lunes, 15 de noviembre de 2021

Rías Baixas, por fin

Con la ilusión de un debutante iba amontonando encima de la cama, las tres camisas, las mudas y dos pantalones que constituían el mínimo equipaje para una escapada de fin de semana. Destino: Rías Baixas.

Entre unas cosas y otras, pandemia por medio, hacía tanto tiempo que no visitaba esa zona que tenía serias dudas sobre si iba a recordar como despiezar adecuadamente una buena nécora aunque creo que eso es como el tópico de la bici, nunca se olvida. Lo mejor sería entregarse a una buena práctica con mucha repetición.

Además del marisco que en esta época del año empieza a alcanzar el sublime grado de la excelencia, las Rías Baixas -Galicia en general- exhiben una rotunda oferta de pescados que en el Mediterráneo (hay otras cosas sublimes y excelentes) contemplamos con serias dudas sobre su sabor y rotundidad de sus carnes. Influye mucho, entre otras cosas, la temperatura del agua. Una merluza, una lubina o un sargo gallegos, por ejemplo, en una preparación al horno tienen una textura mucho más consistente y masticable y son más contundentes tanto en sabor como en aroma. Esto es así.

Nos dejamos llevar por las sinuosas carreteras que llevan de una ría a la otra, paseando entre bosques de eucaliptos y acompañados permanentemente por un radiante sol, excepcional y asombrosamente presente durante toda la escapada. Bordeando el litoral sur de la ría de Pontevedra, unidos como un rosario por la sinuosa carretera vamos recorriendo los pequeños pueblos y aldeas. La temperatura invita a cerrar el cuello del tabardo. En Bueu, mercado de abastos, asalta a nuestra atención la inabordable oferta de centollas, rodaballo salvajes y sargos de ración a precios imbatibles si pensamos en nuestros mercados domésticos de Baleares.

En Hio una obligada foto en Cabo do Home, Cíes al fondo y visita a la playa de Área Brava con una mirada al fondo donde un matrimonio y sus dos hijas hacen carreras en la orilla y recogen conchas nacaradas...

Un sencillo mantel blanco, herido de años y de miles de lavados, resiste el azote del tiempo. Como el resto del templo no se resigna a su desaparición y con lento pulso mantiene una firme y suculenta oferta gastronómica; tal vez una de las mejores centollas que jamás comí. Un excelente pulpo - cómo no- las imprescindibles zamburiñas a la plancha y un par de sargos a los que, por poner algo, les sobró un pellizco de horno de más. Casa Simón como un viejo cascarón varado en la orilla de Cangas do Morrazo sobrevive día a día, casi milagrosamente, por el afán indestructible de una familia entregada a perpetuar el legado de sus ancestros. Mucha suerte les deseo.

Por el amplio conocimiento de la zona, la hoja de ruta venía diseñada de antemano. Seguir una sugerencia de un entendido en la materia suele ser una apuesta ganadora. En esta ocasión, sin embargo, o falló el lugar o erramos en la elección. El restaurante Marusía de A Guarda nos dejó una honda decepción. Pese al criterio en contra de mis compañeros de viaje y de mesa, una almeja o un mejillón en mal estado, y no otra cosa, me arruinó la tarde noche y me quedé sin el postre del último día: la tortilla de Cacheiras. Me quedo tranquilo tras comprobar que mi ración no se quedó en la bandeja. Buen provecho compañero.




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