lunes, 29 de octubre de 2018

El otoño fue ayer

El pasado jueves, después de almorzar con la mayor de mis hijas y de repasar someramente el devenir de su curso y de sus inquietudes vitales me asomé al balcón. En el horizonte, mirando hacia el sur, más claros que nubes. No estaba el cielo tan limpio como el día anterior pero la temperatura era óptima y el destino estaba claro; aprovechar una excelente tarde antes del cambio de horario y antes de que la amenaza de un nuevo temporal arruinase la esperanza de los últimos baños de la temporada. Dicho y hecho. La orilla borrada y la playa cubierta por un espeso manto de algas. Una brisa con intenso aroma de mar y el cielo cubierto por inmensos nubarrones que apenas permiten asomarse al sol. Pese a ello unos pocos bañistas, los más reacios a desterrar el bañador al fondo del armario, entre los cuales me incluyo. Se hacía un tanto incómodo nadar porque el oleaje era un tanto brusco. 



Fue el último día del verano. El otoño cayó en viernes y aún pude dejarme la piel en la pista de tenis. Con la esperanza de que no se viera cumplida la previsión de unas inclemencias tan anunciadas, aún confiaba en poder volver a jugar el sábado pero finalmente la naturaleza ha vuelto a desatarse y parece que ha entrado el invierno. Agua, agua y agua. Las temperaturas se desploman y vuelven a las carátulas de los telediarios las imágenes de temporales de nieve, granizo e inundaciones. Y frio en la península.

El temporal parece tener voluntad de permanencia y el pronóstico para los próximos diez días parece una copia continua de lo que viene ocurriendo desde el sábado. Veremos.

En lo que se confirma o no el cambio de escenario climatológico regresamos nuevamente al hogar y el sábado vuelve a circular la ropa de un armario a otro de cada habitación mientras yo me refugio en mi cocina y voy regresando a  los fundamentos culinarios para el inicio del invierno. Asoman los caldos y los pucheros, las largas cocciones de verduras, hortalizas, gallina y morcillo; entra el fogonero, la corvina, el besugo y el salmón y estiramos la alfombra roja a los primeros tintos después de habernos entregado durante meses a los finos rosados franceses y riberas. Enciendo el horno y pelo patatas, calabaza, nabos. Llega la alcachofa y el aroma de hinojo y  apio inunda la cocina.

Me ausento del noticiero que en su rutina habitual sigue castigando mi moral....hasta cuándo este suplicio de los mismos nombres, las mismas estafas, las mismas mentiras....me aburre hasta la información deportiva. Bueno, al final, esta sección me salva la tarde del domingo y me rescata del sopor. Vibro con la messidependencia; hasta desde la banda y escayolado, en las vísperas del "qué coño es jalogüin", ejerce su poderosa influencia, una vez más, en un clásico. Dejad a Lopetegui en paz a que está bien donde está. Estoy ya deseando escuchar a los Roncero, Manusánchez y Alcalá.... 

No voy de chuches ni de disfraces, pero no puedo evitar -se me va de las manos- contemplar ese aquelarre masivo de millones de españoles celebrando el "truco o trato", con lo buenos que están los boniatos, las castañas, los panellets y los huesos de Santo. Estamos perdidos, lo siento.


lunes, 22 de octubre de 2018

Las gotas las carga el diablo

Poco puede añadirse, en general, a lo que ya todo el mundo ha visto, leído, seguido y compartido a través de las redes sociales. Fotos del drama y de la desolación que han supuesto para cientos de ciudadanos las lluvias torrenciales y las posteriores inundaciones en Mallorca, hace más de diez días y en la zona de Levante y Andalucía oriental el pasado fin de semana. 

Al hilo de las primeras valoraciones por parte de científicos baleares, produce cierto temor indagar en los hechos y asumir las consecuencias. Por una parte parece que vamos a tener que empezar a asumir que cada vez con más frecuencia vamos a padecer este tipo de fenómenos climatológicos; gotas frías y lluvias torrenciales, incluso en zonas normalmente ajenas a una nivel medio de precipitaciones. Y, lo peor, la mala acción o inacción del ser humano en la prevención de los riesgos de riadas, torrentadas e inundaciones, pese a lo fatalmente extraordinario de esas lluvias. 

Una naturaleza desatada como hemos vivido estos días encuentra en la torpeza o en la ambición del hombre el aliado perfecto. Una de las frases que me ha quedado grabada estos últimos días es la de un reputado geógrafo mallorquín experto en inundaciones: "el torrente de Sant Llorenç parecía diseñado por un asesino en serie". No parece que haya que buscar culpables porque lluvias de casi doscientos litros por metro cuadrado durante dos horas hacen verdaderamente complicado disponer de medios eficaces para prevenir las riadas y sus terribles y mortales consecuencias. Pero, sin ánimo de hurgar en la herida ni buscar responsables, limpiar los torrentes y estudiar sobre el terreno los puntos donde pueden producirse y crecer las riadas, sí que es posible.

En uno de estos vídeos recibidos durante el fin de semana, un vecino de Andalucía mostraba su indignación e impotencia por las consecuencias de las lluvias torrenciales anegando sus propiedades y provocando daños irreparables en el terreno, muerte de ganado, etc. motivado por la deliberada inacción de las autoridades locales en el cuidado y mantenimiento de torrentes naturales. Por motivos atribuibles a ciertos criterios de gestión medioambiental -el ecologismo radical espontáneo, progre e indocumentado y tan moderno él resulta a veces indigesto- los responsables de la cosa han recomendado que sea la propia naturaleza la que disponga por dónde deben trascurrir cauces y riadas. Démosle espontaneidad a la naturaleza que ya se encargará ella de corregir la obra humana. Eso sí, asumamos luego las consecuencias aunque lamentablemente, además de los elevados costes materiales, se cobra vidas humanas.


lunes, 15 de octubre de 2018

Un recorrido de veinte años.

Pasaban las semanas y todo transcurría con la rutina habitual. Bueno, esa rutina que proporciona el recorrido diario de  una montaña rusa de la que no se conocen, en el momento de partir del andén, ni sus rampas, ni sus curvas, ni sus caídas porque se van descubriendo cada palmo, cada metro, cada minuto.

Sonaba todas las mañanas el teléfono de mi despacho. En la pantallita -escueto- "AYUDANTE".

- A sus órdenes,  mi Comandante. Ya está el Coronel en su despacho - informaba Juan con su discreto acento canario-.
- voy para allá, Juan, muchas gracias.

Mi despacho es el más lejano y por tanto, tras la ronda de llamadas, solía ser el último en llegar al del Jefe. Simultáneamente a la apertura de la puerta, mi saludo protocolario de buenos días.

- Bon día, estimat. Pasa

Y, todo de una, nos subíamos al vagón de la cotidiana y rutinaria montaña rusa y empezaba el vertiginoso recorrido por las diversas novedades que cada cual aportaba al debate inicial de cada mañana. De lo más variado y singular en ocasiones: hechos delictivos, actuaciones, incidentes, cuestiones relativas al personal, reuniones, noticias de la prensa y un largo sinfín de todo lo que puede ocurrir de un día para otro, en el ámbito amplio de la seguridad ciudadana, en todo el archipiélago; en sus islas y en sus mares.

Y cuando la ocasión lo requería o cuando tocaba mi turno, con una mirada alzada me preguntaba y en el mismo lenguaje yo respondía. No hemos necesitado, a veces -la mayoría-, ni cruzar una sola palabra para conocer y resolver. Fácil.

Hace ya veinte años fue él quien me recibió el día que me presentaba en mi nuevo destino. Cuando se puso de pie, detrás de su mesa, ya advertí que no se gastaba un chasis pequeño. Con fuerza y firmeza  estrechó mi mano y, pasados los años, he comprobado que esos eran los rasgos  propios de su manera de ser y de la manera de ejercer su profesión en las distintas etapas en las que hemos trabajado juntos.

En este tiempo hemos vivido momentos muy satisfactorios –es de los que trabajan y dejan trabajar sin interferir para nada en los grupos y equipos, si los resultados acompañan esa gestión– pero también hemos pasado momentos especialmente duros, salvajes. El peor, sin duda, el canalla y cobarde atentado en el que asesinaron a los guardias Diego Salvá y Carlos Sainz de Tejada en Palmanova. La mañana en que se velaban sus cadáveres en la capilla ardiente del Palacio de la Almudaina y se celebraba el posterior funeral en la Catedral, junto con el Cabo Palou, desde la oficina del escribiente de Jefatura, los seguíamos atentos al monitor de televisión, amargamente compungidos y tragándonos las lágrimas sin mirarnos. Ese día comprendí mejor que nunca el verdadero significado de la expresión "rabia e impotencia". No ha sido la única vez, desgraciadamente, que he visto a ese grandullón desmadejarse de tristeza por la muerte de un compañero, independientemente de su rango y condición. 

Los últimos cinco de esos veinte años he tenido el placer de trabajar, desde el ámbito de mi gestión y más allá, remangándonos ambos cuando estaba en juego el interés y beneficio para la Guardia Civil de Baleares y la mejora de las condiciones de sus medios,  de sus bienes y de sus guardias.

Desgraciadamente, los trágicos acontecimientos de la semana pasada han evitado que  se despediera de una manera lánguida y tediosa, viendo el reloj y el calendario esperando que pasaran las horas y los días. Las catastróficas riadas de San Llorenç des Cardassar, Artá y S'Illot, le han permitido encabezar el dispositivo de casi medio millar de sus guardias y dirigir personalmente todas las actuaciones de evacuación, búsqueda de desaparecidos, localización de vehículos arrastrados por toneladas de barro, etc... No podía ser de otra manera. Una semana de servicio ininterrumpido para culminar una vida entregada a la Guardia Civil sin reivindicar ni un solo minuto para resaltar su lucimiento personal. Todo lo contrario, elevando la voz para ensalzar la labor de sus hombres y mujeres de verde.

Acabo de pasarle la última firma, tanto electrónica como en papel. Nos hemos mirado a los ojos y la mirada, empañada, se ha extraviado en algún recodo de este camino de veinte años que hemos recorrido juntos. 
Un placer, mi Coronel, mi amigo Jaime B.

P.D. la casualidad, caprichosa, ha hecho coincidir esta despedida con la de nuestros compañeros Rafa A. y José Luis B. con los cuales también he compartido este benemérito recorrido -íntegramente en el caso de Rafa-.  Siento un tremendo bocado en mi estado de ánimo pero seguiremos en el camino. Esto duele, pero no se para, no hay que detenerse. Un abrazo.



lunes, 8 de octubre de 2018

Me duele todo, gracias a Dios


Me duele todo, gracias a Dios. Digo esto porque después de una prolongada ausencia de cuatro meses de las pistas de tenis, esta semana pasada he regresado a ellas por partida doble: martes y sábado. Rescaté el raquetero del trastero, abrí un bote de pelotas nuevas -la fragancia que despide la liberación del aire contenido a presión en el interior del bote me evoca recuerdos muy lejanos- y volví a pisar la arcilla roja de la pista 3 del  Fortí. Primero fue con mi amigo y compañero Antonio V. al que no has de fiarle el más mínimo descuido porque llega a todas las bolas. Los cientos de kilómetros que acumula semanalmente en sus piernas por sus rutas ciclistas por la isla le han proporcionado un fondo físico que lo convierte en inexpugnable. Está hecho un chaval y ahuyenta sus quejíos granaínos a golpe de pedal y claro, luego en la pista no hay manera. Gracias compañero.

El sábado me levanté muy tempranito.  Apuntaba un día soleado y de excelente temperatura. El otoño, en Mallorca, puede ser cualquier mañana o cualquier tarde pero nos movemos todavía en valores casi veraniegos. Así, el jueves pude apaciguar mi alma en mi querida orilla y gozar de un plácido vaivén de microscópicas olas que jugaban inocentemente bajo las plantas de mis pies mientras un furtivo cormorán llenaba su buche con minúsculos pececillos visibles a simple vista desde mi silla plegable. En el iPod, Al Jarreau se encargaba de poner sonido aunque el murmullo de la escena al natural ya quedó reflejado en un vídeo que algunos destinatarios calificaron como muy estresante con muchas eses.

Cuando Pepe L.Y. toma la raqueta también se olvida de los males que corroen su moral fuera del vallado y si en algún momento llega a ver peligrar el punto, alarga el gesto hacia atrás y suelta el brazo acompañando a la bola como un proyectil. En esos momentos es cuando me doy cuenta de que me costará recuperar mi fondo de armario del tenis, pero en un par de semanas volveré a mis niveles extraviados entre el quirófano y la orilla.

Antes de entregarme al gozo de la raqueta, la obligación. Me engancho a la suela de acero y vapor y comienzo a recorrer toda la geografía textil de mi casa: recorriendo la más variada gama de pantalones, camisas, camisetas, servilletas, etc. Las arrugas van cediendo al implacable avance de la plancha mientras mi mente viaja a ritmo pausado y templado sobre las inquietudes que me acechan y los ruidos estridentes de la actualidad. Escuchar informaciones sobre las tesis y sus plagios, sociedades interpuestas, trampas y tramposos, casoplones no declarados o adquiridos de maneras extravagantes con la excusa boba que es la única manera de poder comprar una vivienda así en Europa... ¿Qué? ¿Cómo? ¿Entonces significa eso que los que acudíamos con más miedo que vergüenza a un Banco a hipotecar veinticinco o treinta años de nuestras vidas, de nuestros sueldos, éramos tontos? ¿Es eso? ¿Es que no hay ni hubo decencia como para haber actuado conforme a la ley y sin trampas? ¿Es que no hay gente honesta que, con sus dificultades y privaciones, haya sido capaz de andar el camino sin tomar atajos prohibidos? Ni rebozo ni rubor. Y se quedan tan anchos.

Visto el panorama trataré de dejar de lado la soez carga de mentira y falsedad y me enfrento esa luminosa mañana de sábado a Pepe y su gesto largo de drive. A mí me tocará correr a por la bola y devolvérsela.

Después de jugar yo, por la tarde acudo a la cita anual con las viejas leyendas del tenis de hace menos de una década: Martina Hingis, Tommy Haas, Juan Carlos Ferrero, Carlos Moyá, Alex Corretja... cómo corre la bola, mucho más que en la tele.

Y lo que queda, eso, que me duele todo pero que es una suerte comprobar que después de la lluvia acaba saliendo el sol y que después del prolongado parón de cuatro meses, los abductores, los aductores, el hombro y las piernas acusan la vuelta a la actividad, gracias a Dios. 

En un par de semanas, de nuevo a tope. Venga, vamos, saca tú!

lunes, 1 de octubre de 2018

Crisol de Crisoles


Si bien el viaje no era exclusivamente entregado al ocio, he disfrutado de un fin de semana intenso en Madrid. Creo que a fecha de hoy está a años luz de Barcelona, entregada, desgraciadamente a las veleidades y ensoñaciones nacionalistas que, creo sinceramente, no le han hecho favor alguno. Y hablo estrictamente del concepto urbano. Si bien hace poco más de un año y medio llegue a disfrutar de una ciudad alegre y jovial, a la par festiva y febril, el atentado de las Ramblas y la radicalización del nacionalismo independentista en sus calles han enturbiado aquella imagen y hoy, en la intencionada distancia que he querido tomar, me parece una ciudad triste y desolada. 

Por contra, Madrid tiene otro pulso, otra dimensión. Madrid es superficie, vuelo, pero sobre todo, subsuelo: su metro. Según llegas al vestíbulo del metro del aeropuerto, bajando las escaleras que desembocan en las taquillas, el revuelo de pasajeros, trolleys, maletas, etc. da cuenta de una actividad frenética y bulliciosa. Ya en el interior de sus vagones se advierte el crisol de crisoles que habita esa gran urbe, sea como vecino permanente o lo sea como visitante. Razas, colores de piel, modas, peinados, tatuajes, idiomas, bolsos, maletas....y móviles. El viaje en metro, si logras aislarte de tu teléfono, si lo dejas en el bolsillo y te dedicas a observar a tu alrededor, te proporciona una foto fija, un retrato sociológico vivo y candente de la ciudadanía que habita la capital.

Cuando al salir de las estaciones pisas el asfalto, permanece el bullicio de miles de personas sujetos a un aparatito, auriculares en las orejas y ajenos a la vida que no se refleja  en las pantallas de las redes sociales o de las playlist que escupen su música ininterrumpidamente. 

El motivo del viaje, decía, estaba inicialmente justificado con una primera revisión postquirúrgica. Y como ya se había puesto de manifiesto con una óptima recuperación en orilla y mar, amigos y familia, la analítica previa ya presagiaba un diagnóstico feliz. En consecuencia el siguiente paso era la celebración repartida entre cultura y gastronomía.

Volví a probar las excelentes croquetas del Bar Jurucha (Ayala, 19), rememorando mis viejos tiempos de estudiante de oposición. Se borró de la Calle Lagasca el viejo Bar Peláez (han pasado treinta y cinco años), pero afortunadamente sigue en pie O Caldiño, en esa misma calle, número 74, con sus plafones de madera un tanto trasnochados y una oferta gastronómica un tanto especulativa. Pero había que probarlo. 

Caballo ganador, el Qüenco, (Alberto Alcocer,26) con su correctísima propuesta de producto fresco de huerta y mar -la corvina, excelente-.

Finalmente, otro clásico, pendientes los callos a la madrileña desde mi preoperatorio, marcado por un exigente ayuno desde cuarenta y ocho horas anteriores a mi paso por quirófano, el castizo Casa Lucio: huevos estrellados, los callos, revuelto de setas y langostinos y un meloso rabo de toro. 

Toda la gastronomía acompañada por ilustres amigos, visitantes inagotables de aquellos días de penumbra hospitalaria: Begoña y Manuel, Natalia y Alfredo y Joaco. Gracias por todo, amigos.

La cultura, por nuestra cuenta, en dos visitas imprescindibles y que no se agotan ni en un día ni mucho menos en una tarde: el Museo Arqueológico Nacional, impecable recorrido de los que fuimos y de por qué somos lo que somos y, cómo no, el Museo del Prado, reinventado en cada visita con la posibilidad de enfrentarse en vivo y sin más interferencia que un cordón que separa la obra del curioso, con cuadros que hemos conocido en cromos y diapositivas. Otra vez Velázquez, Goya, Rubens, El Greco....Luces y claroscuros, retratos de historia. 

Y una reflexión: qué tendríamos de todo esto si hace seis o siete siglos todos estos genios hubieran crecido con un smartphone 4G en la mano. Pues eso nos queda, a ver qué cultura dejamos nosotros para  que llegue a generaciones futuras.

Quedan más visitas y afortunadamente muchos más amigos con los que compartir una buena mesa y un buen cuadro. 


Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...