Va camino de convertirse en la expresión del verano: estrés térmico.
Hace calor, las calles, en las horas punta del día, se transforman en territorio muy hostil. Lo veo desde el coche cuando alguna tarea me proyecta al exterior desde mi despacho y no me queda más remedio que abandonar mi zona de confort térmico de los veinte y pocos grados. Si atravieso la ciudad o me introduzco en calles abarrotadas de turistas ávidos de cultura comercial, con la que está cayendo, o los veo en alguna zona de ocio circulando -algunos descalzos- por encima del asfalto me imagino que deben estar encantados. Ni la indumentaria ligera ni los gorros de pasta de papel, ni los helados, ni las sombrillas de las terrazas. La temperatura y la humedad del ambiente hacen que parezca increíble que estos irresponsables prefieran el calor del suelo duro a la suave brisa de la orilla. Para ellos queda mi ración de ciudad.
El asfalto de una de las pistas del aeropuerto de Palma empezó a derretirse como un frigodedo fuera del congelador, en manos de un niño en la playa. Tuvieron que cerrarla durante unas horas. Insólito aquí. No lo era tanto en Herat. Una noche salí a inspeccionar el estado de la la pista ya que con frecuencia regular se presentaban facturas de mantenimiento y reasfaltado. Había que supervisar y localizar los puntos críticos y aprovechar las horas nocturnas para reparar los socavones provocados por el calor - casi sesenta grados- y el impacto de los aterrizajes de los aviones de gran tonelaje que llegaban a aquel punto maldito del infierno.
Y es que parece que hace más calor ahora que cuando éramos niños. Vivimos rodeados de oasis térmicos ciertamente asequibles. En las oficinas, en los centros comerciales, en restaurantes, bares y cafeterías, en el cine...en todos estos lugares a los que podemos acceder sin muchas exigencias económicas, la temperatura puede llegar a ser incluso molesta y claro, cuando salimos nuevamente.
- Dicen que hace mucho calor, hoy -me dice la dependiente de pescadería del supercor mientras, con su paciente y habitual destreza, separa los brillantes lomos de una excelente corvina.
- Cierto. No sabes lo bien que estás ahí adentro. Está cayendo una buena. Ponme también, por favor, una bolsa de mejillones y doce gambones.
Me afano -entre vapores- en preparar un pistito en corte pequeño de berenjenas, calabacines, cebolla, ajos y laurel, a fuego lento y bañado al final con una fina salsa de tomate.
Este calor, esta humedad ácida está machacándonos. No queda más remedio que refugiarnos en la terracita y después de pasar por plancha la corvina y los gambones, acabar la guarnición con el aromático pisto....que siga el estrés térmico, que con una buena dieta y rosado fresquito todo pasa de otra manera.
El asfalto de una de las pistas del aeropuerto de Palma empezó a derretirse como un frigodedo fuera del congelador, en manos de un niño en la playa. Tuvieron que cerrarla durante unas horas. Insólito aquí. No lo era tanto en Herat. Una noche salí a inspeccionar el estado de la la pista ya que con frecuencia regular se presentaban facturas de mantenimiento y reasfaltado. Había que supervisar y localizar los puntos críticos y aprovechar las horas nocturnas para reparar los socavones provocados por el calor - casi sesenta grados- y el impacto de los aterrizajes de los aviones de gran tonelaje que llegaban a aquel punto maldito del infierno.
Y es que parece que hace más calor ahora que cuando éramos niños. Vivimos rodeados de oasis térmicos ciertamente asequibles. En las oficinas, en los centros comerciales, en restaurantes, bares y cafeterías, en el cine...en todos estos lugares a los que podemos acceder sin muchas exigencias económicas, la temperatura puede llegar a ser incluso molesta y claro, cuando salimos nuevamente.
- Dicen que hace mucho calor, hoy -me dice la dependiente de pescadería del supercor mientras, con su paciente y habitual destreza, separa los brillantes lomos de una excelente corvina.
- Cierto. No sabes lo bien que estás ahí adentro. Está cayendo una buena. Ponme también, por favor, una bolsa de mejillones y doce gambones.
Me afano -entre vapores- en preparar un pistito en corte pequeño de berenjenas, calabacines, cebolla, ajos y laurel, a fuego lento y bañado al final con una fina salsa de tomate.
Este calor, esta humedad ácida está machacándonos. No queda más remedio que refugiarnos en la terracita y después de pasar por plancha la corvina y los gambones, acabar la guarnición con el aromático pisto....que siga el estrés térmico, que con una buena dieta y rosado fresquito todo pasa de otra manera.
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