lunes, 25 de enero de 2021

Menos urgencia y más paciencia

Circulo muy despacito por la ciudad, con un ojo puesto en la calle, en el coche de delante, en el paso de cebra, en ese patín que rueda a toda pastilla, en la bici, en el niño, en el paraguas rojo, en las minúsculas gotas de lluvia que resbalan por el parabrisas... y el otro en el velocímetro. Acabo de traspasar el ángulo de enfoque del radar y temo haber pasado un suspiro por encima de los 30 kilómetros por hora...

Nos hacen circular despacito y tal vez sea mejor así. El móvil, los chats de los grupos, la información de internet, los acontecimientos, por contra, nos hacen vivir muy rápido y no sé si estamos saboreando la vida, a pesar de lo tonta y estúpida que se nos está poniendo. 

Vivimos tan rápido que hemos superado la velocidad a la que nos pasa la vida y hemos perdido la batalla contra el reloj y contra el calendario. 

Confiábamos y esperábamos que este nuevo 2021 iba a ser tan bueno como para hacernos olvidar su antecesor pero vistos los acontecimientos con los que se ha estrenado, algunos están deseando ya que pase rápido, que vuelva a salir la pedroche despelotá y estrenar el 2022 con el Musikveiren de Viena abarrotado de multimillonarios aplaudiendo la marcha Radeztky. (ojalá)

Un momento, por favor. Vivamos más despacito. Aprendamos a tener paciencia, aprendamos a esperar, aprendamos y entendamos que las cosas tienen un tiempo, que cumplir los objetivos es un proceso difícilmente compatible, si se pretender además la eficacia, con las prisas. Para urgencias, los bomberos.

Hemos desdeñado las tres horas de digestión a la que nos obligaban nuestros padres después de comer y antes de poder zambullirnos en el mar o en la piscina y, lo peor, hemos acostumbrado a nuestros hijos a que las cosas se consiguen al momento, al chasquido de unos dedos. Explícales ahora, en la ebullición permanente de sus chats o de sus tik-tok,s que se ha caído el servidor o que el router falla y espera comprensión por su parte.

Quedará muy antiguo, lo sé, pero sin prisas se vivía mucho mejor, se apreciaba el paso del tiempo sin urgencias tontas y se disfrutaba viendo, por ejemplo, como las agujas de aquel viejo reloj sumergible cronometraba cuánto tiempo eramos capaces de aguantar la respiración. 

Y lo que se disfrutaba el primer chapuzón una vez cumplida la digestión.

lunes, 18 de enero de 2021

Ni un rasguño

Llevamos casi un año cayéndonos chuzos de punta y la piel de quienes tenían la obligación de protegernos, enseñarnos y curarnos no ha sufrido daño alguno y por tanto no presenta el más mínimo rasguño. 

La improvisación, la falta de transparencia, el  cumplimiento de una hoja de ruta política (lo único en lo que ha habido un rigor pulcro y estricto) trazada con anterioridad al bocado del murciélago chino y, por encima de todo ello, el pésimo ejemplo de unos ¿líderes? erráticos han contribuido a que debamos resignarnos a esperar las sucesivas olas de la pandemia que puedan seguir azotándonos como quien se sienta en la orilla del mar una buena tarde de verano.

En lo que esto sigue cumpliéndose y ante el miedo a que algún rasguño mancille la imagen y eche por tierra las pretensiones electorales, se tapan la cara mientras dura el temporal, que ya saldrá el sol por Antequera. Y en el peor de los casos, siempre tienen a mano el recurso engañabobos del y tú más.

Pasará el temporal, de deshelarán las calles y los campos de esa España congelada y desamparada y efectivamente saldrá el sol. Y no pasará nada. 

Y, por supuesto, la mayor parte de los medios escupiendo siempre hacia el mismo lado, con odio y gana revanchista, con hambruna vieja de posguerra, tiña y piojos. Y así es tan díficil construir algo.

Aquí me quedo, sentado en la orilla, esperando a que llamen a mi puerta unos sujetos con su placentera sonrisa y sin rasguños en la cara que vendrán a recoger el sobre con mi voto. 




Esperando las olas, https://youtu.be/VQdOyN9_5k8



lunes, 11 de enero de 2021

Totum revolutum

Era esa una expresión muy utilizada en los primeros años de nuestra sagrada transición. Al menos yo, cuando la escucho muy raramente ahora, siempre recuerdo la voz de mi padre pronunciando esas palabras en clave de humor, la mayor parte de las veces. Era como si, hablando entre adultos veteranos, ante la presencia de los más jóvenes, utilizaran un lenguaje encriptado. Nada más lejos. Pasados los años y habiendo sido, además de testigo (casi púber), ávido lector de quienes sobre aquellos años escribieron posteriormente creo tener un criterio muy bien formado de aquello a lo que se referían concretamente cuando describían el panorama como de totum revolutum. 

En una de las estanterías de mi modesta biblioteca conservo algunos de los libros editados y publicados en la década de los 80, herencia recibida de mi padre. Muchos de ellos los leí en su momento en tiempos en los que no existían dispositivos móviles ni televisiones en emisión las veinticuatro horas. Como tampoco era habitual estar todo el día dando tumbos por la calle y había tiempo para todo, la lectura era un saludable hábito. Y además de textos literarios de otros géneros el relato político, de aquella proporcionaba el conocimiento de hechos y circunstancias vitales para el entendimiento de la transición y sumamente útiles hoy en día, cuando algún recién estrenado, con tono de erudito, pero con veinte o treinta años menos, exhibe impúdicamente su afán revisionista de la historia, que es nuestra historia. Esto es así.




Recientemente he recuperado y releído el libro de Javier Cercas Anatomía de un instante y con su personal versión de los hechos, sirve para ilustrar el ambiente desordenado de aquellos años y que recuerdan, en cierta manera, las circunstancias y condiciones con las  que nos hemos debido resignar a vivir en la actualidad.

Además de la pandemia mundial, de los brotes y rebrotes víricos, de sus olas secuenciales que se resisten a abandonarnos, vivimos momentos de gran insatisfacción general, una profunda crisis económica a la que le empiezan a salir sus afilados dientes y una permanente revisión de valores que parecen no tener más pretensión que la de volver a dividir entre buenos y malos según la acera política, filiación sexual, creencia religiosa y grado de educación y formación personal en que pille a cada cual.

Esa resignación, además, estamos condenados a vivirla en silencio, en casa, sin quejarnos y, en cualquier caso, aplaudiendo como las vacas cuando ver pasar el tren.

Menudo panorama

lunes, 4 de enero de 2021

Cierre de ejercicio

Me despierto descansado. Busco a tientas el pinganillo conectado a la radio y, enredado en las últimas y borrosas imágenes del sueño de esa noche, me lo calzo en una de las orejas, liberada hasta ese momento del más mínimo rumor. El contenido de las noticias que empiezo a escuchar resulta ya intemporal. Son idénticas a las de los últimos  nueve o diez meses y solo se ven alteradas por un nuevo fracaso del barça, un equipo, una sociedad deportiva, anclada en un proyecto de suicidio colectivo y lastrado por una deriva errante basada en su inexplicable implicación en un procés autodestructivo y disparatado. En lo meramente futbolístico, este año el barça pierde puntos en casa como quien deja propina por encima de sus posibilidades.

Me levanto y ni siquiera la rodilla derecha, a pesar de la intensidad del partido de tenis de ayer, da muestras de dolorosa molestia. Ni la espalda, ni el cuello, ni el hombro derecho, ni la cabeza. Todo es una confortable sensación de bienestar; ausencia de dolor y de leves molestias.

Desayuno relajado, cerca de las 7 y el silencio  de la casa apenas lo boicotea el soniquete radiofónico de la canción del día mientras repaso los principales titulares de prensa y  los guasaps de madrugada que llegaron a mi perfil cuando ya había sucumbido al agotamiento de la jornada y había decidido apagar el móvil.

Hasta el café ha salido con su punto de sabor y cremosidad y la tostada está crujiente. Me asomo a la coladuría y aparece un lejano y definido horizonte que empieza a rasgar un incipiente fulgor anaranjado y ahí, brillando, testigo impenitente de todos los días, el lucero del alba. El silencio y la quietud de la calle contribuyen a confirmar el confort de la madrugada. 

El tráfico rodado también es moderado y ágil, nadie parece tener muchas prisas. No hay colegios y  apenas furgonetas de reparto. Siendo un poco observador, este es un detalle que no pasa inadvertido y que desgraciadamente aporta un claro perfil para el diagnóstico de la grave situación de nuestra economía. 

Con esos pensamientos cruzados, confortables unos e inquietantes otros, me planto en el despacho, enciendo los luz, los ordenadores y la radio. Extiendo el mapa de rutina de uno de los últimos días de un ejercicio presupuestario extraño. Queda, un año más, la dulce satisfacción del deber cumplido donde, en este 2020 una buena parte de los recursos han ido a satisfacer la necesidad de protegerse de un virus diabólico y mortal que tanto ha cambiado nuestras vidas. En general y analizando los saldos de los distintos conceptos presupuestarios no nos ha ido tan mal. He asistido a mi vigésimo segundo (y último) cierre de ejercicio y mirando con cierta nostalgia no puedo evitar recordar los más remotos, sin tanta información, sin tanta aplicación, sin tantos apoyos y sin tanta experiencia. Y salíamos airosos, como cabía esperar o como alguien esperaba de nosotros.

Quiero despedir ya, profesionalmente, este año incierto, rabiosamente molesto, triste para muchos, y doloroso para todos y abrir el calendario del nuevo año y del nuevo ejercicio y quiero, en este punto, recordar a todos mis manolos, mis compañeros de viaje; los que siguen, los que se fueron, los que nos dejaron.  

Quisiera aprovechar el confort con el que me he despertado para cargar de ilusión y esperanza los proyectos de 2021 y empezarlo con buen pie, ausente de dolor y de molestias.

Eso deseo para ti, para tu familia, para tus amigos.


FELIZ 2021


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...