lunes, 23 de marzo de 2020

Arresto domiciliario

Debería sonar el despertador; los escolares, a clase en pijama y los universitarios en sus dormitorios, siguiendo con sus tabletas y portátiles, la secuencia de sus estudios. En unas pocas horas los universos colegial y universitario han avanzado al menos una década y ya asisten a sus cursos telemáticamente, desde casa. ¿Quién nos lo iba a decir?

A cada década le castiga una tragedia y el coronavirus ha teñido de drama, de consecuencias imprevisibles, a esta nueva generación que no había sufrido hasta ahora una agonía estresante mayor, como drama insufrible, que la caída del wifi doméstico. Bienvenidos pues, chavales, a la supervivencia. Les hemos proporcionado de todo, incluso de muchas cosas que no tuvimos nosotros. Los nacidos entre finales de los cincuenta y finales de los sesenta nos hemos quedado en la generación "loncha de queso" del sandwich: fuimos la esperanza de una generación lastrada por una guerra y una postguerra y, honestamente, creo que respondimos a cuanto se nos demandaba y por otra parte estamos exigidos al máximo para echar adelante a una generación de millennials ante una expectativa incierta y vulnerable a todo tipo de amenazas económicas, religiosas, sociales y hasta biológicas, como se esta viendo, con un apreciable matiz: bastaba que nuestros padres levantaran o arquearan una ceja para que no hubiera discusión. Desgraciadamente para estos jóvenes -para ellos- ese molde se rompió y el sistema educativo-formativo vigente, cambiante a cada instante, no admite réplicas, básicamente por no tener que discutir o para que no cierren de un portazo la puerta de su cuarto contra nuestras narices.

Estos jóvenes, como decía, y afortunadamente para ellos, no han visto truncada su ilusión por alcanzar el confort y disfrute que proporcionan todos los medios técnicos, informáticos, tecnológicos, etc...que, claro está, no han aparecido en sus caminos azarosamente. No hemos permitido que padecieran, por norma general, la frustración de no poder irse de vacaciones, no disponer de un móvil de altas prestaciones, tableta y/u ordenador personal y de tener que comer brócoli, judías, lentejas o potajes que no eran de su agrado.

Este arresto domiciliario se nos presenta como una inmejorable ocasión para descubrir y demostrarnos a nosotros mismos que somos capaces de hacerles entender por qué se enciende la luz cuando le dan al interruptor y por qué sale caliente el agua de la ducha cuando giran el grifo, capaces de vivir con las dos manos desocupadas (una, si no las dos, habitualmente condenada a cargar con el móvil), la mente abierta a la conversación y las miradas capaces de cruzarse sin interferencias. Será largo y difícil pero constituye un exigente reto que estoy dispuesto a asumir.

Con lo bueno que está el brócoli!!!!

Suerte y mucho ánimo. 




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