El pasado jueves, después de almorzar con la mayor de mis hijas y de repasar someramente el devenir de su curso y de sus inquietudes vitales me asomé al balcón. En el horizonte, mirando hacia el sur, más claros que nubes. No estaba el cielo tan limpio como el día anterior pero la temperatura era óptima y el destino estaba claro; aprovechar una excelente tarde antes del cambio de horario y antes de que la amenaza de un nuevo temporal arruinase la esperanza de los últimos baños de la temporada. Dicho y hecho. La orilla borrada y la playa cubierta por un espeso manto de algas. Una brisa con intenso aroma de mar y el cielo cubierto por inmensos nubarrones que apenas permiten asomarse al sol. Pese a ello unos pocos bañistas, los más reacios a desterrar el bañador al fondo del armario, entre los cuales me incluyo. Se hacía un tanto incómodo nadar porque el oleaje era un tanto brusco.
Fue el último día del verano. El otoño cayó en viernes y aún pude dejarme la piel en la pista de tenis. Con la esperanza de que no se viera cumplida la previsión de unas inclemencias tan anunciadas, aún confiaba en poder volver a jugar el sábado pero finalmente la naturaleza ha vuelto a desatarse y parece que ha entrado el invierno. Agua, agua y agua. Las temperaturas se desploman y vuelven a las carátulas de los telediarios las imágenes de temporales de nieve, granizo e inundaciones. Y frio en la península.
El temporal parece tener voluntad de permanencia y el pronóstico para los próximos diez días parece una copia continua de lo que viene ocurriendo desde el sábado. Veremos.
En lo que se confirma o no el cambio de escenario climatológico regresamos nuevamente al hogar y el sábado vuelve a circular la ropa de un armario a otro de cada habitación mientras yo me refugio en mi cocina y voy regresando a los fundamentos culinarios para el inicio del invierno. Asoman los caldos y los pucheros, las largas cocciones de verduras, hortalizas, gallina y morcillo; entra el fogonero, la corvina, el besugo y el salmón y estiramos la alfombra roja a los primeros tintos después de habernos entregado durante meses a los finos rosados franceses y riberas. Enciendo el horno y pelo patatas, calabaza, nabos. Llega la alcachofa y el aroma de hinojo y apio inunda la cocina.
Me ausento del noticiero que en su rutina habitual sigue castigando mi moral....hasta cuándo este suplicio de los mismos nombres, las mismas estafas, las mismas mentiras....me aburre hasta la información deportiva. Bueno, al final, esta sección me salva la tarde del domingo y me rescata del sopor. Vibro con la messidependencia; hasta desde la banda y escayolado, en las vísperas del "qué coño es jalogüin", ejerce su poderosa influencia, una vez más, en un clásico. Dejad a Lopetegui en paz a que está bien donde está. Estoy ya deseando escuchar a los Roncero, Manusánchez y Alcalá....
No voy de chuches ni de disfraces, pero no puedo evitar -se me va de las manos- contemplar ese aquelarre masivo de millones de españoles celebrando el "truco o trato", con lo buenos que están los boniatos, las castañas, los panellets y los huesos de Santo. Estamos perdidos, lo siento.