Reconozco haber abandonado su uso desde hace ya algún tiempo. El dress code de mi profesión me viene dictado por reglamento así es que no debo preocuparme de mucho más que por cumplirlo y punto. Por contra, salvo en bodas y algún bautizo o funeral, en mi vida civil o particular ya no suelo apretar un nudo windsor en mi cuello. Tengo, no obstante, un adecuado número de corbatas de todo tipo y válidas para cualquier ocasión, pero, colgadas en el corbatero del armario, me miran con más displicencia que deseo, cuando abro las puertas del armario para tomar cualquier otra prenda.
Es cierto que salvo en el mundo de la banca, en la de los entrenadores de baloncesto (es bien curioso) y en todas las secciones de El Corte Inglés, la corbata está quedando obsoleta.
Si un tipo pretende venderte una moto no por el hecho de llevar corbata tendría por qué lograrlo pero indudablemente aporta algo más de seriedad. Será un error pero es así. Si te atiende un bancario con una corbata sobria perfectamente anudada a su cuello y tapando el último botón del cuello perfectamente abrochado aporta cierta fiabilidad.
Si un tipo se sube al estrado sin corbata -con la excusa del cambio climático- (ya no toca, que estamos en otoño) y te vende sus motos, pues claro, no te fías. Si te has apeado del uso de esa prenda, ya me da igual que la dejes en tu corbatero o que te la anudes en la frente como un becerro cualquiera en una despedida de solteros o al final de la boda o de cualquier otra farra.
No hay cosa más hortera (y más extendida) que quitarse una corbata en público o quedarse en mangas de camisa (remangada) y la corbata en el tercer botón. Y por cierto, en un mediático juicio que se está celebrando en Palma y transmitido en streaming al finalizar las vistas, en la misma sala donde sudan tinta china investigados y testigos, como los mercaderes expulsados del Templo a algunos de los letrados tiempo les falta para desprenderse de ese honroso complemento. Los que lo llevan, porque alguno, salvo por su toga, se muestran descamisados o despechugados, como decía padre, añadiendo una de sus frases míticas: "para llegar a ser un señor hay que mear alfombras" (y a ser posible no desprenderse de la corbata ni quedarse en mangas de camisa)
He sudado en bodas por darlo todo en los bailes hasta empapar hasta el forro de los bolsillos de la chaqueta y he regresado a casa con el traje, la camisa y la corbata tal y como los llevaba al salir del portal. No hay otra.
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