lunes, 28 de octubre de 2019

La mochila pesa lo mismo que ayer



Jueves 24 de octubre de 2019. No puedo negar que de reojo le he echado un vistazo a la actualidad teleinvasiva del día. Me importan un bledo los cacareos histéricos de estos jovencitos que iluminan con su verborrea las tertulias de platós cursis de los estudios de las cadenas de televisión, mucho más formativas que informativas, en la mayoría de los casos. A todos ellos les supero en un porrón de años. Ventajas de la edad y punto. Yo no sufrí ni más ni menos que ellos, según parece y no será porque fuera yo un privilegiado. Si remontamos la historia de nuestra guerra incivil y de sus catastróficos efectos familiares igual, casi seguro, me sale a devolver. Así es que ruego no me vengan con dramas familiares que cada cual cuenta y extraña a los suyos. 


De todo lo visto en la entrega anticipada de Halloween de hoy, tal vez, si acaso, he echado de menos un armón de Artillería y al menos a una de las niñas góticas, para mayor gloria de su padre y deleite de su madre. Todo el resto, incluso el paseo por las nubes, impecable. Gracias. 



Será tu voz, será el licor...cena para dos. Después de mi jornada laboral, mi afterwork lo disfruto, entrega total, en la pista de polvo de arcilla, pasadas las inundaciones de los días precedentes y que conserva un alto grado de humedad. La bola va muy lenta y los golpes parecen los de un videojuego. No obstante disfruto pasando la bola del drive al revés y viceversa. Llego a casa con el menú de la cena en la cabeza desde el primer set: ese lomo de corvina ligeramente tostada su piel -crujiente- y tierna la blanca carne, untado sobre ella un aceite de ajos fritos. Como guarnición unas habitas tiernas salteadas con un poco de chispa. En la copa un ligero rosado francés de la Provenza; últimos tragos del curso. A partir del cambio de horario, o blanco o tinto.



Queda la tertulia en la cocina, después de esa cena para dos: la luz que nos ilumina es la que me deja la excelente entrevista de Ángel Expósito a Valentín Fuster, eminente cardiólogo con una exposición exquisita sobre el cerebro humano: "Si volviera a nacer, si volviera a estudiar medicina, me entregaría al conocimiento del cerebro... Es la maravilla del cuerpo humano.... Los seres que saben escuchar mejor son los niños de edad entre los tres y los siete años.... Si consigues llamar su atención y curiosidad, todo los que les dices queda en su cerebro, perfectamente almacenado y ordenado. Luego, cuando cumplen de quince a diecisiete años, su capacidad de comprensión es brutal."


Es al final de la cena, ya en el sofá, cuando en la soledad de la noche, el resto de habitantes de la casa durmiendo, me enfrento a las escasas imágenes que guardaré en la memoria, en mi memoria histórica, del funeral de Estado, el exhuma-inhuma de los restos del General. Que cada cual eleve a los altares o escupa a los infiernos sus propias conclusiones. A mí me basta con lo visto y oído. Apuro el paso a la horizontalidad de la cama con el último traguito al provenzal rosado, casi amargo y me duermo plenamente satisfecho por haber acarreado, un día más, mi propia mochila, con sus deberes, con sus recibos, con sus facturas, con sus tasas e impuestos, con sus chistes y con sus chascarrillos. No espero que nadie me auxilie mañana cuando vuelva a cargarla en mi espalda, no espero que nadie aligere su peso, ni los desenterradores ni los cursis del plató, seres menores que opinan de todo y que nada aportan. Nada habrá cambiado, después de todo.


Más Valentines Fuster y menos Halloween







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