No es que haga calor, no. Es que España tiene la fiebre muy alta. Encamada, con una bolsita de hielo sobre la frente y con calenturas en las comisuras de los labios. Esta es la imagen que refleja de sí misma, en el mapa de la información meteorológica, nuestra querida España. Lamentablemente lo peor en estas condiciones es el fuego que hace arder grandes extensiones forestales y no estamos precisamente para permitirnos ese lujo.
Una lengua incandescente, como la lava que brotaba hace unos meses del volcán de La Palma, se extiende desde el norte de África hasta los Pirineos. Tangencialmente, junto a lo más intenso del calor y del color, como si fueran zonas más frescas, en tono anaranjado, esa lengua alcanza el sur de Francia y parte del Mediterráneo hasta lamer el perfil de las Baleares.
Un perceptible escalofrío recorre nuestra espalda al echarle un vistazo, leve y seco, a los titulares de los informativos. Todos parecen ponerse de acuerdo al seleccionar la noticia del día. Como si no hubiera una guerra abierta entre rusos y ucranianos, como si el virus del mono hubiera dejado de atraer interés informativo, como si los argelinos nos hubieran invitado a participar en un certamen de juegos florales, como si no hubiera una encendida campaña electoral con insinuantes invitaciones a tocamientos de todo tipo....como si no hubiera otra tragedia más grave en el mundo que una terrorífica ola de calor.
Es una subida de fiebre, es un virus de temporada, aunque parezca la antesala del infierno a la que nos asomamos todos los años aunque, con mayor precisión en datos y con mejores medidores, podamos decir que nunca antes se habían alcanzado estas temperaturas.
Será así, no voy a discutirlo, pero yo siempre digo lo mismo. Recuerdo los años de mi infancia en Barcelona, en agosto, en las horas centrales del día, en los que descalzos y con poco más que un pantaloncito corto nos estirábamos en el suelo, sobre las fresquitas baldosas de terrazo o nos asomábamos a la calima que envolvía la ciudad, a través de la escueta rendija entre las lamas de las persianas de madera (barniz crujido y áspero) bajada hasta el suelo que apenas permitía que entrara en las habitaciones un hilo de luz y un soplido espeso y flamígero que ardía en nuestras córneas...y noventa por ciento de humedad en el aire.
Calor dices. No, bonita, eso es fiebre. (ese mítico redoble de batería llegando al final de la canción)
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