Jueves 24 de octubre de 2019. No puedo
negar que de reojo le he echado un vistazo a la actualidad teleinvasiva
del día. Me importan un bledo los cacareos histéricos de estos jovencitos que
iluminan con su verborrea las tertulias de platós cursis de los estudios de las
cadenas de televisión, mucho más formativas que informativas, en la mayoría de
los casos. A todos ellos les supero en un porrón de años. Ventajas de la edad y
punto. Yo no sufrí ni más ni menos que ellos, según parece y no será porque
fuera yo un privilegiado. Si remontamos la historia de nuestra guerra
incivil y de sus catastróficos efectos familiares igual, casi seguro, me
sale a devolver. Así es que ruego no me vengan con dramas familiares que cada
cual cuenta y extraña a los suyos.
De todo lo visto en la entrega anticipada de Halloween de hoy, tal vez, si acaso, he echado de menos un armón de Artillería y al menos a una de las niñas góticas, para mayor gloria de su padre y deleite de su madre. Todo el resto, incluso el paseo por las nubes, impecable. Gracias.
Será tu voz, será el licor...cena para dos. Después de mi jornada
laboral, mi afterwork lo disfruto, entrega total, en la pista de polvo
de arcilla, pasadas las inundaciones de los días precedentes y que conserva un
alto grado de humedad. La bola va muy lenta y los golpes parecen los de un
videojuego. No obstante disfruto pasando la bola del drive al revés y
viceversa. Llego a casa con el menú de la cena en la cabeza desde el primer
set: ese lomo de corvina ligeramente tostada su piel -crujiente- y tierna la
blanca carne, untado sobre ella un aceite de ajos fritos. Como guarnición unas
habitas tiernas salteadas con un poco de chispa. En la copa un ligero rosado
francés de la Provenza; últimos tragos del curso. A partir del cambio de
horario, o blanco o tinto.
Queda la tertulia en la cocina, después de esa cena para dos: la
luz que nos ilumina es la que me deja la excelente entrevista de Ángel Expósito
a Valentín Fuster, eminente cardiólogo con una exposición exquisita sobre el
cerebro humano: "Si volviera a nacer, si volviera a estudiar medicina,
me entregaría al conocimiento del cerebro... Es la maravilla del cuerpo
humano.... Los seres que saben escuchar mejor son los niños de edad entre los
tres y los siete años.... Si consigues llamar su atención y curiosidad, todo
los que les dices queda en su cerebro, perfectamente almacenado y ordenado.
Luego, cuando cumplen de quince a diecisiete años, su capacidad de comprensión
es brutal."
Es al final de la cena, ya en el sofá, cuando en la soledad de la noche, el resto de habitantes de la casa durmiendo, me enfrento a las escasas imágenes que guardaré en la memoria, en mi memoria histórica, del funeral de Estado, el exhuma-inhuma de los restos del General. Que cada cual eleve a los altares o escupa a los infiernos sus propias conclusiones. A mí me basta con lo visto y oído. Apuro el paso a la horizontalidad de la cama con el último traguito al provenzal rosado, casi amargo y me duermo plenamente satisfecho por haber acarreado, un día más, mi propia mochila, con sus deberes, con sus recibos, con sus facturas, con sus tasas e impuestos, con sus chistes y con sus chascarrillos. No espero que nadie me auxilie mañana cuando vuelva a cargarla en mi espalda, no espero que nadie aligere su peso, ni los desenterradores ni los cursis del plató, seres menores que opinan de todo y que nada aportan. Nada habrá cambiado, después de todo.