Miércoles 15 de octubre de 2019. Desayuno tempranito, sobre las seis y
media de la mañana. En la calle - en mi calle- y en el aire reinan la oscuridad y un profundo
silencio, alterado tan solo por el quejoso esfuerzo del autobús de la EMT
intentado remontar la cuesta. Entre sorbitos al café con leche y bocados a mi
tostada de pan con aceite, con el índice de la mano izquierda sobre la tableta, voy repasando las primeras planas de los principales periódicos del día. Al
cabo de la mesa, suspendido en el vacío de la cocina, Herrera sigue desgranando
la actualidad con la precisión de un buen cirujano. Llevamos juntos desde antes
de las seis, compartiendo el temor y la vergüenza de lo que se está viviendo en
las calles de Barcelona.
Ya no sé si me da más miedo que vergüenza.
Es intolerable y desgraciadamente la cosa no tiene pinta de que pueda acabar
muy bien. Desconozco si la imagen es real o está ligeramente alterada para
crear más crispación pero resulta realmente impactante. Desde una ubicación
próxima a la Carretera de las Aguas, en las faldas del Tibidabo, una toma
nocturna de la ciudad de Barcelona. Al fondo Montjuich. Edificios
iluminados y dispersas, pero claras, unas cuantas columnas de humo se elevan
hasta el cielo. Y una aclaración: "no es Alepo, es Barcelona en estos
momentos".
En otra fotografía, igualmente dolorosa, aparece una barricada incendiada en una de las calles de Barcelona. Las llamas se
elevan varios metros por encima del asfalto e iluminan, trágicamente, las
fachadas de edificios modernistas. Es la imagen del terror y de la barbarie y
son fotos fijas de diversos momentos de la noche. En formato de vídeo, emitido
por los diversos informativos de los que huyo por la vergüenza que me provoca
verlos, las alteraciones de orden público cobran mayor dramatismo y virulencia.
Esto es lo que está pasando en Cataluña, en mi otros tiempos querida Cataluña,
amada Barcelona.
Vuelvo a tener sentimientos encontrados. Por una parte y viendo las masas de
tantos canallas enardecidos por un odio injustificado, encapuchados y dotados
con ánimo incendiario, desearía que se empapuzaran hasta reventar en su
república ilusoria, que ardan en ese infierno hasta su extinción, hasta que,
tal vez un rayo sanador, ilumine su razón y admitan su fracaso. Pero por otra
parte lamento la injusticia que representa para los españoles y entre ellos a
los buenos catalanes -incluso para algunos que albergan, pacíficamente, anhelos
independentistas y que rechazan la violencia en su reivindicación- ver Barcelona
ulsterizada, palestinizada y balcanizada salvajemente, rehén de la
sinrazón y cautiva de un caos presuntamente programado desde despachos enmoquetados.
Enredado en esas imágenes, en color, en llama viva, me cuesta creer que eso
esté pasando y que en otros puntos geográficos -Palma, sin ir más lejos- una
considerable multitud, bajo paraguas, y políticos sin rebozo alguno alienten
esas políticas disgregadoras.
Luego están los guardiolos, los xavis, los piqués, los bartomeus siempre
dispuestos a mantener la cerilla en la mano e incluso a presumir de que hasta en Qatar se goza de un régimen más justo y
democrático y que se vive mejor....por los derechos de las mujeres lo dirán y por los que sobreviven en sus calles.
Y ese odio, ¿que de dónde viene? Aquellos nenes a los que entretenían su
merienda de farinetas y de pa amb xocolata y cacaolat con Bola
de drac y el club Súper3, han crecido y camuflan la revolución de
las sonrisas con un pasamontañas en la cara y un cóctel molotov en sus manos.
Mientras Barcelona muestra la imagen en llamas de una situación irreconciliable andamos enredados en los huesos de un señor que murió hace más de cuarenta años y que los jóvenes confunden con un rey o con un escritor de la Edad de Oro. Y a mí, sinceramente, me importan un bledo los huesos del General. Me preocupan, ahora mismo, las calles de Barcelona y hasta dónde pueden llegar las llamas de esa ciutat cremada rehén de una generación abducida por el odio y por otras substancias estupefacientes.
Mientras Barcelona muestra la imagen en llamas de una situación irreconciliable andamos enredados en los huesos de un señor que murió hace más de cuarenta años y que los jóvenes confunden con un rey o con un escritor de la Edad de Oro. Y a mí, sinceramente, me importan un bledo los huesos del General. Me preocupan, ahora mismo, las calles de Barcelona y hasta dónde pueden llegar las llamas de esa ciutat cremada rehén de una generación abducida por el odio y por otras substancias estupefacientes.
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