lunes, 15 de abril de 2019

Autómatas

Han salido de sus cajas. Abruptamente cesados en el uso para el que fueron concebidos, ni el polvo ni los muchos años a la sombra de toda luz y contemplación, han mermado un ápice su encanto. Antes al contrario, hoy en día que andamos abducidos por el triunfo de lo virtual y la holografía, capaces de representar y simular  personajes u objetos de lo más variopinto, el hecho físico de tomar entre las manos uno de aquellos juguetes a los que accionaba su movimiento el giro de una llavecita plana unas cuantas vueltas, nos devuelve a tiempos remotos en los que la vida era mucho más sencilla. Era lo que entendíamos por "dar cuerda" e igual servía para  el reloj de pulsera, que para un cochecito conducido por el pato Donald, un trenecito de latón que se desplazaba en un circuito cerrado de vías o un monigote de Charlot que imitaba, a la perfección, su forma de caminar y el movimiento de su bastón.



Estamos y vivimos rodeados de automatismos. El avance tecnológico nos ha llevado a la creencia de que todo lo que envuelve nuestra vida funciona de forma autónoma aunque ya no tenemos necesidad de dar cuerda y a penas a cambiar los pilas de cuarzo ni las de litio.


Nosotros mismos funcionamos como autómatas la mayor parte del tiempo que vivimos. Hay un mecanismo automático que hace que mi mente, dispersa en sueños o pesadillas, según, regrese de madrugada a mi cuerpo yaciente, haga que se abran mis ojos y que fije la atención en los sonidos que entran por el oído izquierdo. Ese mismo automatismo orgánico hace que se disipe la nebulosa del mundo irreal de lo soñado y que cobre su peso la realidad, la que sea en cada momento, en cada amanecer: de ahí ya no te escapas salvo que decidas, con buen criterio, echar un pie a tierra y activar el resto de automatismos de la casa: la cafetera, el grifo de la ducha, el microondas, la nevera....ahí están todos esos objetos de los que vas disponiendo de forma autómata, absolutamente irreflexiva. 

El coche para en la rotonda del cole y el pato Donald recibe o da un beso en la frente. Se apean las escolares y el vehículo sigue su marcha. Me topo -07:24 a.m.- en un semáforo con otro autómata, el bueno de Juan A. Bajamos la ventanilla y le hago el gesto de echar la caña de pescar y recoger sedal:

- Qué? A pescar?
- Sí, sí, claro....

Sigo mi ruta y un nuevo autómata me sale al paso: Jaime B. -el hombre que esquivaba los soportales de Jaime III-. En el coche, el automático repaso de la actualidad local. Tronchante, si no fuera porque es dramática, hasta llegar a Cort donde una risotada incontenible marca el final de trayecto compartido.

Hay muchos más autómatas cotidianos con los que me cruzo -todos los días los mismos a la misma hora y en idénticos trayectos, día tras día- y que caminan con firmeza pero siempre con la vista pegada a una pantallita.

Llego al despacho, enciendo los ordenadores, pongo en marcha la radio y en lo que tecleo automáticamente las claves de acceso, escucho con más pereza que ganas las frases más destacadas de la jornada....Esto es; pereza y hasta un grado que me lleva indefectiblemente a oír como una lejana e insufrible perorata los  ruidos y sonidos que emiten esos muñecos a los que el calendario electoral parece haber dado cuerda y hablan y hablan y hablan.....y no dicen nada.


https://youtu.be/NzGWI2zjLt8

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...