lunes, 24 de febrero de 2020

A propósito de Gistau

El bocajarrazo con el que, al parecer, tantísima gente recibimos la noticia del fallecimiento de David Gistau generó un inmediato torrente de reacciones y testimonios de  reconocimiento de su talento. Lógico. Las más reconocidas y prestigiosas "plumas" del país, especialmente las más jóvenes, en los días sucesivos, dejaron evidentes muestras de su singular personalidad y de sus refinados olfato y estilo. Reconozco que había, en mi proceso de lectura de todo cuanto a él se refería -obituarios y reseñas necrológicas- una angustiosa búsqueda empática de consuelo por un dolor ajeno; el de una joven viuda y de cuatro renacuajos a los que la muerte les ha hurtado, con cuentagotas y lentamente, los abrazos, carantoñas y revolcones a los que un padre tiene derecho y que un hijo recuerda de por vida; el mayor de los dolores. Pero también ha dejado huérfanos a miles de lectores y oyentes que buscábamos en su opinión el refrendo de nuestras propias inquietudes sobre la actualidad y no con ánimo de curarlas -lo nuestro ya no tiene cura- sino como la agridulce sensación que nos proporciona comprobar que no estamos muy equivocados, ni tan solos, en nuestros peores augurios.

Era la lectura de todos aquellos panegíricos el antídoto idóneo contra la ansiedad propia de quien se niega a resignarse y dar por perdido algo querido. 

Todo eso hizo brotar, además de sentimientos de incredulidad y de una singular injusticia metafísica, la memoria de aquellos tiempos en los que se identificaban, lo que hoy conocemos con artículos de opinión, con las viejas terceras o aquellas crónicas políticas de la transición y más allá, que esculpían artesanalmente en viejas olivettis aquellos magníficos columinstas de la prensa de papel.

Aquellos periódicos que empezaban a amarillear y a abarquillarse, caducos, a partir del día siguiente de salir de las rotativas, cuando ya entraban en el salón al apuntar el día, los nuevos ejemplares de ABC, La vanguardia, El Periódico y El País y otros periódicos del nuevo día, enrollados sobre sí mismos y abrazados por una goma elástica -cuánto pesaban- y que mi padre leía a cualquier hora del día o de la madrugada hasta acabar, leídos de pe a pa, tendidos, rendidos en el suelo, desmembrados, mutilados a veces,  por unas largas tijeras que se encargaban de extirpar, con precisión quirúrgica, los artículos más interesantes, los más sorprendentes, los más valiosos para que los lectores de segundo turno pilláramos el preciado bocado, como  polluelos de nido alimentados directamente en el pico.  En aquellos recortes iba implícita la recomendación de su lectura. Eran los imprescindibles, lo trascendental, el resumen de prensa que generaba un especial regocijo leer. Envolvía la literatura fina de aquellos párrafos mucho más que el mullido butacón orejero en el que los leía.

Luego, en ese sucesivo y constante relevo, los viejos diarios igual envolvían el bocadillo para el colegio o acababan, compactados, en el interior de un zapato para conservar su horma; prolongaban su vida útil mas allá de la lectura.

Se imaginaba uno por entonces a los viejos columnistas entrando en la redacción descolgándose el bufandón del cuello para dejarlo junto al sombrero en una vieja percha de madera, arreándole un viaje a la petaca de whisky peleón que guardaban en el fondo del último cajón, buscando sorbitos de inspiración, al tiempo que el folio entraba en el carro de la olivetti y se cuadraba en el punto exacto para que los tabuladores hicieran el resto. Había que soplarse las puntas de los dedos antes de empezar a picotear sobre el témpano de hielo, aquel glacial en el que, en invierno, se convertían los teclados de las viejas máquinas de escribir.

Mi hija mayor acaba de empezar sus estudios de Periodismo y Humanidades: forma y fondo. Por nada en el mundo quisiera que fuera un capricho juvenil. Sería yo muy feliz viendo publicada aunque fuera una sola línea de su vocación aunque, me temo, ya no será en papel de periódico, sino en un puñado de pixeles luminosos en los que jamás debería faltar el talento, la mordacidad, el estilo, pero sobre todo la libertad de escribir como quiera, como hacía David Gistau.

Suerte María!


lunes, 17 de febrero de 2020

Tal como somos, ellos serán.

Cuesta desvincularse y tomar distancia de las cosas que siempre nos gustaron y de las cosas que nos enseñaron y supimos aprender. Al final, con el tiempo y a medida que vamos hacíendonos mayores -para qué vamos a negarlo- esas filiaciones llegan a intimar tanto con nosotros que ya, hasta quien acaba de llegar, nos identifica con ellas como si fuera una arruga o un cicatriz que resultan familiares en nuestra piel. Sorprende el mero reconocimiento cuando te lo dicen.

Muchos de los que sí me conocen saben cuales son mis defectos y mis virtudes (si es que atesoro alguna de estas, que mucho lo dudo). Tanto de unos como de las hipotéticas otras, sin llegar a hacer gala de ello, doy buena cuenta en mi día a día. Es difícil ocultar por mucho tiempo los rasgos propios de un carácter y de una forma de ser y no hay que ser muy perspicaz para llegar a conocerme, no tiene mayor mérito.

Siempre intenté complacer a los demás. Aunque a veces cuesta mucho menos enfadarse que seguir la corriente a la mismísima infamia. Estoy tan de vuelta de todo que empiezo a pasarme a esta segunda opción. Con esto, además, es más sencillo complacer, al fin y al cabo.

Me tomé mi esfuerzo en tratar de educar a mis hijas y por lo que me cuentan quienes tratan con ellas con cierta frecuencia, no estaba roto el fondo del saco y en él depositaron cuanto traté de enseñarles. 

A lo que no estoy dispuesto es a educar a otros semejantes y muchísimo menos a quienes me importan un bledo. Y aunque me duele la mala educación o la ausencia de la misma, los años - mis años- me han hecho ver con claridad palmaria que no soy yo quien deba darle un coscorrón, capón o guantazo al pobrecito animal al que no le proporcionaron saco, o simplemente no se lo fueron llenando.

Los niños de hoy serán, de mayores, lo que vean que son sus padres. Cuando has empeñado tu tiempo y esfuerzo en tratar de que sean buenas personas, ética y moralmente saludables, respetuosos con los débiles, con las personas mayores, con los necesitados, si han visto todos esos hábitos en ti, todo eso tienen ganado y nadie, como yo ahora, se empeñará en educarlos. La educación de los hijos es cosa de padres, de sus padres. 

Por contra....pues eso, animalitos salvajes de jovencitos y muy peligrosos cuando alcancen la mayoría de edad. O la madurez,  que es cosa muy distinta. 


lunes, 10 de febrero de 2020

Segundos fuera.

Estaba rematando los cuatro garabatos con los que acababa de ensuciar el tapiz sobre el que, en borrador, plasmaba la entrada de un nuevo lunes. El Barça, literalmente desdibujado y sospechosamente indolente, ganaba a mí querido Betis y me desleía yo en mis propias ensoñaciones, no sin nostalgia, recordando las exquisiteces futbolísticas de un pasado muy remoto, cuando sonó una alerta en el móvil con un titular frío y escueto: muere David Gistau. 

Gistau, que sería capaz  de escribir con guantes de boxeo era, al mismo tiempo, el periodismo de trinchera y de columna; la mordacidad y la frescura de un lenguaje directo, con un fondo intelectual y de conocimiento que escapaba de la normalidad y que sin embargo jamás empalagaba. Rellenaba un minúsculo espacio en un períodico y un tiempo en la radio que han quedado vacíos para siempre.

Muchas veces, al abrir el períodico, solía ir directamente a su columna, como antaño lo hacía con Pedro Rodríguez, Jaime Campmany, Francisco Umbral. Uno de los grandes, con una prosa directa y comprometida pero no exenta de una cierta ironía que lo hacía ligero, tanto al leerle como al escucharle. 

Tenía ya acabada mi plantilla de hoy, decía, y me he sentido como un iluso, ensuciando un lienzo , aún con mi máximo esfuerzo, al lado de Velázquez o Goya. Tantos espacios para hablar, para escribir para iluminar en cualquiera de los medios de consumo: televisión, radio, prensa escrita y muy probablemente habrá quien no sepa quién era David Gistau. Es normal y no toca culpar a nadie. Hoy en día es más notoria la opinión de un futbolista o la ex-mujer de un torero que la de alguien que, con sentido crítico, irónico y talento desgrane una actualidad que nos asfixia cada día. Cuenta lo superfluo mucho más que lo trascendente y ahí el talento y el conocimiento no importan.

Y después de esta alerta en el móvil, ¿me voy a quedar satisfecho con la plantilla de mi blog garabateada con cuatro párrafos cómodos? ¿Clickeo la pestaña de "publicar"? No. Me sentiría como una Belén Esteban dando una conferencia sobre la Generación del 27 o sobre Cervantes.

Mejor será releer a Gistau, su última columna en El Mundo.

lunes, 3 de febrero de 2020

Los calcetines de Nadal

Tuve la oportunidad de decírselo personalmente en el encuentro informal que compartimos con ocasión de la entrega de la Cruz del Mérito de la Guardia Civil, a principios de diciembre: la diferencia está en el poder mental. 

Merendábamos -él apenas un botellín de agua mineral- unos cuantos beneméritos y compañeros en una sala de la Comandancia y pudimos intercambiar opiniones y charlar acerca de algunos temas de actualidad. Mi mente enfermiza por ese deporte me hacía incidir en asuntos relacionados con el tenis y quería averiguar algunos de los aspectos más personales de su juego, de su mentalidad ganadora, de su resistencia a la fatiga como ejemplos válidos para los más próximos; para mis hijas, en primer lugar y para todos aquellos jóvenes que deben emprender proyectos de diversa índole en los cuales, la voluntad, la tenacidad y una ambición sana deben empuñarse con idéntica firmeza con la que se agarra la raqueta y se aprieta el puño después de cada golpe ganador.

Él no rehuía del tema de conversación y con tono pausado, sin micrófonos ni fotógrafos por medio, respondía relajadamente. De su boca solamente muestras de su humildad natural como deportista pero sobre todo de su absoluta normalidad como persona, como ser humano. Por momentos parecía que hablábamos con un tipo de nuestra edad. Sonreíamos cada vez que, con cierta frustración, chasqueaba sus dientes al reconocer que está empezando a hacerse mayor y que le cuesta cada vez más mantener el tono físico y mental que han sido señas de identidad de su trayectoria como jugador.

Y ese, su incontestable poder mental fue uno de los puntos de discrepancia: una prueba más de su humildad. Vino a decir que sí, que vale, que mucha cabeza, pero si no le das bien a la pelota, ésta se pasa de la línea o no llega a la red. De acuerdo, pero partimos de la base que cuando estás jugando uno de los grandes torneos, una de sus últimas rondas, tu rival ha probado sobradamente que sabe tocar la pelota con suficiente solvencia como para saber que va a entrar. Pero en los trances decisivos del juego, puedes jugar sin camiseta, sin calcetines, incluso sin raqueta..... pero como no juegues con cabeza no tienes nada que hacer. Y de cabeza, Nadal, anda más que sobrado.

Sin embargo de calcetines.... ¿acaso es tan difícil que Nike le proporcione unos calcetines de los cuales no tengan que asomarle los talones por encima del borde de las zapatillas? Ahí lo dejo. 


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...