lunes, 19 de agosto de 2019

Empezaban a pesar los días

Empezaban a pesar los días y todavía parecía muy lejano el final de la misión. Llegábamos a la segunda quincena de agosto y los italianos de la Base llevaban unos días anunciando en sus locales la gran fiesta; su ferragosto. El desconcertante huso horario hacia que cerca de las seis de la tarde la oscuridad engullera con avidez aquel pedazo de infierno. El polvo en suspensión colaboraba eficazmente en crear un entorno desapacible, hostil.

Aunque el buen tono anímico y el espíritu positivo predominara en el grupo, las semanas de convivencia acumuladas iban dejando huella en algunos miembros del contingente. Empezaba a acusarse la falta de aire libre, la ausencia de una refrescante brisa mediterránea que nos hiciera soñar nuestra presencia en calas de aguas turquesas y fondos imposibles, esas impagables imágenes de las fotos del guasap que llegaban de amigos y familiares en sus periplos veraniegos de orillas mansas y terrazas surtidas de pescados al horno y blanquitos en cubitera.

Esas falsas ensoñaciones se curaban machacando bíceps, tríceps, pectorales, dorsales y deltoides en el gimnasio o tomando la árida ruta del CATO o más allá, hasta donde decían que llegaban chacales rabiosos ávidos de restos de comida que pudiera constituir un apetitoso festín. Hasta donde se podía llegar sin autorización ni  necesidad de llevar chaleco, casco y armamento.

Con zapatillas para correr y prendas deportiva ligeras, por esa carretera y a última hora de la tarde nos cruzábamos cientos de los habitantes de la Base sin prestarnos mucha atención, sin apenas necesidad de levantar la mano y siguiendo cada cual a lo suyo.

El aire era un tupido velo que cerraba el horizonte por el este mientras que la siniestra pero imprescindible línea de merlones negaba la posibilidad de observar, desde la carretera, cómo el sol iba cayendo hasta ocultarse tras las colinas que delimitaban al oeste.

Encontré, por puro azar, la canción más adecuada para aquel recorrido. Confiaba, iluso de mí, que tal vez algún día, esa carretera acercaría al pueblo afgano de nuevo a la civilización que ya conoció y vivió hasta unas décadas atrás. Habia visto en múltiples archivos algunas fotografías de las décadas de los 50 y 60 con jóvenes universitarios afganos - chicos y chicas sin distinción de género - vistiendo como cualquier universitario europeo de la época, fumando tabaco rubio americano y compartiendo sonrisas sin velos, ni burkas, ni hiyabs. Imaginaba que no los mismos tendidos, por supuesto, pero algo parecido al telégrafo de nuestra epoca; cualquiera de las redes sociales que compartimos con exceso en nuestro errático día a día, podría suponer la liberación de esos ciudadanos, prisioneros de una cultura dictatorial y cruel, discriminatoria y aniquiladora de derechos y libertades, manipulados por señores de la guerra y talibanes de la fe. 

Una versión extendida y en directo de Telegraph road, de Dire Straits, inducía mis reflexiones afganas por los auriculares de mi Ipod y duraba toda mi carrera/caminata hasta los confines, hasta escuchar, de lejos, los ladridos de los chacales y pese a su amenazante presencia, al final, es mucho más peligroso el ser humano. 64 muertos y más de cien heridos en un atentado suicida en Kabul, ayer, en la ceremonia de una boda. ¿Chacales? No. El hombre.

Llega el último esfuerzo; un poco más de orilla para disipar el aire de melancolía que dejan en el ánimo de los veraneantes los días pasados.  Es momento de ir incorporándose a la normalidad. 

https://youtu.be/_4E_924b9SU

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...