No soy partidario, por supuesto, de ningún tipo de violencia. Pretendo ser un tipo de orden y me chirría todo lo que se eleva por encima de un nivel mínimo de tolerancia. Me molesta lo soez y en los chistes gruesos en público puedo a llegar a sentirme incómodo salvo que el contexto y el entorno lo justifiquen. (No me dan vahíos ni necesito un chute de sales si alguien dice pedo, culo, caca, pis).
Que a estas alturas unos chavales se pongan becerros con unas novatadas verbales que no pasan de ahí, en el entorno de un colegio mayor -no lo saquemos de contexto- no debería ser una noticia muy relevante y menos en momentos donde el agua empieza a llegarnos al cuello ante una situación económica muy crítica y con una amenaza creíble de colapso nuclear (lo dice Biden).
No justifico esa exhibición grupal de testosterona verbal y creo que no debería estar exento, como mínimo, de una severa amonestación. De ahí a asistir atónito a toda la retahíla de declaraciones, manifestaciones, aspavientos y desmayos de un montón de cursis intelectuales afectadísimos, ofendidísimos e indignadísimos por esa gamberrada hay un abismo.
Vuelvo a decir que soy hijo, esposo y padre de mujeres de distintas generaciones; amigo y compañero de otras tantas a las que les profeso, igual que a los hombres, todo mi respeto y consideración. Y básicamente entiendo que el resultado de lo contrario no es otra cosa que la falta de educación.
Cuidado Esteso, que todavía te pueden mandar al talego por tu Ramona aunque a otros les disculpen sus pedorretas de la Dominga de Echeminga que, por supuesto, es mucho más gracioso y en todo caso siempre será "libertad de expresión". Ya sabemos aquello del doble rasero y que una cosa es a opinión pública y otra muy distinta la opinión publicada.
Lo peor, tras el eructo, son los rebuznos de los que miran hacia otro lado cuando les conviene o cuando no les importa la mujer ultrajada.
¿Y ahora qué, nos ponemos ya a estudiar y a trabajar?
Vamos anda, que ya nos conocemos.
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