lunes, 6 de junio de 2022

Palma en el blue emt

No se puede circular por la vida sin darse cuenta de lo que pasa alrededor. Yo, por lo menos, no puedo. La lenta y procelosa recuperación funcional de mi brazo derecho, entre otras gracias, me niega la posibilidad, por el momento, de conducir y me veo obligado a emplear el blue emt para desplazarme por Palma, tanto hasta mi puesto en la trinchera como hasta la clínica de rehabilitación, donde un pelotón de ángeles, investidos de gracia y cordialidad, cuidan y miman a diario los cuerpos rotos de docenas de personas sujetas a una perseverante terapia de recuperación. Gracias!

El trayecto urbano recorre alrededor de las siete de la mañana una distancia suficientemente larga como para que un incesante relevo de ciudadanos suban y se apeen del bus en las distintas paradas de la línea. Estudiantes y trabajadores, mayoritariamente, son los usuarios a esa hora. Todos sujetos a su pantallita. Pelos de colores, perforaciones y tatuajes, dilataciones, camisetas ajustadas, escotes desinhibidos, zapatillas deportivas y mochilas abultadas.

El retrato sociológico se correspondería, para que se me entienda, con el reparto urbano de cualquier serie española del netflix. Nada chirría, es lo que hay. La pandilla de Entrevías o la tropa que se regocija con las peripecias de este lumpen tóxico de La Casa de Papel van subiendo y bajando del bus en un trayecto que enlaza dos barrios extremos de una ciudad que no acaba de desperezarse a primera hora del día pero que rebosa humanidad en las horas centrales. Los turistas no suben al bus pero colapsan las calles y terrazas del centro con sus ropas informales y veraniegas. Pocas bolsas (pocas compras) pero no se ven sillas libres en torno a las mesas de bares y restaurantes. Atiza ya el sol y las temperaturas en el interior sofocan el ánimo de algunos de los viajeros. En la ciudadanía de edad más avanzada se advierte la resignación de verse obligado a viajar sujeto a la barra mientras que muchos de los jovencitos rendidos al tiktok prefieren no alzar la mirada para no tener que ceder su asiento. Esto es así y piensa uno hasta dónde alcanzó y para qué sirvió aquella rutilante asignatura inventada por revolucionarios programas de enseñanza escolar y que se llama ( o se llamaba) educación para la ciudadanía. 

La mirada se extravía en las azoteas y cornisas de muchos de los edificios en los que uno no debe reparar cuando es quien conduce su coche. Ajeno ahora a ese deber de atención y concentración, me fijo en muchos de los edificios e inmuebles que se prestan a la contemplación relajada y distraída. Hay fachadas muy significativas que merecen mayor atención. También hay monstruosidades urbanísticas que claman piqueta, desde su proyección en décadas pasadas por algún urbagnóstico o porque el mal gusto y la dejadez del propietario y de alguna autoridad no tienen límites. Es ciertamente insaciable y no descansó nunca.

Todo pasa y siguiendo escrupulosamente la recomendación/autorización del cirujano, liberado del cabestrillo y con el brazo sin andamiaje, recupero el volante. 

Vuelvo al asfalto

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