lunes, 23 de diciembre de 2013

La Navidad llegó.

Casi sin darnos cuenta, como cada año, llegó la Navidad. Oficialmente, a partir de esa mañana en que,  desde primera hora,  se puede escuchar en no pocos locales, oficinas y bares esa cantinela repetitiva de las voces de niños cantando números y premios. Este año, por haber caído en domingo me pasó casi inadvertida. También este año, Hacienda, el Estado,  ganará mucho más que lo que suelen ganar la mayoría de los participantes y mucho más que lo que solía ganar otros años. Espero que ello contribuya a mejorar la cuenta de ingresos y que redunde en beneficio  de nosotros, sufridos ciudadanos.

Empiezan a echar su vapor, como las viejas locomotoras,  las ollas de los caldos navideños, que hace mucho tiempo compartían locutorio (la cocina de nuestra casa en Barcelona) con el soniquete de los niños del Colegio de  San Ildefonso. Nos inclinamos, cada vez más, por nuevas recetas, por nuevas presentaciones, en platos casi circenses, pero cuando llegan estas fechas regresa la tradición. La sopa de "galets" de toda una vida, el bacalao de "Las Pocholas" y el cocido (auténtico) del día de San Esteban, vestirán de forma majestuosa y tan brillante como siempre,  la mesa y la sobremesa en casa de mi madre estos próximos días.

Y no nos daremos ni cuenta y estaremos celebrando la segunda tanda de fiestas; fin de año y Reyes. Pagana una y emotiva y cristiana la otra que, pese a  los millones de colgajos que penden de ventanas y balcones de los hogares de  nuestras ciudades y pueblos estos días, sigue manteniendo su hegemonía en España. Y aunque en ocasiones y con el paso del tiempo, parece que la ilusión se va desvaneciendo, al ritmo que nuestras hijas se van haciendo mayores, yo mantengo firme mi fe y un año más, colocaré mi zapato debajo del árbol de navidad.

Junto con los propósitos para el nuevo año, debería hacer balance del que acaba y yo, por motivos obvios,  no puedo evitar acordarme de mi experiencia en Afganistán y dar gracias a Dios por la inmensa fortuna de haberla vivido y por haberme permitido que, gracias a ella, mis ojos y mis sentimientos se hayan abierto a detalles y pasajes del día a día en los que antes apenas reparaba. Esto si que es el gordo de la lotería.

Felices fiestas.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Herat, a ratos.


Aunque llevo ya más de un mes en Palma de Mallorca y no es precisamente Nueva York, sigo encontrándome día a día, a viejos amigos que me muestran y exhiben una sincera alegría y satisfacción al verme. Muchos de ellos me piden que les cuente cosas y detalles de mi experiencia en Herat. Llega un momento en que me siento atrapado por un cliché que repito con cierto rubor y temor, puesto que no quisiera caer en la merecida calificación de pesado que pudieran atribuirme. Me preguntan y procuro contestar, no sin rigor, que lo que he visto a mi alrededor durante  toda la misión ha sido mucha gente trabajando muy duro, cada cual en su tarea, hora tras hora, sin importar el día de la semana, ni el calor, ni otros factores que hicieran más pesada la misma.
 
Me recuerdan algunos, no obstante, los momentos de ocio gastronómico tan bien aprovechado, a juzgar por mis comentarios "electrónicos" y alguna foto "filtrada".  Tienen razón; hemos comido productos de gran calidad y otros de calidad inferior, pero muy bien tratados por gente que ha sabido sacarle el máximo provecho.

A la hora de juntarme, ya en España, con estos amigos y poder compartir una comida buena, en un lugar confortable, bien atendidos, con buenos manteles, cristalería y cubertería, me vienen a la memoria las excelentesy trabajadísimas fideuás de Luis ("Luiggi"), el espectacular "pollo a la Pantoja" del "Caballa", las paellas de Gallardo y los chuletones con los que nos obsequió Nacho. Tan lejos de casa y en una ausencia tan prolongada, alrededor de la mesa, además de fraguar excelentes amistades, hemos pasado momentos irrepetibles  y cualquier comida que hemos compartido nos ha sabido a gloria. De hecho, muchos domingos en toriles, parque jurásico, parque ornitológico, o como se llamara en cada momento o según quien lo citara,  nos reuníamos, casi espontáneamente, y la liábamos, cada cual con lo que pudiera aportar y acabábamos  de pasar una jornada algo diferente al resto de la semana.

Siguen en el tintero y afortunadamente en mi memoria y en la del ordenador, miles de apuntes y recuerdos que irán apareciendo en esta página.

En otro orden de cosas y aunque inicialmente dirigido a un específico grupo de amigos comunes, debo referirme a la despedida del que hasta ayer, oficialmente, ha sido mi Jefe durante los últimos siete años y pico. El pasado jueves, en un acto que reunió a más de doscientas cincuenta  personas, compañeros y amigos todos y muchos de ellos representantes de todas las Instituciones y Organismos Públicos de Baleares, de todas las Administraciones, de los medios de comunicación, empresarios, etc,  pudimos rendir un merecido homenaje a quien ha sido Jefe de la Zona de la Guardia Civil y de la Comandancia de Baleares, desde septiembre del año 2006. No voy a escribir nada que no  haya podido decirle personalmente. Me queda la emotiva satisfacción de haber trabajado a sus órdenes y de haber gozado de su respeto y su consideración a mi labor y función, especialmente grata cuando va acompañada, además,  de una exquisita amistad y de un compañerismo recíproca y lealmente entendido. Hemos compartido momentos muy duros, como muy bien él mismo recordó en su discurso, pero sin olvidarlos, ni mucho menos, quedan compensados por la común sensación del deber cumplido.

Me despediré como lo he hecho cada día durante todos estos años, a pesar de la estrecha relación que hemos mantenido y a pesar de la extrañeza que siempre produce a quienes no gozan del placer de vestir uniforme  militar (mis propias hijas, por ejemplo, cuando era por teléfono). Gracias, mi Coronel, a tus órdenes!
Gracias Basilio. Sabes donde tienes un amigo, una familia y una casa.

Mi gato de la semana

Lo siento, pero esta vez no es un sólo gato, son unos cuantos. El equipo nacional catalán de patinaje artístico, pese a su previsible morrazo en la gran final del año que viene. Es,  tal vez,  difícil de entender, pero cuánto me duele Cataluña.
 

martes, 10 de diciembre de 2013



Bueno, esta foto está hecha con el móvil y por lo tanto es de una calidad regular. Este es el paisaje diario de la ruta escolar.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Salió el sol, por fin.

Trancurren los días y sigo disfrutando de todo cuanto me he perdido durante los últimos meses. A pesar de los horarios escolares y de las rutas correspondientes, queda mucho tiempo para dejarse llevar por las apetencias. Mi vida es muy sencilla y después de haber estado expuesto a las circunstancias y condiciones de la misión, creo haber aprendido a apreciar lo lujosa y satisfactoria que es nuestra existencia. A veces, un simple paseo por el centro de Palma, sin prisas, dejando que aquellos que sí las llevan te superen por derecha e izquierda, parar ante los escaparates,  entrar en las tiendas,  o tomarse un tentempié a mediamañana en cualquier terraza, constituyen pequeños placeres diarios. 

Salió por fin el sol. Las lluvias de los últimos veinte días han dejado las zonas boscosas de los alrededores de mi casa con una lustrosa y variada gama de verdes. Indudablemente, eso infunde un tono positivo a mi estado de ánimo, un tanto marchito después de tanta agua y frío.

Por fin he conseguido coger las raqueta de tenis y ¡jugar en tierra batida! Dejar deslizar el pie sobre la arcilla y contemplar la trayectoria de la pelota, su bote y caída sin poner en riesgo la integridad física, supone un lujo añadido. No obstante, no  habría disfrutado tanto este reencuentro de no haber sido por las horas que eché con Rafa en Herat,  en la maltrecha y dura pista de cemento de la Base. Ójala la pesada tendinitis de mi codo derecho no me impida seguir disfrutando de esta práctica y  me permita retomar la pala de pádel, a sabiendas de que algunos antiguos compañeros de pista me están esperando.

Paloma y yo estamos intentanto habituarnos a correr cada día, aunque sea tan "sólo diez minutos",   y con el ánimo de ir alargándolo poco a poco  y alternándolo con ejercicios de tonificación. Por el momento llevamos ya una semana y no aparecen síntomas de abandono por parte de ninguno de los dos. La vieja lucha de la operación Q/L está dando sus resultados, curiosamente ya en España. Está claro que era una cuestión de alimentación. Pese a no comer mucha cantidad,  la comida en Herat debía ser excesivamente alta en determinado tipo de grasas, porque en no más de dos semanas la ropa empieza a parecer más holgada, especialmente la cintura del pantalón.
 
Mi gato de la semana

Ese zampabollos de raya en medio, que se mueve por la zona delimitada, dando vueltas cabizbajo, mirando hacia el suelo, sin saber muy bien qué hacer, transmitiendo su inseguridad a un montón de personas, haciendo aspavientos como un fanático.....el Tata no mola


 

domingo, 1 de diciembre de 2013

Los gatos del callejón.




Los violentos alaridos de los guerreros del campamento abandonado, batiéndose en la dura cancha de hormigón desde el despunte del alba, me rescataron del profundo vacío en el que me mecía Morfeo. Salté de mi litera escuchando los maullidos de otros gatos del callejón.  Envuelto en el rizo blanco americano, con todos los bártulos necesarios para mi cotidiana purificación, me dirigí a los baños. Más gatos se echaban cuidadosamente agua sobre la cara y los más pulcros se entretenían con sus abluciones matutinas, algo más rigurosas, atusándose el flequillo frente al espejo. Todas las cabinas estaban a mi disposición, sin riñas, sin necesidad de erizar el lomo ni desenfundar las uñas. Qué gran satisfacción poder empezar el día bien maqueado, permitiendo que el agua del pozo ruso resbalara, jabonosa, sobre mi piel. 
Con un excelente tono vital emprendí la ruta de cada mañana. Los últimos días, una  fresca brisa perfumaba las calles con un insólito aroma de especias. Al llegar a la altura del barracón Charlie, vi como  algunas gatitas se estiraban perezosamente junto a la puerta y relamían sus bigotes. La expresión de alguna de ellas delataba la satisfacción de haber obtenido recompensa en  su cacería de ratones de la noche anterior. A lo lejos, pude ver  algunos gatos afganos que acudían, apáticos y parsimoniosos, a sus obligaciones habituales para obtener su escuálido botín de subsistencia.
Por la gran plaza circulaba el más rápido corredor del barrio. Su porte atlético y erguido era escoltado por la mirada perezosa de dos panzudos felinos que tomaban el sol tendidos junto a los escalones de la cantina. Permanecieron inmóviles ante mi paso y tan sólo uno de ellos, de color terroso,  pareció reorientar una de sus  orejas en un estéril  intento de saludo. Desde lejos advertí la presencia de dos veteranos gatos que, afónicos,  se preguntaban, canturreando, cómo no iban a querer a no sé muy bien quién. Al parecer, ese canto lo habían interpretado como un himno durante toda la noche, desde el compartimento de carga de una vieja pick up.
Al salir del comedor me crucé con los siete gnomos, que ufanos y risueños se dirigían, alguno de ellos avanzando a brincos mientras hacía sonar su pínfano de dotación,  a  su recóndito taller.
El gran mago se afanaba de buena mañana en su estudio de alfarería. Tenía que entregar el pedido a primera hora y todavía le quedaba bastante trabajo. Sus ojos maliciosos escudriñaban, de vez en cuando, a través de los visillos de su ventana,  la bulliciosa plaza, ávido de encontrar en la actitud de alguno de los habitantes de la aldea, algo digno de reprensión. Si tal circunstancia se daba, tomaba el pequeño lápiz de carbón que sostenía encima de su oreja derecha y en un pequeño papel roto y arrugado, hacía sus anotaciones.  Nadie le exigía esmero en sus obras, se le encargaban porque era general intención tenerlo entretenido en manualidades inofensivas, preferible, en cualquier caso,  a soportarlo paseando por aquí y por allá acosando y reprimiendo a quien se le antojaba.
 
A medida que me acercaba a mi despacho iba ordenando mentalmente la agenda del día. Quedaba ya muy poco tiempo para mi marcha y tenía que entregar los libros y los informes, todo ello registrado y anotado en el protocolo. Saludé con una leve inclinación de cabeza a la preciosa gata siamesa Kenia, que salía del Ciano rodeada, como siempre, de un montón de gatos presumidos y engreídos que se iban pisando unos a otros atropelladamente, con el ánimo de llamar su atención.
 
Loquillo y sus trogloditas dejaron de sonar en mi ordenador. El reproductor aleatorio del iTunes comenzó una nueva canción. Pero eso ya lo contaré otro día.
 


 

 

lunes, 25 de noviembre de 2013

Doce de trece.

Doce de trece. Esos son los días en los cuales, la lluvia se ha asomado a mi vida, desde mi regreso de Afganistán. Al principio no dejaba de resultar anecdótico, después de los ciento noventa y muchos días secos y exentos de precipitaciones. En realidad, en Herat cayó un chaparrón y medio. Suficiente como para poder festejarlo jubilosamente, permitiendo que las finas gotas empaparan nuestros uniformes. El aroma resultante fue interpretado de forma variada. A algunos les evocaba, el olor a tierra mojada, la fragancia de  enormes pastos de sus tierras cántabras o galaicas.  A otros, el propio de los establos de pequeños pueblos o aldeas con presencia de todo tipo de ganado. De todos modos, en pocos minutos,  la seca tierra absorbió completamente el agua caída y solo quedó el aire, impregnado con esas esencias, como testigo mudo de su comparecencia.
 
El último mes comenzaron a bajar las temperaturas y a pesar de ello, el choque con las reinantes estos días en Mallorca ha resultado demasiado violento para mí. Tengo sensación de frío, más allá de lo normal, creo, al contemplar a mis hijas y mis sobrinas mucho más ligeras de ropa que yo. Dos factores resultan determinantes; mi edad, supongo, y el estar habituado a tolerar temperaturas superiores a los cuarenta grados durante buena parte de los días de misión.
 
Los días son muy cortos y la ruta escolar me tiene sujeto al volante. No obstante,  trato de aprovechar cualquier minuto "libre" para intentar apreciar sencillos placeres que mi aventura asiática dejó en excedencia. Abrir las ventanas para ventilar la casa, sentir el viento frio que nos azota desde hace unos días, el granizo que me ha sorprendido alguna tarde, son,  entre otras cosas y curiosamente, hechos que ahora me  resultan un tanto insólitos.
 
Ya tengo programado el viaje a la nieve. En enero, nos regalaremnos una semana completa de esquí familiar. Serán las verdaderas vacaciones y supondrá, espero, el broche final de mi regreso a la normalidad.
 
Ayer viví la emocion de poder saludar a Rafa, mandarle un sentido abrazo y constatar su entereza, una vez más. Lo que ha pasado este amigo en Afganistán sólo lo sabe él y unos pocos. Habría hecho lo imposible por tomar un avión y acercarme para poder acompañarle en los momentos más duros que puede vivir un hijo. Un fuerte abrazo, Rafa y gracias por tu ejemplo.

Mi lunes

No estoy muy seguro de que esta primera entrada llegue a tener continuidad. Tampoco estoy muy convencido de que vaya a tener periodicidad diaria, semanal o mensual. En cualquier caso,  voy a lanzar este proyecto por la necesidad de seguir manteniendo latente el pulso de una estrecha relación que, producto de mi permanencia en Afganistán, me ha mantenido unido a mi familia y a un montón de amigos que han seguido, todos los lunes, mi breve relato de misión.
 
Evidentemente se ha generado un cambio de escenario. Del entorno hostil y árido hemos pasado a un paisaje urbano occidental. El factor humano, tan próximo en Herat,  se ha diversificado al regresar a territorio nacional. Al margen de los destinatarios de esta crónica familiar y para mis buenos amigos, aparece el vecino,  el padre o la madre de otros niños del colegio, el vendedor de cada uno de los comercios que frecuento, los compañeros de trabajo y otros tantos ciudadanos anónimos, rostros habituales del día a día. A todos ellos  los  habría abrazado con efusividad el primer día de mi estancia en Palma de Mallorca, retomando el placer de compartir, con cada cual en su justa proporción, el tiempo que le corresponde en el devenir diario de mis ocupaciones y ocios.
 
Han transcurrido ya dos semanas desde que volví a pisar suelo español y desde entonces no ha dejado de llover. Albergaba esperanzas, los últimos días de misión, contemplando la información meteorológica que me proporcionaban los medios digitales, de zambullirme, por fin, en el mar e incluso dejarme llevar por el viento, aunque fuera suave, sobre mi vieja tabla de windsurf. Ha sido imposible. Día tras día, el amanecer, cada día más frio y oscuro, ha ido indefectiblemente acompañado por el tintineo de la lluvia contra las persianas de mi dormitorio y sobre el tejado. Habrá que esperar para poder captar las saladas sensaciones del agua de mar sobre mi piel.
 
 
 
 

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...