lunes, 25 de febrero de 2019

Vivir en modo avión

Pensé que iba a ser más difícil pero después de haber vivido más de una semana en modo avión ha resultado mucho más sencillo y placentero de lo que me imaginaba. Y eso que la altitud y velocidad alcanzada hasta ahora no ha permitido impermeabilizar del todo mis sentidos y aún, de vez en cuando, noto el frío impacto de algún titular rutilante, algún guasap con tintes políticos y alguna imagen del juicio, de las barricadas o de la metralla electoral. Mejorará, sin duda, a partir de la segunda semana, entre otras cosas, porque a partir del jueves un extenso manto de nieve y la gastronomía del Vall d'Arán centrarán toda mi atención. Así sea.

De lo que más me cuesta aislarme es del sonido radiofónico del alba. El mantra de los enigmáticos sueños  puede alterarse según sea la hora en que mi cuerpo yacente recupera el encendido del sistema y las pequeñas lucecillas comienzan su incesante parpadeo. Si es antes de las seis, no veo amenazada mi suave navegación aérea. Pero si es a partir de esa hora, los primeros titulares y la perorata de Herrera, generan ciertas turbulencias y sacuden levemente mi avión. 

Durante el resto del día ya no presto atención a la actualidad. Hojeo sin excesiva atención el periódico en edición de papel de la cafetería y paso con urgencia y de puntillas por las informaciones locales y nacionales; husmeo en las fotos sin agudizar mucho la vista, sin mis gafas de presbicia. Veo tipos sentados en bancadas de terciopelo granate como si estuvieran en la sala de espera de un viejo consultorio o de pie  ante el Tribunal y alguna frase entrecomillada. Otros, más habituales de los reality de nuestra política nacional, manoseando interesadamente términos y expresiones con los que pretenden ganarse la voluntad del elector. Y huesitos, muchos huesitos. Nauseabundo.

En cuanto me subo al coche, sintonizo emisoras musicales que me garanticen el cordón sanitario con el que me protejo de los agresivos informativos que anuncian lo que hacen fulanito o perenganita, con quién, dónde, a qué hora y qué aspecto tenía la deposición, la comida, su traje, su bolso.....

Vivo feliz con mi aislamiento. He descubierto recientemente una emisora inglesa que opera en determinados puntos de nuestro Mediterráneo. Las canciones de los 80 y los informativos en inglés, sin más énfasis que el acento del locutor. No se puede pedir más. Desde primera hora del sábado escuchando los viejos temas (término este para referirse a las canciones que tanto entusiasmaba a mi querido Pedro GS) rescatados del desván, como en su momento, para la generación anterior a la mía, pudieron ser los cuplés de la Piquer. Pues para eso hemos quedado, para consolarnos con volver a escuchar a Tears for fears; Wet, wet, wet; The Christian,s; The Cure; Smokey Robinson y un largo etcétera que me transporta, en avión, a tiempos pretéritos. Mi sorpresa, mayúscula, es que mi hija mayor, María, 17 años, las conoce, las baila con sus amigas y las tararea casi inconscientemente. No deja de llamar la atención que la música de mi generación, pasados más de treinta y pico años desde que se grabaron, suene en su altavoz  bluetooth y que estén en su playlist. Será que, o aquello era muy bueno o lo de hoy en día deja mucho que desear.

No se está nada mal a bordo. Ánimo: quedan plazas libres.

Hijos y música.... 

https://www.youtube.com/watch?v=1-XhIhNWqgI

lunes, 18 de febrero de 2019

Donde reside la fe

Llega a un punto la vida en el que conviene rebajar el ruido exterior o aislarse de él y mirarse hacia adentro, sondear en nuestro interior y reflexionar sobre asuntos para los que el ritmo diario no encuentra fácil acomodo. Ese momentito de ensimismamiento que prosigue al último traguito del café con leche matutino que me obliga a elevar la vista y toparme con las baldosas blancas de la cocina (mira que le dijiste bien clarito al jefe de obra que no querías la maldita cenefa de frutitas y de eso han pasado ya más de veinte años). Se te ocurre coger el rotulador y escribir, en una de esas baldosas, la frase que debe leer la siguiente en turno de desayuno. Un post-it de tinta deleble con un mensaje de puño y letra y el  esbozo torpe de un beso o de una flor, según.

Comienza el día y dejas que la cabeza, además de ordenar los pasos de tus pies y los gestos de tus manos, ordene también las inquietudes internas y que el murmullo de tus temores jamás se refleje en la fachada exterior, en tu cara.

- ¿Cómo estás? me pregunta Jaime B. (el hombre que esquivaba la cartelera) nada más subirse a mi coche en la  calle Caro. 
- No me puedo quejar.
- Siempre me contestas lo mismo- replica resignado.

Es cierto. Esta y no otra suele ser siempre mi respuesta cuando alguien me pregunta. Y es sincera y sentida. Realmente, sin entrar en mucho detalle, no me puedo quejar, no debemos quejarnos. Basta con echar un vistazo a lo más próximo y cotidiano y resulta muy habitual toparse con la crudeza con que la vida y las circunstancias azotan a otros seres. Cada cual lleva su propia palmatoria y salvo contadas excepciones, solo la discreción intencionada y el pudor vetan a los demás el conocimiento de los temores y el nombre de los demonios que habitan en las mentes de familiares y amigos de nuestro entorno íntimo, aunque la fachada,  la cara, es el reflejo del alma y por mucho que trate de disimularse es complicado huir del todo de un mal momento personal sin dejar huella. 

Suelo acudir a mi Parroquia los domingos por la tarde, cuando la luz mortecina de las horas finales del día acompaña, como un cortejo fúnebre, al último hálito de asueto y de libre albedrío, antes de asumir, con cierta resignación, que la voluntad ajena y las obligaciones profesionales volverán a marcar nuestro ritmo en unas pocas horas.  Precedido de una numerosa pandilla de monaguillos (cardenalitos pequeños) toma su lugar el joven Párroco -joven pese a que probablemente ronde los sesenta y visto lo visto en la mayoría de las Parroquias a las que asisto, este lo es-. Es un hombre afable, habla con ritmo muy pausado, resulta convincente en su palabra y es riguroso en la ejecución de la Eucaristía.  Favorece con su verso la generación del vínculo adecuado entre los feligreses y el altar, presidido por una composición tridimensional de una figura de Jesucristo levitando a escasos metros de su Cruz. Es una interpretación artística alegórica de la resurrección que raya la perfección por su sencillez. Habla con temple a sus hermanos, mirándonos a la cara. No esconde su mirada tras el atril ni la fija exclusivamente sobre el sagrado texto ni extiende tembloroso un dedo índice acusador sobre los pecadores, como he visto en esta misma Iglesia. Cierra su homilía con una frase inapelable:

"No deberíamos buscar el dinero y a Dios al mismo tiempo. No lo soportariamos" 

Los parroquianos somos los habituales de cada domingo a esa misma hora. Muchos, conocidos entre sí; familias con niños, familias con hijos adolescentes, parejas jóvenes, de mediana edad y mayores, ancianos solos, solas o acompañados de cuidadores. Somos gente a la que nos resulta indiferente lo que piensen de nosotros por profesar esa fe que nos empuja hasta la puerta de la Parroquia y, seguramente, desde sus bancadas hasta nuestro propio interior. Los mejores de esos asistentes son, seguramente, mucho más piadosos y misericordiosos y no les afecta, además, que les insulten y que cuatro mamarrachos ofendan los símbolos de su fe y desprecien esa supuesta debilidad intelectual o tara. No queda nada bien mostrarla en según que sociedad y suele ser objeto de befa y de burla porque sale absolutamente gratis. Y no está de moda. Es mucho más cool dejarse abducir por otras religiones y otras culturas que normalmente no se conocen profundamente  y a las cuales es más peligroso atacar y ofender. Y lo bien que queda tatuarse unos versitos en lengua árabe en el brazo o en un costado...y decir que es una frase del Corán.

Afortunadamente la fe no reside en unos trazos de tinta sobre la piel; está en el interior y como dice el Párroco, "Dios está ahí siempre".  

Aunque no vengas, aunque no vayas a comprobarlo. Él siempre está. Creo. 



lunes, 11 de febrero de 2019

El sutil aroma de la rutina

El sutil aroma de la rutina puede encontrarse en cualquier rincón de la vida. Se agradece, en ocasiones, el lento ritmo de los acontecimientos, vivir sin sobresaltos, sin una llamada, sin un pitido del guasáp que nos indique un cambio de velocidad o un giro brusco. Algo que nos altere el pulso cardíaco.

El sutil aroma de la rutina se me manifiesta cada mañana, un buen rato antes de las seis, cuando el Pulpo, Ponedor de  calles, se encuentra con Herrera e intercambian cromos musicales y hacen sonar clásicos ochenteros o las reediciones de aquellos viejos éxitos, nuevamente versionados - magistralmente- por nuevos grupos* o por sus propios autores, los que sobrevivieron, ya que con la vida que han llevado -con lo que muchos de ellos se han metido- ya es asombrosa su mera supervivencia. La mayoría son ya septuagenarios y cuando el recuerdo de sus voces se adorna con una imagen personal del sujeto o sujeta, automáticamente, adviertes el cruel paso del tiempo y te imaginas a tí mismo con setenta y tantos ….qué vértigo!

El sutil aroma de la rutina se advierte también las serenas mañanas de los sábados, cuando las sábanas envuelven y abrazan, sin prisas, los cuerpos algo más festivos y, lejano, se escucha el rumor de una barredora de EMAYA y los perversos rugidos de las sopladoras de hojarasca. Van esos tipos perfectamente dotados con equipos personales de protección; gafas, cascos, máscaras, guantes. Todo lo que justamente me inquieta a esas horas del incipiente fin de semana en que esos molestos ruidos amargan los dulces besos que me arroja la inexistencia de más obligaciones que un frugal desayuno y un adecuado proceso de desperezamiento, en pareja o en la multitud de la familia.

Es sutil rutina encontrarse -nuevamente- a las siete y media en la calle Caro y poder echarle guasa a las contrariedades y convulsiones que provoca la actualidad informativa, local, regional, nacional o internacional compartida con mi colega Jaime B. (el hombre que esquivaba los semáforos) en clave de fina ironía a la cual sigue, al final, una sonora y prolongada risotada al llegar a la Plaza de Cort. Aleeerta! que no estamos para coñas y la cosa está muy seria (chunga). Sí. En lo local, en lo regional, en lo nacional y en lo internacional.....Y hasta ahí puedo escribir, porque me debo a ciertas restricciones en el uso de mis derechos y libertades y para cuatro estaciones que me quedan, a estas alturas no voy a pegarme un tiro en el pie.

Sutil rutina es ese paseíto vespertino de los miércoles por mi propia Palma, hasta donde alcanzan tres cuartos de hora de ida más otros tantos de vuelta, callejeando solo y en silencio, elevando la vista a la estrecha cúpula de fachadas encontradas y bajo el resquicio que dejan cornisas y aleros, que se rozan y que permiten, no sin dificultad, que vaya colándose la tibia luz del atardecer, dejando ver el cielo a veces añil, siempre azul. Ulula levemente una brisa entre las calles adoquinadas y me imagino,  más bien me invento, el olvidado tránsito de carretas y la antigua brega de caballos y de mulas; el sonido de sus cascos y sus relinchos en cada esquina, en cualquiera de los bellos patios de muchas de las señoriales casas. A veces parece escucharse rumores al otro lado de esos muros. Si hablaran..... Sutil y fantástica rutina.



* https://youtu.be/sQnoZUR6fvY



lunes, 4 de febrero de 2019

Con muy poquito soy feliz

Tocaba cerrar enero, mis vacaciones y mi playa con la dignidad y respeto que se merecen.  Ese era el plan previsto para la última semana, pero llegó Gabriel y dictó su sentencia: fuertes vientos con rachas de hasta 120 kilómetros por hora, cielos cubiertos por negros nubarrones, alguna que otra llovizna y, por consiguiente, tiempo para dedicar a esas gestiones domésticas, bancarias, administrativas para las que nunca encontramos el momento adecuado.

No obstante, diré que no me puedo quejar. A pesar de ir a contrapelo del resto de la humanidad, enero es un buen mes para tomar las vacaciones no agotadas del año anterior. Es el mes en que, en mi casa, mejor y más sano se come y se cena. Sin excesos y sin echar por la borda el esfuerzo que requiere remontar su famosa cuesta. Y el tiempo cunde mucho más de lo que pueda imaginarse siempre y cuando las seis y media de cada día te pillen  ya con los dos pies en el suelo.

Me he entregado a una gastronomía de invierno; de tradicional y vieja cazuela de barro, de salsas trabadas y cocciones profundas, de aromas de hierbas y sazones tradicionales, de verduras confitadas a baja temperatura. De caldos y potajes en los que sumergir con fundamento el cucharón y desprender, casi en llamas, espesos y cuajados sabores. La cocina, a veces, hace que pierda la noción del tiempo y que acabe atropellándome el tranvía. Y me gusta la llama porque se aprecia y se puede graduar su altura y dejarla, cuando toca, a una expresión mínima, a un latido lento y paciente. 




Cuando la conexión con Melbourne no era prioritaria ni interesante, acelerón y mochila de playa. Al sur de mi playa hay una cala solitaria, máxime en esta época del año. Está frente a dos mares enfrentados y al fondo, el contraluz del sol recorta la silueta de una pequeña isla. Rompen las olas entre sí, frente a la orilla y sin embargo, apenas acarician muy suavemente  las rocas. Es, con las calmas de enero, el lugar adecuado para sentirse, en solitario, el hombre más poderoso y feliz del mundo. No hay arena, solo rocas abruptas y muchos guijarros y el acceso al baño es un tanto complicado. No es bonita desde el agua y sin embargo, su orientación sur hace disfrutar de una vista natural y salvaje:





Cuando la ola ya se retira,
el mar resbala despacito,

colándose entre los guijarros

y sonando, liviano, a calderilla
como aquellos céntimos viejos
que hacían sonar en sus bolsillos,
los camareros del antiguo café

Si hoy todavía fumara
dejaría caer un cigarrillo 
desde la comisura de mis labios, 
y cerraría mis ojos,
desafiando al viento y al sol.
Probablemente parecería
el hombre más feliz del mundo.
(Y tal vez lo sería)


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...