lunes, 17 de enero de 2022

Tú eres el protagonista

Cualquier mañana. Se presenta la madrugada oscura pero con cielo despejado.  Un leve pellizco de claridad rojiza asoma tímidamente por el horizonte. La radio del coche está encendida pero expresamente liberada, esta mañana,  de la misión de proporcionar una información rutinaria de la actualidad. Prefiero escuchar música aunque a veces se imponen voces tontas de radio fórmula de las que huyo como del reguetón o de anuncios más tontos todavía. Solo quisiera escuchar canciones sin interrupciones, las que sonaran al azar o al compás de cualquier maldito algoritmo radiofónico. Continúa agonizando radio3 y  parece que no hay nadie dispuesto a evitarlo. Solamente, y con cuentagotas, algún programa de actualidad musical y, eso sí, el último gran superviviente de una casta de locutores que han conjugado perfectamente sus conocimientos musicales y el mundo de la radio: Santiago Alcanda, capaz de iluminar cualquier mediodía con viejos éxitos ya olvidados de jinetes y amazonas de otra época. Michael Franks, James Taylor, Jackson Brown, Neil Young, Linda Ronstadt...Pero también capaz de sorprender a la audiencia con programas dedicados a dos ídolos caídos del escenario nacional: Antonio Vega y Enrique Urquijo.

Podría seleccionar la música que tengo en mis dispositivos pero la vetustez y rumanización o cubanización de mi coche ya no admite más conexiones que las que figuraban en él hace dieciocho años. Y el blutuz no está entre ellas. Y que dure el coche.

Apenas hay tráfico rodado a estas horas. Tampoco circulan muchos peatones. Inusualmente, la temperatura, doce grados a esta hora, es muy templada y permite circular con la ventanilla bajada.

De repente suena una buena y bonita canción que me hace vibrar por encima de lo que mi cuerpo puede dar a estas alturas del día. Es evocadora, mucho, de una época pasada. La recuerdo de cuando mis pies todavía calzaban guarismos inferiores a los correspondientes a la talla cuarenta. Unos cincuenta años, más o menos.

Imagino, vibrando y susurrando sus estrofas, un plano elevado de la escena, dronizada la visión de un tipo en su viejo megane circulando por calles semi vacías de una ciudad mediterránea, serpenteando entre los carriles marcados en el asfalto húmedo por el relente. El zoom se acerca hasta la ventanilla del conductor y se ven sus labios articulando palabras mudas en esos momentos en el que, desinhibido, el inglés fluye como si lo hubiera aprendido en Oxford. Los dedos tamborilean sobre el volante y sobre la palanca de cambios y la imagen transmite un vitalista optimismo.

Es una canción lo suficientemente larga y fácil como para disfrutar de buena parte del recorrido hasta las inmediaciones del punto de destino. Forma parte de la banda sonora de la vida, de la mía y muy probablemente de la de muchos de mis semejantes en edad y gustos musicales. Escucharla me ayuda a reflexionar sobre el gran talento del autor, ocultado por el brillo del resto de sus compañeros. Tal vez se tardó mucho en reconocer su mérito y por supuesto para que esto sucediera pesó mucho, desgraciadamente para él, el hecho de haber fallecido.

A mí, escuchar esa canción,  me sirvió para empezar el día cantando, imaginando un cortometraje, yo como director y actor único, sin más argumento que gozar de ese momento, evocar una etapa remota de la vida y ensimismarme en una vital y gozosa manera de interpretar la madrugada de uno de los primeros días de un año para volver a ilusionarnos con la esperanza de una verdadera normalidad. 

Otros protagonistas de su propia vida disfrutarán con distintas canciones. La mía, ese día fue esta

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