lunes, 22 de febrero de 2021

Desvelado e insomne decidió.

Tras unas cuantas noches sin poder pegar ojo debió creer, ingenuamente, que sería finalmente mejor abrirle la puerta al indio y meterlo en la cabaña, prefiriendo que meara hacia afuera a que desde fuera meara hacia adentro. Lo que jamás se imaginó era que aquel indio iba a ser capaz de mear indistintamente, según le apeteciera, desde dentro hacia afuera y también hacia adentro. El resultado, como no podía ser de otra manera; toda la cabaña con el hedor retestinado de la orina, todos los días y a todas horas. El indio, efectivamente, pertenecía a una rebelde tribu que se había propuesto mearse en todo: en las alfombras de los palacios, en los juzgados, en las universidades, en los parlamentos....hasta se hacían fotos orinando en la vía pública. Eso lo hacen muy bien, hay que reconocerlo.

Así estamos todos, con olor a meada de norte a sur y de este a oeste. Lo más hiriente es que, además de tener que contemplar horrorizados como esas hordas violentas y vociferantes exhiben toda su brutalidad  y claman por la perversión de su mal concebido derecho a la libertad de opinión, arrasando con todo lo que se encuentran a su paso, desde enmoquetados despachos se jalea y se instiga a esas tribus a seguir meando por cualquier motivo; unas elecciones, una detención, una rancia y muy cansina reivindicación política... Y cada meada, un incendio: contenedores, mobiliario urbano, vehículos... Sea por lo que sea, se echan los indios a la calle y la lían entre el silencio cómplice de los más débiles de la cabaña y el aliento culpable de los instigadores.

Ahora lo es por un rapero al que le han insuflado el fatuo mérito épico de odiar, odiar y odiar y desear la ejecución vil y cobarde de todo cuanto se opone a su malentendido uso de sus derechos constitucionales.

Para hacernos olvidar los malos olores, lo mejor es abrir de par en par las ventanas

lunes, 15 de febrero de 2021

Bares, qué lugares!

Podría resultar obsceno escribir sobre el ocio en tiempos en los que cada vez se hacen más visibles las llamadas colas del hambre. Asumiéndolo con el mayor respeto y solidaridad no deja de ser también noticia diaria la lucha y el desquiciamiento general de los empresarios del sector de la hostelería que se han visto obligados a echar el cierre a sus establecimientos. Todos conocemos personalmente a muchos de ellos; cocineros (chefs de reconocido prestigio algunos), propietarios de bares y restaurantes, empresarios de la restauración, del catering, camareros, etc.. Todos ellos, sin excepción, son unos auténticos héroes; unos gladiadores a expensas ahora de recibir una escasa subvención que, en el mejor de los casos, no les alcanza ni para los primeros diez días de cada mes, mientras su paciencia y su ilusión por seguir adelante se va extinguiendo como la llama de una vela a la que cada día le queda menos mecha.

La culpa, paradójicamente, la tenemos -a partes iguales- algunos de ellos, pero sobre todo muchos de los clientes. Bueno, los malos clientes. La parte de culpa de los propietarios de los negocios lo es por su afán de servicio y por la necesidad de recuperar el terreno perdido hasta ahora en la batalla que empezaron a librar el pasado año, durante el confinamiento general. De los malos clientes preferiría no tener que decir mucho. 

Todos, quien más o quien menos en alguna ocasión, nos hemos resistido a abandonar la mesa o la barra de un local y lo hemos hecho, al final,  a regañadientes y después de haber asistido a la reposición de todos los botelleros, del arqueo de caja, del encendido de luces y del apagado del equipo de sonido, después de haber escuchado la última, la penúltima, la antepenúltima, la última de verdad, la de verdad, esta sí, la última. Hemos salido con las wayfarer delante de una mirada extraviada en el fondo de un vaso de tubo que quedo en la barra y ahí estaba el dueño del local, llaves en mano y soportándonos bonachona y pacientemente mientras tratábamos de encender sin mucho tino el último winston que quedaba en el paquete arrugado que todavía guardábamos en el bolsillo trasero izquierdo del levis

Pero ahora las cosas son de otra manera y aunque sea absolutamente legítimo tratar de recuperarnos anímicamente de lo que estamos padeciendo y que deseemos socializar y  reunirnos con nuestros amigos y familiares, compartir mesa y menú, unas cañas o un café, una botellita de vino o unas mirindas, deberíamos hacerlo con responsabilidad y prudencia. Así tendrá que ser si no queremos vivir en un permanente torbellino de aperturas y cierres hasta que el más resistente de los empresarios arroje definitivamente la toalla (pincha aquí) 

Te habrá gustado el cantito, Pedrito, espero.

(

lunes, 8 de febrero de 2021

La vida "on line"

Ya lo dije tras los primeros bocados a la gran empanada en la que nos encontramos: todos hemos hecho un gran esfuerzo, por instinto de supervivencia básicamente, en avanzar en el uso de todas las nuevas tecnologías que inicialmente teníamos a nuestra disposición para el mero ocio. Nos hemos habituado a viajar con los dedos, estirando planos sobre una pantalla y dejando entre pulgar e índice un paraíso que tardaremos en volver a visitar en carne y hueso. O hemos rastreado el fondo de una foto para averiguar quién es el tercero de la fila de una vieja foto digitalizada. O leemos en diagonal un artículo que fluye por las redes sociales que pone a caer de un burro a perenganito. Nos hemos tragado noticias falsas tan grandes como el Acueducto de Segovia o la Catedral del León y al cabo de unos minutos, el enterado de turno (siempre hay uno más receloso con según qué noticias) nos retrata sonrojado por haber picado el anzuelo.

Eso estaba muy bien, pero al final hemos sustituido en nuestros dispositivos móviles la ocupación/ocio por ocupación/trabajo y según los casos, con la exigencia de un alto rendimiento profesional. En primer lugar creo, sin duda alguna, que el mayor esfuerzo lo han tenido que hacer nuestros hijos adolescentes y universitarios. Pasar de asistir a las clases, subiendo y bajando en tumulto las escaleras y saliendo a tropel a los patios para ganarse el derecho a banco a tener quedarse en la orfandad del dormitorio, asistiendo a un aula virtual mientras la voz enlatada del profesor se mezcla con la pesarosa sensación de sueño, tedio, indiferencia y desinterés merece todo un tratado. Salieron airosos en el primer tramo de este rally pero, desgraciadamente, este curso las cosas no parece que vayan a cambiar mucho y todo y con eso, salvo que volvamos a un nada descartable nuevo confinamiento general, aún, en días alternos unos o de continuo los otros, han regresado al lugar de su recreo. Y a las aulas de verdad, claro está.

En el ámbito profesional nos hemos topado con infinidad de puestos de trabajo que se han transformado en una operación telefónica o virtual, a través de una pantalla donde hemos tenido que acudir para reparar daños, mejorar la salud, resolver dudas o emprender nuevos proyectos. Al otro lado, un sinfín de funcionarios, asistentes telefónicos, administrativos, técnicos, comerciales....tratando de atender y resolver lo que hasta hace unos meses se prestaba con  un servicio presencial. 

Es la nueva vida on line que ha venido para quedarse, desgraciadamente. En muchos de las facetas rutinarias sin duda ofrece una respuesta inmediata y se resuelven y satisfacen multitud de necesidades, pero vivir así permanentemente no mola nada.

lunes, 1 de febrero de 2021

¿Miedo?

¿Es tal vez el miedo la mejor vacuna? Quizá sí, el miedo racional, razonado, justificado pero siempre y cuando, sin  llevarnos al autobloqueo, nos obligue a mantener un uso prudente de nuestra actividad social y familiar. Si a ese miedo le añadimos el punto adecuado de sentido común y la cordura suficiente para no dejarnos llevar por él saldremos adelante. No es necesariamente malo tener miedo ni nos hace más cobardes. De temerarios e irresponsables están llenos los cementerios y no siempre la valentía va asociada a la inteligencia.

Cuando más grave y descontrolada parecía estar la pandemia, allá por el primer trimestre del año pasado, fue precisamente el miedo el que nos mantuvo confinados en nuestras casas. Y no solo era nuestro miedo personal, el de los ciudadanos; lo era también el de los gobernantes (en general) ante los más borrosos e indescifrables perfiles del virus. Se suponía, que cuando las cifras, merced a ese confinamiento general mundial, comenzaran a suavizar sus curvas de crecimiento y expansión, sabrían llevarnos, esos mismos gobernantes, por rutas más seguras. No fue así. Nada aprendimos porque nada nos enseñaron.

Entró entonces en juego el bochornoso triunfalismo de aquellos torpes ingenuos que pensaban (y pretendían hacernos creer) que estábamos derrotando al virus y que salíamos reforzados...¿en qué? pregunto yo. Desde aquel momento de explosión de júbilo -propio del  príncipe valiente de los cuentos infantiles que vence al dragón- la degradación social, económica y de salud ha ido en aumento hasta llegar a donde nos encontramos, de momento.

Confiábamos en la vacunación como en el bálsamo de fierabrás, pero me temo que hasta en eso nos han tomado el pelo y cuanto más arrecia el temporal más se quitan del medio los cantamañanas que presumen de los éxitos -por insignificantes y fatuos que sean- y se borran en los estrepitosos fracasos.

El fiasco de las vacunas ha dejado, además, en pelota picada a quienes habiéndola obtenido indebidamente tratan de justificarse y simular arrepentimiento. Lo hicieron para dar ejemplo, dicen algunos, después de haber sido sorprendidos  de noche, a oscuras y en un tenebroso callejón con la jeringuilla pinchada en el brazo. ¡Dios mío!

Esto es lo que hay. Me viene al pelo el título de esta canción, himno icónico para muchos de mi generación


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...