Primeros ochenta (otra vez, sí) y apenas nos alcanzaba el tiempo para acicalarnos tras la excursión a la playa, echarnos un par de rociones de Eau Sauvaje sobre el cuello y volar hasta el restaurante donde hubiéramos quedado para iniciar una nueva noche palmesana. Cualquier opción era suficientemente válida. Unos noches en Sa Prensa y otras en el Can Pelut o cualquier otra pizzería. No nos importaba mucho. Éramos capaces hasta de cenar una paella porque, tal y como nos cantaba la televisión con el anuncio de Kas, la noche era nuestra.
Así lo creíamos, ingenuos, cuando después de muchas vueltas y de muchas rutas por la ciudad, acabábamos encontrando un hueco para el coche en el Paseo Marítimo y nos adentrábamos en el nudo lúdico de los locales más reputados. Con mucha frescura y jovialidad nos apostábamos junto a la extensa barra del Corb Marí e iniciábamos las rondas de mirindas.
La ruta era muy exigente y al rato, después de los primeros escarceos de fogueo ascendíamos los escalones que nos llevaban al portal de la entonces joya del Marítimo: Luna. Earth, wind & fire, Kool & the gang, Sylvester y un largo etcétera de música, mucho funk y muchas copas re-li-gio-sa-men-te pagadas por los que las consumíamos. Nadie invitaba, no se estilaba y aquellos empresarios del mundo de la noche se estiraban más bien poco. Por muchas rondas que consumiéramos rara vez caía ni un chupito de cortesía.
Corría mucha pasta, en pesetas, a la velocidad de las propias consumiciones y al final de la noche, con el sol apuntando por encima de un horizonte hilvanado por los mástiles del Náutico, llegaba el momento de subir por la Avenida Argentina hasta caer en nuestras camas, rendidos, fundidos en nuestras propias ensoñaciones sin sospechar siquiera el volumen de negocio que acaparaba aquella noche palmesana.
Fueron pasando los años, aparecían nuevos locales al tiempo que otros iban despareciendo o cambiando de nombre y de titular y lógicamente se incorporaron nuevos empresarios del ocio nocturno. Algunos llegaron a controlar muchos de ellos e incluso varias zonas tanto de la ciudad como de enclaves más alejados.
La noche dejó de ser nuestra y empezó a ser de ellos.
En la actualidad, mi provisional y forzosa lejanía con las pistas de tenis me obliga a desarrollar actividades alternativas y muchas tardes me lanzo a caminar con cierta intensidad. Una de las rutas me lleva al viejo Paseo Marítimo y recorro muchas de las aceras en las que languidecen, como restos de su propio naufragio, la mayor parte de aquellos locales de copas. Ruinosos cascarones de cemento y grafitis, despojados de la gloria de nuestra memoria solamente los okupa el más hiriente de los abandonos.
Se está celebrando en Palma un macro juicio en el que desfilan y declaran, unos como testigos y otros como imputados, cientos de personajes de la noche, empresarios de locales de ocio muchos de ellos. Amenazas, extorsiones, persecución, acoso, testigos protegidos...igual que en los thrillers de casinos de Las Vegas. Se deduce, del seguimiento de las vistas, lo que no sospechábamos cuando éramos tan jóvenes y la noche era nuestra: el importe de nuestras consumiciones, insisto, religiosamente pagadas por nosotros, estaba cimentando opacos y tenebrosos negocios.
Qué lástima.