lunes, 5 de abril de 2021

Un año

Recuerdo especialmente el silencio. En las primeras mañanas del arresto domiciliario, hace ahora un año, las más madrugadoras luces del día venían empaquetadas al vacío; algo así como una atmósfera cero carente de los habituales sonidos de todos los días hasta entonces. Se escuchaba con nitidez el rumor de la propia respiración y algo más alejado el arrullo de las tórtolas. Ya levantado, guardando la rutina de la propia celda, al asomarme al balcón y al contraluz de los primeros y tímidos rayos del sol, me sobrecogía el gran manto de quietud que desnudaba los primeros días de confinamiento.

Apagados los aplausos solidarios de la tarde anterior, al ventilar la sala renovaba cada mañana el espíritu de sacrificio y de supervivencia. Un nuevo día, un nuevo reto, un nuevo récord. Luego vendrían los himnos y melodías de la resistencia, oficiales y reiterativos unos y algo más espontáneos e ilusionantes otros. Y al final, solo una mecánica rutina para que cada cual marcara su propia estrategia para salir adelante un día más.

Aprendimos a vivir como una subespecie de amish, sustituyendo el sirope de arce o la zarzaparrilla y la construcción de graneros por la cerveza, las pizzas y bizcochos caseros y por el consumo masivo de series de televisión.

De todas las experiencias de la vida se obtienen lecciones, a poco que seas capaz de extraerlas. De mi misión afgana supe aprender a vivir la soledad de los momentos en que me alejaba del grupo sin tener a mano el recurso próximo de la familia y de los amigos. Es cierto que mediante el teléfono y otras comunicaciones las distancias de contacto se estrechaban pero no proporcionaban la inmediatez del roce físico y cercano. Y efectivamente te conviertes en una isla abandonada con el rumor cercano del grupo de compañeros que en la quietud de los momentos íntimos -incluso el más sociable- siente la soledad y aprende a gestionarla. 

Nos acostumbramos a vivir con tal grado de restricción de libertades que luego, cualquier movimiento nos ha parecido un exceso: vivir a lo loco, como un tercer grado.


Este año nos ha enseñado a sobrevivir mirando una estadística; unos datos que crecían por una barrita de un color y descendían por otra paralela de otro color. También a estudiar una tabla variable y condicionada a los datos de esas barritas para saber cuánto y a qué horas podíamos separarnos de nuestro nido (celda). El rumor incesante de la interpretación de esas barritas ha dado pie a miles de especulaciones y a un sinfín de controversias y desgraciadamente, al final, hemos acabado escupiéndonos esos datos unos a otros. Divide y vencerás.

Si en lugar de exigir, prohibir, penalizar, castigar y finalmente dejar abandonados a su propia suerte a un montón de trabajadores, empresarios, comercios, etc, nos hubieran hecho una sabia recomendación ilustrada con el buen ejemplo de liderazgo real, otro gallo nos habría cantado.

Todo lo contrario. El ejemplo que se nos ha dado ha sido sencillamente lamentable. En todo. En general. 

Así nos va.

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