lunes, 25 de octubre de 2021

El juego del calamar

Reconozco que suelo dejarme llevar por una consolidada tendencia negativa y perezosa a la hora de afrontar, mando de la tele en mano, el inicio de cualquier serie. A esa hora de la noche posterior a la cena en la que los párpados empiezan a pesar y la mente acusa el número de horas acumuladas desde la primera pisada matutina de mi pie izquierdo en tierra, frente al monitor, mi cuerpo se rinde a la evidencia y cualquier sucesión de imágenes en movimiento con un poco de música y algún diálogo me empuja a envolverme en un ovillo de indolencia y me apetece mucho más cerrar lo ojos: que sea lo que Dios quiera, pienso.

Asoma entonces la recomendación ajena de esa serie de moda en una perversa plataforma televisiva. El puntero recorre un inacabable directorio de películas, series y otro programas pero no soy capaz de leer (más pereza aún) la sinopsis que acompaña a cada carátula. 

Me dejo llevar y aparece, por fin, la serie buscada. Play. Segundos de carga y acabamos frente a unos sujetos, al parecer, coreanos o algo así con un lenguaje desconocido e ininteligible para mí. (más pereza). Vuelve para atras el puntero y se va a la tecla de versión y/o subtítulos. Es igual, qué más me da, sigo sin entender nada. Al tiempo que avanza el capítulo más desazón me produce el hilo argumental. Los personajes me resultan tan extraños como si fueran extraterrestres y más ajenos que mucha de su gastronomía (que me perdonen).

Con mi tableta en mano, mis ojos y parte de mi mente simultanean mi atención entro lo que veo a media distancia y lo que tengo más cerca: repaso de mis fuentes, mi blog, mis visitas -contadas- al feisbuk y si hay algo de suerte alguna retransmisión deportiva digna de interés.

Necesito ya un acelerado proceso de hiperventilación y mi boca se abre como la de un león en el Serengueti después de papearse una cebra y los coreanos siguen expuestos a una sangrienta escabechina. Brutal y violenta, me pregunto dónde está la gracia y dónde el mensaje subliminal. Estos tipos no hacen las series con la mera intención de entretenernos, no. Buscan algo más y, hoy en día, con la pandemia hemos podido comprobarlo, el que se proponga cualquier método perverso de liquidar a una buena parte de la humanidad, prácticamente con una buena dosis de malicia lo tendría fácil.

Envenenado por la incertidumbre del final, casi sin prestarle atención he seguido con esa mirada alternada a media distancia. Ya quedan pocos supervivientes y mis pies ya se arrastrarían por la alfombra hacia un lugar seguro sin malicia y no sanguinolento. Me resisto a saber cómo acaba la serie o acaso esta temporada, porque como, es un hecho contrastado, está siendo el éxito de la temporada, puede que se prolongue unos cuantos años más. ¿Será por falta de coreanos?

Paso. Me ceñiré a mi tableta, a mis cosas, a mis retransmisiones deportivas. En ocasiones, un Rayo contra el Alavés te puede salvar la noche de un lunes. O lo mismo un campeonato de curling. O un combate de UFC....cualquier cosa que no me quite el sueño y mucho antes, en cualquier caso, que un puñado de coreanos cagados de miedo.

Ya entre sueños vislumbro la metáfora: no seremos nosotros -algunos españoles- los que hacemos de coreanos en un polideportivo descomunal y, atemorizados, estamos a punto de ser acribillados por impuestos, tasas, prohibiciones, obligaciones....sea todo por la libertad.

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