Lo vi hace unos días en la película El último día de los Smiths (Stephen Kijak, 2021): una joven fan se desmorona, presa del pavor, sobre una caja de discos y cassettes en venta (inalcanzables económicamente a su púber bolsillo) intentando abordar con sus brazos toda la obra y atrapar el aroma de su música, al acabar de conocer la disolución y separación del grupo. El relato queda flojito en su argumento (desfase juvenil de una generación ochentera enfrentada, en tribus urbanas, por lucha de estilos musicales) pero nos envuelve en un entorno nostálgico de la música de The Smiths. Cuesta dar con un contenido argumental que justifique una hora y media de ese pop británico con el aroma inconfundible de los vinilos, sus cubiertas, los cajones y expositores de las tiendas de discos...si, todo eso tenía aroma; la música de aquella generación tenía aroma.
Yo me pasaba las horas tratando de elegir qué disco comprar con los escasas mil y pico pesetas que tenía de presupuesto. Entonces, 70/80, los LP,s, la mayoría, venían envueltos en celofán, de tal manera que si era uno de estos el elegido y lo llevabas a casa ya no podías devolverlo. Por contra, cuántas veces me llevé alguno de los que vendían con la cubierta de cartón, sin celofán; lo grababa en una TDK y lo cambiaba por otro...unas cuantas veces. (¿Habrá prescrito esto?)
Cuando desprecintabas el disco, una bocanada de aroma de música se filtraba por las fosas nasales y cuando sacabas el vinilo, la funda de cartón olía muy bien... Lo mismo los cassettes. Al empezar a sonar la primera canción te quedabas contemplando el dibujo de la funda o la fotografía artística (muchos creadores y diseñadores plásticos vivían de ese negocio), leías las letras de las canciones -los que las incorporaban- y al final, ese mismo aroma se quedaba impregnado en las manos. Escuchadas al tiempo que leídas, una y otra vez, cómo no ibas a ser capaz de aprendértelas de memoria a pesar del pobre nivel de inglés adquirido en el viejo bachillerato.
Luego, cuando aquel disco se incorporaba a la estantería del mueble con ruedas de la cadena musical y descansaba junto al resto seguía desprendiendo su aroma (y tal vez, lejano, el sonido de sus canciones). En cuanto te acercabas a ese lugar y buscabas alguno había algo parecido a una pugna entre ellos, a ver cual, por su recuerdo aromático-musical, era el seleccionado.
A qué narices huele hoy el mp3, el spotify, el dispositivo digital o la radio con la que escuchamos hoy aquella misma música. A qué huele el bluetooth? Qué tipo de aroma desprende la música de The Smiths en una barra de sonido, por mucha calidad que nos brinde el subwoofer? Yo te lo digo: ningún olor, ningún aroma que te aproxime a la generación en la cual se editaron aquellas canciones.
¿A qué huele tu playlist?
Ese y otros tantos aromas perdidos....¿Nostálgicos? Será que nos hacemos mayores.... Besos
ResponderEliminarY la nostalgia también desprende su aroma, el de todo lo vivido. Menos mal. Besos.
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