lunes, 3 de septiembre de 2018

Llega septiembre

Se acaba el mes de agosto que es como empezar a rematar el verano. Últimas tardes, tal vez, apostado en mi orilla mediterránea. El sol, implacable durante buena parte de las semanas de julio y agosto, a última hora de la tarde, apenas llega a acariciar suavemente la piel de la cara. Y la brisa, tras ocultarse el sol, empieza a ser más fresca. Pese a ello, la temperatura del agua sigue siendo muy elevada y sigue rozando los treinta grados. Resulta mucho más refrescante la ducha del club. Llega el momento de hacerse el remolón a la hora de ausentarse y contemplar como el reflejo de un cielo ya sin sol se despliega en la superficie del mar, espejo plano hasta donde la vista alcanza. Esa luz agita la nostalgia de los que ya preparan la maleta y tienen sus próximas citas en puertos y aeropuertos. Un último chapuzón, unas brazadas hasta la isla, el último contacto con las pequeñas olas que rompen, inofensivas, junto a nuestros pies....y las despedidas. Última bocanada de aire y adiós.

Los visitantes del penúltimo turno de vacaciones tratan de llevarse el rumor de un oleaje que en unos pocos días será recuerdo de un tiempo en el paraíso. En la península acabarán creyéndose que no nos vamos a casa ni cuando cae la noche. Bueno, algo de eso hay en ocasiones. Unas cervecitas o una botella de rosado conservadas en la nevera playera, unos taquitos de queso y unas lonchas de ibéricos, en este escenario y a esta hora, saben a gloria bendita. Y si, además, es entre amigos... Cae la noche, quedamos a oscuras y sobre el horizonte opuesto, a nuestra espalda, nos sorprende una luna de sangre que no han anunciado los medios y que parece más bella, más grande, más roja que la tan cacareada de julio que apenas vimos, por cierto. Los ojos, no así el móvil, consiguen captar una imagen insólita. Cuando la luna ya es visible en su totalidad y empieza a levantarse sobre el perfil plano del Arenal, pespunteado con cientos de lucecillas, su reflejo, absolutamente encarnado, proyecta una estela sobre el mar hasta nuestra orilla. Imposible imaginar, lo siento e imposible de reflejar su nitidez la cámara del teléfono. La próxima vez, cámara fotográfica y trípode.


Y el baño. Hacerlo bajo las estrellas centelleantes y las estelas que va dejando el incesante flujo de aviones que despegan y aterrizan, confirman que quedamos en tierra, en el mar, que no se acaban nuestras vacaciones a tiempo parcial, que seguirán durante unas cuantas tardes más -si el clima lo permite- aunque cada día cierren antes la playa y en breve comience el nuevo curso. A partir de entonces no tendremos más opción que la que nos brinden los primeros sábados de septiembre. Ya veremos, en todo caso, pero que nos quiten lo "bailao".

No siento nostalgia; lo mío es saudade, pero no propia, sino por mis amigos, ausentes ya de la estampa de este mar de septiembre. Es que el final de verano siempre comparece con la misma música de una orilla apacible, con los tenues ecos, cada día más apagados, de la chiquillería que todavía juega con la arena bañada y que dibujan con las huellas de su pies los rastros delebles de sus primeros pasos, con los manguitos super hinchados y los bañadores de la patrulla canina o de Blancanieves mientras devoran con avidez el bocadillo de queso o de "jamón del rojo" para que no se lo coman ni las gaviotas ni el tío Asís.

Así es que seguiré un par de semanas más en mi orilla. No es por mí, de verdad. Es por ti, por tu saudade, por tus recuerdos de un verano que pasa muy fugaz.

- Desde luego, no hace falta que respondas - me dice un colega playero que deshincha un enorme cisne blanco- Estás aquí en la gloria.

- Me sobra un cosa: la banda sonora. El daño que han hecho los altavocitos blutuz. Y el reguetón. Solo una grave desconexión neuronal - mucho humo de maría- permite convencerse que eso no molesta a los demás....y esas letras....

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