lunes, 11 de enero de 2021

Totum revolutum

Era esa una expresión muy utilizada en los primeros años de nuestra sagrada transición. Al menos yo, cuando la escucho muy raramente ahora, siempre recuerdo la voz de mi padre pronunciando esas palabras en clave de humor, la mayor parte de las veces. Era como si, hablando entre adultos veteranos, ante la presencia de los más jóvenes, utilizaran un lenguaje encriptado. Nada más lejos. Pasados los años y habiendo sido, además de testigo (casi púber), ávido lector de quienes sobre aquellos años escribieron posteriormente creo tener un criterio muy bien formado de aquello a lo que se referían concretamente cuando describían el panorama como de totum revolutum. 

En una de las estanterías de mi modesta biblioteca conservo algunos de los libros editados y publicados en la década de los 80, herencia recibida de mi padre. Muchos de ellos los leí en su momento en tiempos en los que no existían dispositivos móviles ni televisiones en emisión las veinticuatro horas. Como tampoco era habitual estar todo el día dando tumbos por la calle y había tiempo para todo, la lectura era un saludable hábito. Y además de textos literarios de otros géneros el relato político, de aquella proporcionaba el conocimiento de hechos y circunstancias vitales para el entendimiento de la transición y sumamente útiles hoy en día, cuando algún recién estrenado, con tono de erudito, pero con veinte o treinta años menos, exhibe impúdicamente su afán revisionista de la historia, que es nuestra historia. Esto es así.




Recientemente he recuperado y releído el libro de Javier Cercas Anatomía de un instante y con su personal versión de los hechos, sirve para ilustrar el ambiente desordenado de aquellos años y que recuerdan, en cierta manera, las circunstancias y condiciones con las  que nos hemos debido resignar a vivir en la actualidad.

Además de la pandemia mundial, de los brotes y rebrotes víricos, de sus olas secuenciales que se resisten a abandonarnos, vivimos momentos de gran insatisfacción general, una profunda crisis económica a la que le empiezan a salir sus afilados dientes y una permanente revisión de valores que parecen no tener más pretensión que la de volver a dividir entre buenos y malos según la acera política, filiación sexual, creencia religiosa y grado de educación y formación personal en que pille a cada cual.

Esa resignación, además, estamos condenados a vivirla en silencio, en casa, sin quejarnos y, en cualquier caso, aplaudiendo como las vacas cuando ver pasar el tren.

Menudo panorama

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