pie, de puntillas. Es cuestión de probar suerte y no parece tan inasequible a bolsillos modestos. Tampoco pretendo compartir fila ni con Julia Andrews ni con Juan Roig.
Además, al final es lo que cuenta, el repertorio y calidad en ejecución de las obras elegidas proporcionan un placer y una emoción extraordinariamente satisfactorios, a poco que se tenga un mínimo de afición por la música. La dirección a cargo de un genial Daniel Baremboim, este año, ha estado cargada de calidez, elegancia y sentido del humor. Un espectáculo digno de volver a verse un montón de veces, como así haré.
Siempre he considerado que hay muchas maneras de acabar un año, pero, sin duda alguna, para mí, es la mejor manera de empezarlo. Ojalá un día, no pierdo la esperanza, pueda presenciarlo "in situ", aunque sea de pie, de puntillas. Es cuestión de probar suerte y no parece tan inasequible a bolsillos modestos. Tampoco pretendo compartir fila ni con Julia Andrews ni con Juan Roig.
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