lunes, 28 de noviembre de 2022

Lo nuestro

Actualidad: Vivimos tiempos de demolición de lo nuestro, de lo antiguo, de nuestra memoria y de nuestra historia. En ocasiones tal vez convendría si fuera por el progreso, pero en otras es un despropósito. De los creadores de la política del disparate llega a nuestras pantallas la política-lapa de la ignominia. 

Dicho esto, prosigo.

Anclo en el escritorio de mi mirada variados horizontes, desde litorales de todo tipo, durante más de la mitad del año. En muchas ocasiones, el entorno es agradable y placentero. Por contra puede ocurrir que al asomarse a un balcón sobre el mar o sobre verdes campos lo que figura alrededor colisiona ruidosamente contra la belleza del fondo. 

En los años de eclosión de la industria hotelera se hicieron auténticas barbaridades en nuestros litorales. Eran tiempos en los que prevalecía el interés particular y donde nadie escribía o juntaba las dos palabras que ahora bailan agarradas un sinuoso tango: impacto medioambiental. 

Antes de que nos pusiéramos estupendos con lo que impacta o no con el entorno se han echado toneladas de aluminio y hormigón hasta aburrir.

Hay apartamentos y hoteles diseñados por el imperio del turismo de baja calidad, reconvertidos unos y demolidos otros para tratar de mejorar la imagen que siguen ocupando mucho espacio, pese a que hospedados en ellos puedan proporcionarnos un lujoso bienestar.

A lo hecho pecho -debemos resignarnos- y acostumbrados a los paisajes, trataremos de confundir nuestras siluetas en ellos como si fuéramos una misma cosa. Pero puestos a demoler sería deseable, cómo no, un mínimo de consenso. Las autoridades con competencia para ordenar el litoral parecen crecerse ante los débiles y por extraños mecanismos de difícil entendimiento para los ciudadanos miran para otro lado o callan ante monstruosidades de mayor impacto.

Caprichosa y torticeramente amnistiado de derribo el gran adefesio del viejo edificio de "GESA"  ahora la han tomado, cerca de Palma, con El Bungalow. Durante muchos años, hace ya bastante tiempo, era una referencia, una apuesta ganadora para tomar un buen arrocito junto al mar o una cena especial a la luz de la luna. Luego perdió prestigio y, lo siento, le asesté una severa crítica gastronómica en el tripadvisor por una bazofia de dolor de barriga. Un día malo lo tiene cualquiera pero lo cierto es que ya no regresé. Hoy lo quieren tirar abajo por la caprichosamente perversa ley de costas.

Salvo sorpresas de última hora, si la piqueta guiada por cursis ecologistas de salón ya ha fijado ese objetivo, caerá. Desgraciadamente borrarán un montón de recuerdos, sacrificios vividos por los que lo regentan y por los que les precedieron, 

Del mismo modo que un montón de inofensivos chiringuitos playeros, forma parte, en definitiva, de algo muy nuestro, de mi memoria y de la colectiva de cuantos en algún momento fuimos clientes habituales cuando buscábamos un lugar agradable donde echarse un arrocito con los primeros soles primaverales o un buen pescado una ardiente noche de verano. Es lo nuestro pero eso ya no importa, bueno no les importa.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Sereno amanecer

Madrugar un poco más de lo estrictamente necesario me proporciona el placer de disfrutar de pequeños momentos realmente satisfactorios. Con la primera luz del día y la primera tanda de deberes hechos y corregidos, me tiro el lujo de sentarme unos minutos en el balcón junto al auténtico dueño de la casa: el gato negro ¡qué listo! que se sienta plácidamente en una de las butacas después de haber estirado su espinazo, desayunado su pienso, afiladas sus garras y rematada su primera ronda por "su" territorio. 




Está amaneciendo. Una hilera de nubes desfila en un horizonte estirado. En cuestión de segundos comienza a rasgarse el cielo y enrojecer el escenario. Apenas se escucha el rumor lejano de una ciudad que parece desperezarse muy lentamente. No hay banda sonora, no hay canciones ni música de violines. Si acaso, el chirriante sonido de cacharrería que proporciona la actualidad informativa. Como un eco apagado suenan los titulares del día en la radio encendida de la cocina. Nada bueno.

El gato relame ansioso sus patas y reorienta sus orejas a cada pequeño chasquido del nuevo día: el traqueteo del autobús o los trinos de los pájaros que revoletean a nuestro alrededor.

Chirrían las declaraciones de seres iluminados que presumen, sí presumen sin parpadear y sin que se les muevan las cejas (ni los mofletes), de recortar (o reinterpretar) a su antojo y conveniencia los paños que envuelven, ajustados desde hace tantos años, nuestra convivencia democrática. Un corte aquí, un pliegue allá, un poco menos de sisa y más entallado acullá. El Código Penal protege los derechos de todos los ciudadanos pero eso no lo entiende el gato. Él es feliz, en el fondo, con su pienso, su rascador y su territorio. Tampoco lo entienden, ajenos a la gravedad de la situación, muchos humanos que también se relamen apaciblemente y a quienes debe costar mucho hacerles entender que la malversación no es más legítima porque vaya en beneficio del partido o acabe en la barra de un puticlub o en la caja fuerte de un narco y que no acabe, sin embargo, en los bolsillos de políticos de otro partido. Habrá que premiar a los primeros y llevar a la pira a estos últimos. 

No fumo desde hace más de veinticinco años, pero en ocasiones echo en falta un par de caladas contemplando serenos amaneceres como el que tengo ante mis ojos, aunque para digerir toda esa actualidad sería más adecuado, tal vez,  añadir algo más a ese tabaco rubio marlboro que fumaba hace tantos años.

Hasta dentro de un rato, gato

lunes, 14 de noviembre de 2022

Papel de progrepijo

Ser progrepijo es muy guay y, si además, te dedicas a la kultura subvencionada es la leche. El progrepijo, bien pagado y con mucha solvencia, hace comedias (es especialista porque normalmente su vida es una permanente comedia), cuenta chistes o toca la trompeta o la flauta travesera con mucha gracia porque dice cosas muy progrepijas y tiene mucha audiencia. Tembién el progrepijo, normalmente y aunque lleve una vida un tanto desordenada,  tiene su familia, mujer (o mujeres) e hijos y, claro, se ponen malitos o necesitan atención. ¿Y qué padre o madre no quiere mejor para los suyos?

El progrepijo denigra lo privado en público, pero luego en su esfera privada acude a lo privado y no a lo público. Si hubiera una justicia privada o una religión privada echarían sobre ellas cal viva porque fomentan la desigualdad, son poco solidarias, amplían las brechas sociales, señalan a los más desfavorecidos, bla, bla, bla. Luego, digo, en privado, sin focos ni micrófonos públicos, acuden a las clínicas de los ricos (porque la mayoría lo son) no ajustan cuentas con la justicia echando mano de abogados de oficio sino que contratan sus asuntos a despachos de prestigio y no hacen cola en el PAC sino que salen en las fotos del colorín en las puertas de las clínicas de los famosos.

La hiprogresía vergonzante otra vez. Dicen que es para castigar a la derecha y a la extrema derecha, a los que fuman puros, a los poderosos que sí tienen medios y solvencia para lo privado pero a quien realmente ofenden con su desvergüenza es a los que realmente no pueden pagar colegios concertados ni privados, ni defenderse en los tribunales, ni pagar analíticas en clínicas privadas. A esos es a quienes tienen que pedirles perdón. 

Papel de progre, progres de papel cuché. Y todos, como vacas aplaudiendo sus bazofias culturales, sus caca, culo, pedo, pis. Porque eso, es cierto, lo bordan.

lunes, 7 de noviembre de 2022

El adiós

La edad, bien construida, es nuestro patrimonio más valioso. Nos facilita la habilidad para contemplar las cosas de una manera pausada y menos impetuosa y tomar decisiones de manera más reflexiva. O debiera. Y aunque viene indefectiblemente acompañada por una progresivo declive físico debería alimentar a la razón para que sea está y no otra facultad la que guíe nuestros pasos. Pedía siempre mi madre, invocando al Santísimo, que le diera un día más de juicio que de vida. Cuánta razón, madre.

El ser humano es ahora más joven y vigoroso que lo era hace un siglo con la misma edad. Suena a perogrullada pero así lo demuestra una mínima observación de nuestro entorno y un paseo por la wikipedia buscando la edad con la que picaba billete la mayoría de humanos en el siglo XIX y principios del XX. 

Llegamos más lejos pero no sé si llegamos mejor, aunque yo creo que sí. También, es cierto, hay enfermedades crueles (siempre las hubo pero no había etiqueta científica) que se ceban en niños, jóvenes y personas de menos edad.

La edad, si no otra cosa, nos retira de nuestras actividades principales. A cada actividad, una edad. Con la que yo tengo ya he asistido a multitud de despedidas de compañeros de profesión a los que un buen día les toca ponerse de bonito después de haber vaciado los cajones de la mesa y las estanterías de su despacho, firmar o no algunos papelajos y cerrar definitivamente una puerta con unas emotivas palabras y alguna palmadita en la espalda.

En otras actividades, esa despedida suele hacerse en plenitud física ante la vida que resta, pero que ya no consiente ni un minuto más de intensidad. Ocurre, especialmente, en el deporte. Hemos asistido a la eclosión de figuras del deporte que han desarrollado su carrera profesional durante quince o veinte años colmándonos de satisfacciones, pero a ellos también les llega el momento de colgar las botas, la raqueta, la bicicleta o el kimono.

Se va Piqué como antes se fueron Federer, Raúl, Induráin y otras figuras del deporte. El rendimiento físico pierde fuelle y el relevo empuja con el ímpetu que proporciona su juventud. Gilles Simón (37 años), en el reciente Paris Bercy, se deshizo en un memorable y maratoniano partido del jovencito Taylor Fritz (26 años) pero al día siguiente no pudo resistir el azote del otro jovencito Felix Auger-Aliassime (22 años) sucumbiendo, agotado, en poco más de una hora. Las piernas ya no corren y la fatiga se adueña del cuerpo y atenaza el brazo.

A Piqué le ha ocurrido lo mismo, y tambien otras cosas, y detrás empujan nuevas expectativas. El relevo presiona y cuesta atarse las botas asumiendo, desde el banquillo, la incertidumbre de saltar al césped.

Bien está, buena y exitosa ha sido la carrera. Como deportista su carrera ha sido impecable y sólo merece gratitud por su compromiso con el club. De sus fotos más icónicas, repetidas estos días con particulares puntos de vista, como culé y que me permitan la licencia mis más íntimos rivales y me disculpen, las que más inquina han levantado: una estirando la camiseta del Barça en un mítico 2-6 en el Bernabé - él marcó el sexto- y esa otra mostrando los cinco deditos de los cinco golitos esa manita milagrosa que puede compensar una mala temporada. 

Es un buen momento para decir adiós, chaval. Gracias.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...