lunes, 27 de enero de 2020

La arrogancia

Arrogancia ejemplar es la del estúpido que sin tener ni idea de cómo lo hace, navega con viento a favor y la mar y el propio barco lo llevan a él. Pero cuando la mar comience a rizarse y el viento a rolar y rachear veremos si sigue al timón o bien desembarca cobardemente con el bote del Capitán y busca refugio en el puerto más próximo.

Es lo que tiene mandar una tripulación de malos marineros, aduladores y agradecidos que jamás cuestionarán la voz de mando. Esto es bien porque no tienen valor, porque tienen menos formación que ideas o demasiados intereses, sin descartarse, por supuesto, que se den las tres circunstancias.

En el Open de Australia he asistido a muchos gestos y actitudes, especialmente de jugadores australianos, propios de personas muy arrogantes y deficitariamente dotados de humildad. Con el viento a favor (el público de casa que todo lo aplaude) y ante los más grandes de la historia del tenis, algunos chicos malos, educados y formados sin el rigor ni severidad adecuadas, muestran la peor cara del deporte. Asumirán, al final, la contundencia de la derrota - sólo faltaría- pero por el camino degradan los valores que sí observan otros jugadores.

No es uno en concreto ni tampoco lo son todos, pero después de haber viajado -virtualmente- a Melbourne y haber disfrutado algunas mañanas de mis días de vacaciones entre raquetas, me queda la sensación de que la elegancia exclusiva del tenis se va devaluando también. 

Y desgraciadamente la arrogancia no es exclusiva del deporte. También se hace visible en otras facetas de la vida de las que no quiero hablar. Al final la arrogancia, con viento y mar a favor, se hace insoportable. Es peligrosa, muy peligrosa para todos, para quien la padece y para quienes la sufren...y suele llevar a la mentira. Y una mentira solo se sostiene con otra más gorda, con una escalada de mentiras.

Vivan pues los arrogantes su propia pesadilla que ya nos pasarán la factura de la vajilla rota.

lunes, 20 de enero de 2020

Golpes bajos

Aprovechaba uno de esos días de sol radiante y temperaturas templadas, poco acordes con lo que debiera ser pero habituales para mí en Mallorca desde aquellos lejanos noventa en los que llegué para quedarme. Gran acierto.

Cogí mi mochila, mi toalla, mi libro y mi música y me acerqué a mi playa. Todo eso, todavía es mío. El aire, fresco y la presencia de molestas medusas (alguna ya paseó con sus perversos filamentos sobre mi piel hace unos días dejando una molesta muestra) recomiendan baño de sol en secano. Busco y encuentro un nuevo punto de relax total muy cerca del balneario y lo hallo. 

En esta época del año, siguiendo su propio código, ningún buen mallorquín ha de hacer nada en la playa. Eso empieza a cambiar. Aunque no es el mejor día -alguna nube oculta el sol y refresca el ambiente- he escuchado voces en mallorquín aunque lo más frecuente es el inglés, el alemán y el sueco: probablemente se trata de extranjeros residentes para los que el sol forma parte de su dieta mediterránea de adopción.

Dejaba correr las olas y también las canciones que llevo en mi móvil. Unas y otras fluían aleatoriamente mientras mis ojos recorrían las líneas de cada una de las páginas del libro. De vez en cuando me empujaba con más intensidad alguna canción y al ser tan amplio el recorrido musical, una de ellas hizo que detuviera mi lectura: Malos Tiempos para la Lírica, Golpes Bajos. Qué casualidad, más por el título de la canción que por su letra. En mi soleada ensoñación, apesadumbrado por el nuevo escenario "apocalíptico" diseñado por el nuevo equipo progresista reformista, me da por cambiar algunas palabras...bueno empezando por la propia "lírica". 

Malos tiempos para la.... (rellene cada cual lo que a su juicio proceda. Yo lo tengo muy claro.)

Uff. mejor no sigo. 


https://www.youtube.com/watch?v=2OBzFK53-Ss

lunes, 13 de enero de 2020

Los manteles

Pasadas todas las fiestas, el primer fin de semana, a la primera bola de partido, ha habido zafarrancho de limpieza y uno a uno han ido recogiéndose y arranchándose todos los objetos, figuritas y adornos navideños que han protagonizado la ambientación de la casa desde mediados del pasado - qué lejano parece ya- mes de diciembre.

Parece que poco a poco todo vuelve a la normalidad, a la velocidad de crucero y al modo rutina. Vuelven las clases y las jornadas laborales de lunes a viernes excepto para quien suscribe, que una vez más tratará de agotar el crédito anual de vacaciones  entre las calmas de enero - playa, sol y arena- y las tareas domésticas, que ni incomodan ni  desagradan.

Así, el domingo, desde muy temprano me planto después de desayunar frente al pantallón, coloco en la silla un montón de ropa acumulada todos estos días y pendiente de plancha y me dispongo a presenciar lo que parece que será el duro encuentro de tenis entre España y Serbia, en la final de la ATP Cup.

En el primer partido Roberto Bautista casi diría que maltrató al serbio Lajovic. Con su parsimonia fría y casi funcionarial, desde el fondo de la pista le castigaba con golpes planos, profundos y abiertos y ante la impotencia de este último, el rostro inmutable del español proporcionaba la confianza de arrancar el primer punto. Con instinto forense diseccionó el juego de su adversario. Solo le faltó jugar con guantes de látex. Para cuando acabó el partido, en la silla apenas quedaban los manteles de la navidad.

Uno a uno fueron pasando todos por la tabla de plancha, así como todas las servilletas. La plancha me relaja, me proporciona un momento zen en el que mis pensamientos se ordenan y se acomodan. Es un proceso terapéutico, un auto-coaching profundo y prolongado que sugiero y recomiendo al menos una vez en semana.

La mantelería que ha pasado bajo la suela de acero, en su mayoría, procede de Barcelona. Durante muchos años todos estos manteles vistieron la mesa del comedor todos los domingos y  las navidades en casa de mis padres y de mis hermanos. Resultaba imposible evadirse de este hecho al tiempo que iba atrapando cada una de las arrugas y los pliegues que había dejado el lavado. Algunos floreados con el inconfundible estilo de su época (Cuéntame total), otros bordados en hilo y con virtuosas filigranas, rescatan los recuerdos de muchas de las grandes comidas familiares de los años sesenta y setenta. Me veo a mí mismo sentado en mi silla (cada cual tenía asignado su lugar en la mesa) y escucho nuestras voces de niños mezclados con los sonidos de los cubiertos. El aroma de más de un cocido navideño, del añorado plato del bacalao al estilo de Las Pocholas y de algún arroz con leche que misteriosamente se perdió por el camino, entre la cocina y el comedor, invaden mi zona zen y convierten esa mañana de domingo en un mágico paseo familiar entre manteles de hilo, vajillas de porcelana y algarabía infantil.

¿Cuántas veces vestiste la mesa del comedor?


Llega el turno de Nadal que, impotente, cae en el primer set abatido por el demoledor y brillante juego de un Djokovic inmenso, imbatible ya a estas alturas de la temporada. En el segundo set hay mucha más lucha pero insuficiente para Nadal. Creo que el brillo de ambos dará mucho juego esta temporada pero mientras que Nole juegue como hoy, Nadal sudará tinta de colores. 

En la madrugada del lunes empiezo a temer, con el repaso de las noticias de los digitales, que empieza un nuevo régimen. Estoy buscando desesperadamente entre los pliegues planchados de los manteles....¿dónde se esconde Montesquieu? 

Me voy a la playa. Debo enfriar mi espíritu y mi mente.

lunes, 6 de enero de 2020

Sábado gastronómico... Y domingo también.

Ante la inminente hecatombe política, social y económica que se nos viene encima - ¿será cierto, mi querido Pedro, que soy un derrotista compulsivo que me dejo llevar por el apocalíptico Casado? - me entrego en cuerpo y alma a los placeres mundanos, ofreciendo toda mi espalda a la más rabiosa - insurgencia oficial- actualidad informativa de la  sesión de investidura (el rey desnudo).

Dice Arguiñano que con los pantalones puestos, la única manera de gozar es comiendo. Totalmente de acuerdo y así, calzado y con los vaqueros puestos me acerco al mercado. Es sábado y, además, hay mercadillo de payés. Sobrevuelo muy atento la zona exterior de la plaza y sorteando carritos de la compra y senallas  cargadas de viandas en las que siempre suele sobresalir un vistoso manojo de puerros, escucho las voces de los variados puestos. Me alegra infinitamente reconocer el uso del auténtico mallorquín de fora vila que predomina especialmente en las paradas de frutas y hortalizas. Coles, nabos, rabizas, patatas, cebollas y lechugas con aspecto de gran verdad, con aromas que transmiten una autenticidad incontestable. El aroma que se percibe en los pasillos, entre empellones y trompicones, es el olor de la tierra labrada y de las manos de campesino: rudas,  fuertes y rugosas. Con esas manos honestas te entregan el género y te devuelven el cambio, sin un céntimo de menos. 

Encuentro niscalos de Ávila y tal vez sean ya los últimos de la temporada, desgraciadamente.



Ante la ausencia de carrilleras de ternera me seducen con un atractivo corte de ossobuco: cuatro piezas, un kilo y setecientos gramos. 

Empiezo a reconocer el interior del mercado y me veo obligado a esquivar vendedores y productos valiosos: hoy voy de carne, de estofado, de chup-chup. Otro día me dejaré llevar por el denton, por el gallo de San Pedro o por la cántera, pequeño sargo de ración. Paso de puntillas, pero saludando con habitual cortesía a mi atentos pescaderos y a mis celebrados charcuteros de altísima gama de ibéricos y suculentos foies.

Como me temo y me conozco he decidido no usar la tarjeta y limitar el gasto a cuanto llevo en la cartera: 60 euros, sí, 60!!! Bueno, pues después de toda la compra, me sobraron 20 euros. Y la senalla llena!!! 

Es cierto que la nevera de casa está llena y antes de salir ya tenía muy claro el menú del día: arroz de ropa vieja. Son los restos de la escudella y carn de olla de la que dimos buena cuenta justo después de que el gran oso letón Andris Nelson nos hiciera emocionados partícipes del Concierto de Año Nuevo, dando las palmadas de rigor en la renovada Marcha Radetzky.

El aroma que desprende el fondo de la paella, al sofreír la panceta, los garbanzos, la butifarra, el chorizo, la morcilla y la zanahoria, del exquisito "ya te vi", casi logra escamotear el de los rebollones (rovellons) confitados en sus propios jugos bajo el poderoso influjo del fondeo de aceite, de ajos y de perejil fresco. El resultado garantiza el goloso ejercicio de mojar un buen pan de horno. Sublime!!!


Llegamos a los postres y aún nos queda un pequeño rincón, un hueco para el pequeño doblegat - cremadillo- relleno: bocado de hojaldre que cuanto más tostado esté, más crujiente y por tanto más rico- relleno de cabello de ángel, crema o chocolate, según las preferencias.




Llega el domingo y como regalo anticipado de Reyes Magos, desde las ocho de la mañana me entrego a la vieja cocotte de hierro - mas de cuarenta años de servicio a cuestas -y empiezan a desfilar las piezas de ossobuco y las verduras que han permanecido maceradas en vino casi 24 horas. Después de una hora y media de cocción a fuego lento, cada vez que levanto la pesada tapa de hierro forjado, el vapor que se eleva hacia la campana extractora garantiza un nuevo gozo a pantalón bien puesto. 

Después de más de dos horas y pasada la salsa por el chino, el resultado es espectacular. Como puños mis lágrimas.... 




Y qué quieres, qué me pierda todo esto por una sesión de investidura???? Llámame apocalíptico pero un país que está pendiente del pedrochete de las campanadas no merece mi atención, en estos momentos. Que sea lo que Dios quiera. 

Cuanto antes lo invistan, antes nos iremos al carajo y antes tomaremos el camino de vuelta. 

Cambio, finalmente mi pantalón vaquero por un bañador. Amanece un 5 de enero radiante y sin una sola nube sobre el horizonte. Con mi hija mayor, María, nos damos el primer chapuzón del año. El roscón de Reyes nos espera y en este punto, unanimidad absoluta entre los afortunados golosos, los del Forn Nou de La Vileta, son los mejores que hemos comido en Palma. 



Que aproveche. 

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...