Me dice Jaime B. (el hombre que conducía un AX) que últimamente en mi blog advierte muestras de pesimismo o desánimo. Pues no es mi intención. Sobre el teclado virtual de la olivetti, en cuanto mi sistema operativo comienza a trazar la ruta del día, es cierto que me cuesta mucho eludir las inquietudes con las que sabemos que nos vamos a encontrar en cuanto echemos pie a tierra. En cualquier caso, yo se lo niego.
En el estado de ánimo confluyen multitud de estímulos, positivos y negativos, que inclinan la expresión facial hacia una sonrisa en algunas ocasiones o al escepticismo total en otras. Normal. Un sábado del pasado septiembre, llegando in-extremis a una pelota muy alejada de mi drive un pinchazo agudo en mi zona lumbar apagó la satisfacción de haber acabado ganando el punto. Acusé la molestia y seguí jugando pero el daño estaba ahí, como el bocado de una leona en la pata de un ñu que, a pesar del ataque, logra zafarse del depredador y salva la vida. Desde entonces y con episodios realmente dolorosos y mu malos de sufrir no he vuelto a pisar una pista de tenis y voy camino de los dos meses sin mi favorita válvula de escape, alejado de la arcilla roja.
Hasta ese momento, los vapores de la ansiedad y malas sensaciones que provocan las chinitas que entran en mis zapatos todos los días, los paliaba deslizando mis zapatillas sobre la tierra batida.
Es un factor a tener muy en cuenta. Mientras se cura mi herida, para aplacar mis malos ánimos, debo conformarme con actividades de nulo esfuerzo físico, esperando pacientemente y deseando que a cada movimiento simple no me recuerde mi zona lumbar la tenebrosa imagen de la resonancia magnética de mi maltrecha columna...
Llega el otoño y vuelve el tiempo de visitar el mercado los sábados por la mañana, muy tempranito para evitar aglomeraciones masivas y tropezones en los estrechos pasillos de los puestos de pescado. Mi hedonismo gastronómico que con tanto esmero vengo cultivando desde hace mucho tiempo me ayuda a tirar del carrito de la compra: los pescados y los mariscos expuestos sobre mares de hielo generan suculentas expectativas para la mesa de los sábados, día sagrado en mi cocina para que los Rollings o Tina Turner pongan su música de fondo y sobre los fogones, a todo trapo, hasta lograr que se me vayan los pies.
El resultado: unos fideos de vendimia tuneados, como un marmitako, con finos bocados de llampuga o una sabrosa crema de calabaza o unos jugosos níscalos (rovellons) o un pez limón (serviola) al horno sobre un impagable fondo de patata panadera, cebolla y ajos laminados ligeramente tostados. Por ejemplo.
Pesimista yo Jaime AX? Creo que va a ser que no.
Asís, se me hace la boca agua con tu descripción.
ResponderEliminar¡No sabía que eras un "Carpanta"!
A mi también me encantan los mercados de alimentos: los colores, olores, sonidos,... Me ensalzan el optimismo.
En el fondo somos animales, aunque dicen que racionales.