lunes, 29 de junio de 2020

A cara descubierta

Me quito por un instante la mascarilla y manifiesto a cara descubierta (es una expresión) lo siguiente:

Tengo madre, a la que quiero, admiro, respeto y jamás maltraté. Estoy casado con una mujer a la que quiero, admiro, respeto y jamás he maltratado. Soy padre de dos hijas a las que quiero, admiro, respeto y jamás he maltratado. Cuando he considerado que debía hacerlo, he suministrado un par de cucharadas de jarabe de palo, eso sí, sin extralimitarme en el uso de la fuerza (algún cachete con igual intensidad de los que recibí y contra los que no cabe reproche alguno, sino agradecimiento en todo caso). Tengo hermanas a las que quiero, admiro, respeto y no maltraté. Tuve novias y amigas, amores que quedaron atrás, a las que quise, admiré, respeté y jamás maltraté. Comparto a diario mi trabajo con compañeras a las que admiro, respeto y no maltrato (tampoco las quiero, estaría feo, pero les tengo afecto porque soy así).

Jamás he puesto la mano encima de una mujer ni la he forzado a hacer nada que no quisiera ella también hacer. Supe aprender desde pequeñito, que a las niñas no se las pega; supe entenderlo desde que la hermana (Sor) Desamparados nos hizo salir de clase a Pepe Beltrán, a Mario Malberti y a mí, nos llevó al sitio de mi recreo, se agachó y tomó un puñadito de tierra que dejó en la palma de su mano. Nos pidió que abriéramos nuestras bocas y depositó un pellizco de esa misma tierra encima de nuestra lengua por haber tirado arena en el pelo a Laura Puig, de la cual estábamos los tres enamorados antes de haber cumplido los cinco años.

Desde un tiempo a esta parte, parece que el feminismo radical ha invadido nuestras vidas hasta el punto de pretender cambiar el ritmo normal de nuestra sociedad. Determinados partidos que parecen pretender ensordecer otras cuestiones al menos igual de importantes con un vocerío que colectivamente resulta empalagoso. Y estéril. 

Pretender que los hombres nos sintamos también mujeres, que tengamos una sensibilidad alejada cada vez más del género masculino que nos ha proporcionado la naturaleza o el cruce genético de nuestros patrones familiares (en la medida en que científicamente eso sea así) y que denunciemos, de forma violenta e hilarante el tan manido "sistema hetero-patriarcal y machista", cargante hasta las náuseas, desde un colectivo insultante y agresivo en muchas de sus manifestaciones, a mí, personalmente, me parece que es una ofensa a la propia mujer y a la mayor parte de los hombres que, insisto, hemos dado constante prueba del respeto y admiración.

Lo peor, a mi juicio, de estos movimientos saturados de una gravedad y urgencia impostadas es que en nada benefician a quien realmente es víctima de la mala (nula) educación que lleva a la violencia machista y al maltrato en el entorno doméstico.

A menudo y en lo cotidiano del día a día resulta imposible pasar por alto el cada vez más relevante papel y profesionalidad extrema de muchas mujeres con alto grado de capacitación, preparación y formación desempeñando las funciones propias de su puesto de trabajo al que han accedido gracias a su sacrificio y valía. En absoluto creo que ninguna mujer que se lo proponga tenga más dificultad que el hombre, en general, para acceder a puestos de trabajo de las más variada carga de responsabilidad; desde dependiente de comercio hasta Presidente de Gobierno. No necesitan ayuda, no más que los hombres mediocres. 



 


lunes, 22 de junio de 2020

La vida con mascarilla

¿Qué habría ocurrido si nos hubiéramos conocido con mascarillas? ¿A dónde habríamos llegado? No me imagino la vida sin una sonrisa, sin un beso. Solo con la mirada no basta, aunque con los ojos también se habla. Un camino acotado por un parche quirúrgico suspendido de las orejas y tapando casi toda la cara, desde los párpados inferiores hasta la barbilla, no conduce a ninguna parte. Sin labios no hay paraíso, aunque uno crea que pueda zambullirse en una mirada azul o verde o del color de la hojarasca en otoño o en la profunda negritud de unos inmensos ojos.

En el ámbito laboral hace ya unos meses empezamos a convivir tras ese parapeto y nos hemos acostumbrado a tratar de vocalizar muy por encima de nuestras propias posibilidades. Especialmente cuando tienes que dejar muy claro cuáles son tus argumentos y cuando necesitas, además de que te entiendan, que tu voz resulte convincente y que ese trocito de gasa no empañe tu credibilidad con la misma facilidad con la que tu propio vaho empaña tus gafas y tus ojos se borran. 

En el súper no importa mucho. Asumimos que debemos empezar por salpicar nuestras manos con escupitajo de gel hidroalcohólico con el que luego resulta bastante embarazoso colocarse un par de guantes para no tocar el género, ni el carrito, ni el tirador de los congelados..... pero la mascarilla....

Me ahogo en mis propios vapores. Esas prisas de siempre pero ahora con la nariz y la boca encurtidos - y no ha empezado a apretar el calor- hacen que las gafas se conviertan en vinilos acidos hasta obligar a tirarle un pellizco a la mascarilla hacia adelante y liberar el vapor.... Buff. 

Afortunadamente, de momento, en el coche, en casa, en entornos familiares libres de mayores riesgos, la cara se destapa y desnudamos los labios. Levantamos el rigor del decreto que obliga a asentir con la mirada sin que queden dudas de que el perfil perimétrico de la boca indique lo contrario....y besar al aire, luchando por hacer ver y entender que los labios se mueven al son de las palabras. Sin necesidad de forzar la vocalización; suaves, sutiles, sensibles.

Y ocultos los labios, toda la expresión de cordialidad, buen humor y simpatía o agradecimiento al personal y también las de reprobación o disconformidad depende no ya solamente de los ojos. Cuánto protagonismo han adquirido las cejas, qué rápidamente le hemos encontrado una utilidad hasta ahora accesible solamente a los más expresivos. Cuánto habremos aprendido de los emoticonos.

lunes, 15 de junio de 2020

El beso de la flaca...

Era 1996. Disponíamos como queríamos de todo nuestro tiempo y disfrutábamos de la vida con menos ataduras y menos mochilas o en cualquier caso, mucho menos cargadas. Era ligero el equipaje y mucho el tiempo libre. La orilla se extendía muchos más metros y las olas bañaban nuestros pies hasta que empezaba a caer la noche. No había prisas. Cualquier hora era buena para entrar y salir de casa. Sonaba Jarabe de Palo con un tono muy similar al de Radio Futura. La canción de La flaca, la mezclaba yo con La negra Flor y confundía sus voces y sus siluetas, como si fueran dos amigas, dos colegas,  viéndolas bajar por la Rambla de las Flores de Barcelona, dirección al mar,  con el cimbreo de sus piernas y el bamboleo de sus caderas, lujuriosas y festivas, provocando con miradas sensuales al resto de peatones. Pareciera que los adoquines fueran incapaces de digerir sus pisadas al tiempo que los árboles del paseo aplaudirían al compás.

Luego llegaron otros discos, otras canciones en un estilo personal -claro, todos lo tienen-. En el caso de Jarabe de Palo, sus letras no dejaban indiferente a quien las escuchaba o trataba de cantarlas. Eran frescas, diferentes, originales y  comprometidas...casi arrítmicas, encajadas sus palabras con rimas arriesgadas para redondear la intención del autor.

Depende....parece ecléctica y equidistante y qué va, es toda una declaración de intenciones y la filosofía acertada de vivir y dejar de joder con la pelota....


El nombre del grupo. ¿A qué sabe el jarabe de palo? Desde pequeñitos era la amenaza constante para quien no se portaba del todo bien. No es una expresión adecuada más que para niños asustadizos y siempre en un tono más bien amistoso, como la de un pam-pam en el culete. Medio en broma y medio en serio: a qué sabría el jarabe de palo nos preguntábamos entonces. En nuestra inocencia éramos incapaces de entender la retórica ni la metáfora. Nos quedaba toda nuestra atención fijada en el jarabe, sin reparar, siquiera por un instante, en lo de "palo": en su acepción coloquial como daño leve. 

Y quién nos iba a decir que, pasados los años y ya adultos íbamos a disfrutar de tan buena y especial música con un grupo que se llamase Jarabe de Palo.

El jarabe de palo es un castigo infantil, simbólico, testimonial y casi diría que benéfico e instructivo. Es la amenaza de un mal leve para mejorar la cualidad benemérita del menor. Hasta ahí es mi definición de cata del sabor de ese jarabe.

Soy, así, partidario de un uso discrecional del jarabe de palo. Todos merecemos, de vez en cuando, un par de cucharadas. Algunos más y otros deberían consumirlo a perpetuidad. Nunca aprenden.

Un beso de la flaca y..... Honorato, ponemos la tele un rato? La entrañable y díscola gamberra catalana, sus inconfundibles acento y dicción, su etiqueta inclasificable en un solo conjunto por ser una española nacida en Cataluña. Era, en el género cómico, como una sucesora del estilo de Mary Santpere. Allá bajan despacito por la Rambla, dirección al mar, Rosa María y Pau, a ritmo de la negra flor y de la flaca, cogidos del brazo y sonriendo a los peatones que aplauden al compás. 

Descansen en Paz.




"Que los cerebros de zafios, hipócritas, memos, mamelucos, corruptos, pesaos, estúpidos, tocapelotas, mentirosos, gilipollas....se reprogramen y entiendas que en la vida no hace falta ser así, que la vida va de otra cosa".

Pau Dones



lunes, 8 de junio de 2020

Quiero mis vacaciones entonces.

Mis sueños de entonces son los recuerdos de hoy.
 Lo que ayer anhelaba, en parte se cumplió. 
Soy feliz, a pesar de todo. 


Vamos a tener que programar, este año, unas vacaciones muy distintas a las habituales. Algunos amigos y familiares están ya esperando que las compañías aéreas comiencen a publicar los horarios de sus vuelos, de acá para allá, y sus tarifas más económicas y competitivas para tratar de volver a la normalidad; regresar, unos, a esa orilla de mar que abandonaron a suerte de los temporales y las marejadas del invierno. Otros, más ávidos de aventura, ilusos en parte, ponen sus ojos en latitudes muy alejadas, en paraísos que sabe Dios qué otras inclemencias sanitarias, además de las meteorológicas, habrán padecido.

Una de las últimas mañana del pasado mes de mayo, muy tempranito, el intenso azul del cielo y una vieja canción de los Beatles que sonaba en la radio del coche llevó a mi mente al recuerdo de lugares y momentos remotos pero que evocaban una total felicidad.

Mi subconsciente asociaba aquella canción con los viejos tiempos en los que algunas canciones de verano sonaban en el marconi del  Seat 1430 azul turquesa en los trayectos vacacionales. Mi padre, en aquellos viajes era partidario de salir al alba, con la fresca, como él decía. Así, antes de empezar a vislumbrarse la claridad en el horizonte desde el ventanal del salón del piso de Barcelona, empezaba la operación salida. A esas horas, con la torpeza y el aturdimiento somnoliento, propio y de mis hermanos, el recibidor de la casa se colapsaba con todo el equipaje de los siete miembros de la familia para dos o tres semanas. Maletones grandes, otros más chicos, bolsas, juguetes, etc. Y todo debía alojarse en el maletero o a los pies de los pasajeros, cuatro niños, del asiento trasero y en la bandeja posterior. Entre empellones y algún manotazo, se cerraban por fin el capó y las puertas y arrancaba el viaje con un padrenuestro y varias avemarías y un beso dirigido al sancristóbal imantado junto al reloj del salpicadero. 

Bajábamos por la carretera litoral desde Barcelona a Tarragona, la vieja nacional 340, creo, con su estrecho y sinuoso trayecto y sus permanentes cambios de cota y balcones sobre un perfil afilado que dejaba a la vista de los viajeros del coche, arriscados acantilados y playas de arena blanca que se prolongaban hasta el confín de la mirada. Pasado el Garraf y dejando atrás Sitges, el mar, a la izquierda, lucía de un intenso tono azul.

La música del transistor, tal vez esa canción de los Beatles, se alternaba con la palabra del locutor, con un sonido enlatado y una sintonía de programa que aflora de mi memoria como si estuviera ahora mismo sentado en el asiento de atrás, con la ventanilla bajada y dejando que el viento enredase mi flequillo ye-ye. Otras veces era un bolero de Machín o el desgarro de una copla de Marifé de Triana....todo es puro y emotivo recuerdo.

En la carretera era frecuente -soy un observador compulsivo- cruzarse con un Peugeot 204 colorado, cabrio, con una pareja de turistas o un Ford Taunus azul celeste. Cualquiera de los dos, con placas negras y las ópticas amarillas, inconfundibles signos de la procedencia francesa de los ocupantes, veraneantes de alguno de los muchos campings que jalonaban aquella carretera

Pues a esa época de mi vida quisiera yo viajar para pasar mis vacaciones, aunque fuera por unas horas o unos días, o algunas semanas, sentado en el asiento de atrás del viejo 1430 azul turquesa y fijar mi vista en cualquier punto del horizonte donde su unían cielo y mar y sonaba, en el transistor, cualquier canción de los Beatles.   Aquí.

Y es que cualquier tiempo pasado fue mejor.

lunes, 1 de junio de 2020

¿Hasta aquí llegamos?

Después de casi tres meses de arresto domiciliario hemos tenido tiempo suficiente para llegar a aborrecer todo lo que antes nos entretenía. El ocio como obligación es un auténtico coñazo.

Afortunadamente para mí (me siento un auténtico privilegiado) todo este tiempo he podido acudir con absoluta normalidad a mi puesto de trabajo salvo en dos cortos períodos de unos pocos días en los que la prevención por la proximidad con algún positivo nos obligó a quedarnos en casa. Así, las mañanas las tenía "regularmente" ocupadas, aunque lo cierto es que todo el afán de mi trabajo estaba ceñido a la gestión de recursos de las más variadas e insólitas barreras de protección higiénico-sanitaria. ¿Quién nos lo iba a decir? ¿De verdad está justificado que pese a las cantidades requeridas para cada recurso, sea tan difícil obtener mascarillas, gel desinfectante, guantes y mamparas de metraquilato? A juzgar por lo que ocurrió los primeros días del colapso con el papel higíenico, todo es posible. Luego fue la harina y la levadura. Más tarde los huevos...y así hasta chocar con estanterías desabastecidas en supermercados que creíamos que nunca llegarían a vaciarse. En los armarios de las cocinas o en despensas de muchas casas han entrado productos, sustitutos o sucedáneos de un sinfín de otros tantos, originales y legitimados para el consumo y preparación determinados. Y caducarán como toneladas de productos frescos que se adquirieron compulsivamente aquellos días y que, sin lugar de conservación adecuado ni tiempo real para su consumo, acabaron en el contenedor selectivo de los residuos sólidos urbanos. 

Durante la larguísima travesía consumimos horas y horas de series televisivas. Parece que hayan transcurrido mucho años pero era marzo y abril y las mantas del salón y el bol de las palomitas desprendían el inconfundible aroma de la hibernación doméstica. Llovía y hacia frío aquellas oscuras y grises tardes de final de invierno. 

Hasta que logramos colectivamente legitimar, con el uso de las zapatillas de correr, la salida al exterior de la casa han sido demasiadas tardes continuadas delante de una u otra pantalla. El móvil ardía, a pesar de ser una ventana permanentemente abierta al exterior, como el esnórquel de un submarino.

Ahora tocaría lamerse las heridas y recuperarse poco a poco. Salir de casa y solazarse frente al mar (el que lo tenga a mano) y sacar del maletero del coche el raquetero y el bote de pelotas de tenis. Tratar de tomar el ritmo que exige retornar a la normalidad en el entorno personal; familia y amigos. 



Lo que ocurre es que, cuando disfrutando de esa libertad renovada se pasea uno por el centro de la ciudad, el aspecto es desolador. Escasos negocios abiertos y de estos, la mayoría con unas medidas de acceso, espera y servicio cuanto menos insólitos pero que transmiten una sensación de absoluta precariedad económica.

Y si esto no fuera, por sí solo, bastante preocupante la factura social no es asumible: un paro salvaje y de nuevo la sociedad partida en dos bandos. Dos factores que auguran un estremecedor escenario para los próximos meses.

Hasta aquí llegamos, porque hasta aquí han querido traernos. ¿Fin de trayecto? ¿A partir de ahora cada ciudadano deberá iniciar, a pie, su propio camino? Que Dios nos ampare.

De momento llega el verano que parece querer cubrir de cierto entusiasmo el ánimo de los ciudadanos y así lo aprovecharemos. Ya veremos cómo viene el otoño. 

Si discrepas, claro, dirás que soy un pesimista. Pues si tú no lo ves así, dime qué fumas o deja que eche una calada. Igual me empapa una ola de optimismo. 





Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...