Ser progrepijo es muy guay y, si además, te dedicas a la kultura subvencionada es la leche. El progrepijo, bien pagado y con mucha solvencia, hace comedias (es especialista porque normalmente su vida es una permanente comedia), cuenta chistes o toca la trompeta o la flauta travesera con mucha gracia porque dice cosas muy progrepijas y tiene mucha audiencia. Tembién el progrepijo, normalmente y aunque lleve una vida un tanto desordenada, tiene su familia, mujer (o mujeres) e hijos y, claro, se ponen malitos o necesitan atención. ¿Y qué padre o madre no quiere mejor para los suyos?
El progrepijo denigra lo privado en público, pero luego en su esfera privada acude a lo privado y no a lo público. Si hubiera una justicia privada o una religión privada echarían sobre ellas cal viva porque fomentan la desigualdad, son poco solidarias, amplían las brechas sociales, señalan a los más desfavorecidos, bla, bla, bla. Luego, digo, en privado, sin focos ni micrófonos públicos, acuden a las clínicas de los ricos (porque la mayoría lo son) no ajustan cuentas con la justicia echando mano de abogados de oficio sino que contratan sus asuntos a despachos de prestigio y no hacen cola en el PAC sino que salen en las fotos del colorín en las puertas de las clínicas de los famosos.
La hiprogresía vergonzante otra vez. Dicen que es para castigar a la derecha y a la extrema derecha, a los que fuman puros, a los poderosos que sí tienen medios y solvencia para lo privado pero a quien realmente ofenden con su desvergüenza es a los que realmente no pueden pagar colegios concertados ni privados, ni defenderse en los tribunales, ni pagar analíticas en clínicas privadas. A esos es a quienes tienen que pedirles perdón.
Papel de progre, progres de papel cuché. Y todos, como vacas aplaudiendo sus bazofias culturales, sus caca, culo, pedo, pis. Porque eso, es cierto, lo bordan.
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