El primer domingo de confinamiento, 8 de marzo, me asomé muy tempranito a la ventana de mi dormitorio. Siempre he tratado de disfrutar del silencio que nos proporciona vivir alejados de un núcleo urbano con mucho tráfico. Era tan solemne el silencio que apenas se oían los livianos silbidos de los mirlos de pico naranja en su animoso cortejo nupcial, el familiar arrullo de las estáticas tórtolas y el trino de los jilgueros, los más fugaces en su errático vuelo. Y todavía no han aparecido los vencejos. Será otra fiesta.
Grabé con mi móvil un minuto del sonido de ambiente de esa mañana. Hice lo mismo el domingo siguiente. Llovía y quedó registrado, además, el sonido de las gotas contra las persianas unas y precipitadas otras, contra el suelo del patio trasero de la casa. Y al siguiente domingo volví a grabar otro minutito de ese singular silencio. Ya tengo una parte de la banda sonora de esta situación para la que no estábamos preparados.
Han pasado ya tres semanas y el domingo me volveré a asomar a la ventana de mi dormitorio y sobre las diez de la mañana volveré a grabar un minuto del silencio solemne con el que nos regala, las cosas vienen así, esta insólita situación. Solo los mirlos, las tórtolas y los jilgueros en medio de un ambiente que de pronto ha enmudecido.
Me ha recordado ese silencio el del viejo andén de la Estación de ferrocarril de Sarriá (Barcelona, años 70) ese vacío total de sonidos que estallaba cuando se alejaba el último vagón del tren, engullido por el oscuro túnel que conducía a las entrañas de la ciudad y dejaba tras de sí el metálico rumor de sus ruedas contras las vías de acero. Y al cabo de un ratito, nada!
He tenido ocasión, también, de asomarme a la bahía de Palma. Lo he hecho en uso mi pleno derecho a utilizar mi ruta habitual para desplazarme desde mi domicilio hasta mi puesto de trabajo. Sobrecoge ver un mar sin barcos, tanto como ver calles y avenidas vacías; aceras sin peatones, parques y jardines vacíos, y columpios sin niños, acaso mecidos, casi siniestramente, por el viento, dotando de misterio y angustia a un escenario también insólito.
He reparado en lo inhóspita que puede resultar la soledad. Especialmente cuando nos sorprende de esta manera tan abrupta y silenciosa.
Pero qué paz.
https://youtu.be/8FB9GYkIT3E
Me ha recordado ese silencio el del viejo andén de la Estación de ferrocarril de Sarriá (Barcelona, años 70) ese vacío total de sonidos que estallaba cuando se alejaba el último vagón del tren, engullido por el oscuro túnel que conducía a las entrañas de la ciudad y dejaba tras de sí el metálico rumor de sus ruedas contras las vías de acero. Y al cabo de un ratito, nada!
He tenido ocasión, también, de asomarme a la bahía de Palma. Lo he hecho en uso mi pleno derecho a utilizar mi ruta habitual para desplazarme desde mi domicilio hasta mi puesto de trabajo. Sobrecoge ver un mar sin barcos, tanto como ver calles y avenidas vacías; aceras sin peatones, parques y jardines vacíos, y columpios sin niños, acaso mecidos, casi siniestramente, por el viento, dotando de misterio y angustia a un escenario también insólito.
He reparado en lo inhóspita que puede resultar la soledad. Especialmente cuando nos sorprende de esta manera tan abrupta y silenciosa.
Pero qué paz.
https://youtu.be/8FB9GYkIT3E
Esta paz la veo soportable porque no tengo hijos pequeños.......lo que si me molestaba era el anonimato de las grandes ciudades Madrid, Barcelona ,Sevilla. PALMA aún no ha llegado a esta degradación y sin esfuerzo en casi cualquier punto que visites encuentras conocidos. Un abrazo y a aguantar los que no habeis madrugado a nacer y os queda todavia una buena tasca.
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