Abruptamente, sin preaviso, un buen día te sorprende el hastío veraniego. Es el no saber qué hacer con tu vida, pero no en un futuro a medio o largo plazo, no, es ya, para las primeras horas de ese aciago día. De pronto descubres que la rutina más o menos ociosa de las semanas anteriores ya no tiene vigencia alguna. No te ves nuevamente preparando la mochila de la playa y contemplas la posibilidad de dedicarte ese día a no hacer absolutamente nada.
Esa sensación de vacío suele coincidir casi matemáticamente con las fechas próximas a la festividad de mediados de agosto. Es como si un perverso algoritmo te anticipara que el frasco de la felicidad del verano ya está lleno. Que ya se acabaron las tardes de brisa en la orilla o de las cañas en la terraza o de los menús fresquitos a la sombra de un toldito. Ya no salen conejos de la chistera y cuesta hasta recoger las tazas del desayuno, donde ha quedado cuajado y frío el poso del café como metáfora indeseable del irremediable anuncio: se acerca el final de verano y no nos salen las cuentas. Dónde están esos felices días de chapuzones y jolgorio, dónde la pelota de Nivea, dónde la caja del primer tubo de protección solar, dónde la funda de plástico en la que iba envuelta la sombrilla, dónde los primeros saludos a los residentes de la playa familiar que anunciaban el inicio de una nueva temporada, dónde el primer cucurucho o la primera tapa de ensaladilla que no valía nada pero que en bañador y rodeado de amigos entre aguas turquesas sienta como la de Berasategui. Dónde se ha quedado la arena que nuestros pies y las chancletas le han hurtado involuntariamente a esa playa, dónde el llanto desconsolado del bebé que no quería salir del agua, o no quería entrar, donde está el bañista que, con tubo y aletas, se fue introduciendo en el mar, nadando hasta el horizonte, hasta perderse de vista. Lo que no me importa en absoluto es saber dónde están estas pandillas de insufribles jovencitos de porrito y reguetón, de botellona de vodka antes del mediodía que no sabes si van o vuelven de su farra nocturna. Estos están bien si se pierden más allá del horizonte.
Dónde todo eso y ahora, ¿qué hacer?
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