Actualidad: Vivimos tiempos de demolición de lo nuestro, de lo antiguo, de nuestra memoria y de nuestra historia. En ocasiones tal vez convendría si fuera por el progreso, pero en otras es un despropósito. De los creadores de la política del disparate llega a nuestras pantallas la política-lapa de la ignominia.
Dicho esto, prosigo.
Anclo en el escritorio de mi mirada variados horizontes, desde litorales de todo tipo, durante más de la mitad del año. En muchas ocasiones, el entorno es agradable y placentero. Por contra puede ocurrir que al asomarse a un balcón sobre el mar o sobre verdes campos lo que figura alrededor colisiona ruidosamente contra la belleza del fondo.
En los años de eclosión de la industria hotelera se hicieron auténticas barbaridades en nuestros litorales. Eran tiempos en los que prevalecía el interés particular y donde nadie escribía o juntaba las dos palabras que ahora bailan agarradas un sinuoso tango: impacto medioambiental.
Antes de que nos pusiéramos estupendos con lo que impacta o no con el entorno se han echado toneladas de aluminio y hormigón hasta aburrir.
Hay apartamentos y hoteles diseñados por el imperio del turismo de baja calidad, reconvertidos unos y demolidos otros para tratar de mejorar la imagen que siguen ocupando mucho espacio, pese a que hospedados en ellos puedan proporcionarnos un lujoso bienestar.
A lo hecho pecho -debemos resignarnos- y acostumbrados a los paisajes, trataremos de confundir nuestras siluetas en ellos como si fuéramos una misma cosa. Pero puestos a demoler sería deseable, cómo no, un mínimo de consenso. Las autoridades con competencia para ordenar el litoral parecen crecerse ante los débiles y por extraños mecanismos de difícil entendimiento para los ciudadanos miran para otro lado o callan ante monstruosidades de mayor impacto.
Caprichosa y torticeramente amnistiado de derribo el gran adefesio del viejo edificio de "GESA" ahora la han tomado, cerca de Palma, con El Bungalow. Durante muchos años, hace ya bastante tiempo, era una referencia, una apuesta ganadora para tomar un buen arrocito junto al mar o una cena especial a la luz de la luna. Luego perdió prestigio y, lo siento, le asesté una severa crítica gastronómica en el tripadvisor por una bazofia de dolor de barriga. Un día malo lo tiene cualquiera pero lo cierto es que ya no regresé. Hoy lo quieren tirar abajo por la caprichosamente perversa ley de costas.
Salvo sorpresas de última hora, si la piqueta guiada por cursis ecologistas de salón ya ha fijado ese objetivo, caerá. Desgraciadamente borrarán un montón de recuerdos, sacrificios vividos por los que lo regentan y por los que les precedieron,
Del mismo modo que un montón de inofensivos chiringuitos playeros, forma parte, en definitiva, de algo muy nuestro, de mi memoria y de la colectiva de cuantos en algún momento fuimos clientes habituales cuando buscábamos un lugar agradable donde echarse un arrocito con los primeros soles primaverales o un buen pescado una ardiente noche de verano. Es lo nuestro pero eso ya no importa, bueno no les importa.
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