Madrugar un poco más de lo estrictamente necesario me proporciona el placer de disfrutar de pequeños momentos realmente satisfactorios. Con la primera luz del día y la primera tanda de deberes hechos y corregidos, me tiro el lujo de sentarme unos minutos en el balcón junto al auténtico dueño de la casa: el gato negro ¡qué listo! que se sienta plácidamente en una de las butacas después de haber estirado su espinazo, desayunado su pienso, afiladas sus garras y rematada su primera ronda por "su" territorio.
Está amaneciendo. Una hilera de nubes desfila en un horizonte estirado. En cuestión de segundos comienza a rasgarse el cielo y enrojecer el escenario. Apenas se escucha el rumor lejano de una ciudad que parece desperezarse muy lentamente. No hay banda sonora, no hay canciones ni música de violines. Si acaso, el chirriante sonido de cacharrería que proporciona la actualidad informativa. Como un eco apagado suenan los titulares del día en la radio encendida de la cocina. Nada bueno.
El gato relame ansioso sus patas y reorienta sus orejas a cada pequeño chasquido del nuevo día: el traqueteo del autobús o los trinos de los pájaros que revoletean a nuestro alrededor.
Chirrían las declaraciones de seres iluminados que presumen, sí presumen sin parpadear y sin que se les muevan las cejas (ni los mofletes), de recortar (o reinterpretar) a su antojo y conveniencia los paños que envuelven, ajustados desde hace tantos años, nuestra convivencia democrática. Un corte aquí, un pliegue allá, un poco menos de sisa y más entallado acullá. El Código Penal protege los derechos de todos los ciudadanos pero eso no lo entiende el gato. Él es feliz, en el fondo, con su pienso, su rascador y su territorio. Tampoco lo entienden, ajenos a la gravedad de la situación, muchos humanos que también se relamen apaciblemente y a quienes debe costar mucho hacerles entender que la malversación no es más legítima porque vaya en beneficio del partido o acabe en la barra de un puticlub o en la caja fuerte de un narco y que no acabe, sin embargo, en los bolsillos de políticos de otro partido. Habrá que premiar a los primeros y llevar a la pira a estos últimos.
No fumo desde hace más de veinticinco años, pero en ocasiones echo en falta un par de caladas contemplando serenos amaneceres como el que tengo ante mis ojos, aunque para digerir toda esa actualidad sería más adecuado, tal vez, añadir algo más a ese tabaco rubio marlboro que fumaba hace tantos años.
Hasta dentro de un rato, gato
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