lunes, 30 de julio de 2018

La música de mi orilla

La orilla derecha de mi playa habitual viene siendo como el vagón del tren expreso que es el verano. A él se van subiendo ilustres visitantes, queridos amigos y familiares asiduos con los que compartir unos rayitos de sol y unas cuantas horas de palique. Un buen día, cuando llegan al final de su trayecto, los pasajeros se apean y los despedimos con tristeza cuando ya están en el andén y han bajado su equipaje. Ya lo han hecho Alfredo, Natalia y su excelente prole. Nosotros seguiremos el viaje y recibiremos a todos los que vayan subiendo, igualmente ilustres y queridos. Para dentro de poco más de un mes quedaremos en el vagón los viajeros permanentes que lo cuidaremos con mimo y, cuando la gota fría mediterránea borre la orilla y la cubra de algas, lo guardaremos en las cocheras hasta el verano que viene. 

Por fin, después de un mes en ese vagón a pleno sol, mi piel ya ha adquirido el tono propio del verano. Bueno, ese tono entre tostado y cobrizo que ha sido característico en mí toda la vida. Siempre hay alguien que te advierte: ten cuidado, ponte crema que te has quemado. Vale, gracias. Tomaré nota, como decía Mike Hammer con su pícara sonrisa de medio lado. Me aplico desde el primer momento mi protección 50 en cara, cuello y tronco y me expongo lo justo y con la prudencia debida a las horas de mayor radiación. Pero por la tarde, cuando el sol comienza a resbalar por el horizonte, extiendo toda mi humanidad sobre la orilla y dejo que el murmullo de las olas me suma en placenteras ensoñaciones. La lectura en playa me cuesta porque tengo que combinar la excesiva luminosidad con mi pertinaz presbicia y todavía no he transitado del papel al pixel. 

Necesito aislarme del reguetón a todo trapo que consumen las hordas juveniles que habitan la arena mientras queman masivamente canutos de marihuana. Los dejo a mi espalda, a sotavento y me calzo mi veterano iPod nano. Prefiero colocarme con mi propia agenda cultural. Un total de ocho gigas de capacidad repartidas en más de cien autores y grupos dan casi para más de cuatro mil canciones. Es decir, para muchas tardes. En ocasiones me decanto por algún grupo que me garantiza la pérdida de consciencia sobre la hamaca. Vamos, lo he logrado hasta con AC/DC así que excuso decir la profundidad del pozo de sueño cuando a quien me abrazo es a Sade o a Cecilia Bartoli y su colección de arias. Babeo total.



Muy frecuentemente selecciono algún tipo de música que se asocia artísticamente con los destellos que, a avanzadas horas de la tarde, comienzan a chisporrotear sobre la superficie del mar. La luz del sol hace que la piel, a contraluz, adquiera un reflejo dorado mientras suenan los insinuantes ritmos de la Garota de Ipanema; la original (la de Antonio Carlos Jobim) o los de la  California girl de los Beach Boys que me transportan a latitudes y tiempos no vividos por mí pero que sería capaz de imaginarse el más común de los mortales del conjunto de los españoles (como diría Don Mariano).

Sin oponer resistencia voy sucumbiendo cuando, en modo aleatorio, pasea Joaquín Sabina, con el agua hasta sus tobillos, su poesía urbana y el Tiramisú de limón.

En este sencillo escenario soy capaz de aislarme de esta jodida actualidad de conflictos enconados, de falsos héroes de pies de barro, de vuelos extravagantes, de egoísmos personales de personajes megalómanos fugitivos de la justicia, de la hueca, improductiva y aborrecible retórica de género y del lenguaje inclusivo cada vez más exclusivo, de las fosas, de los huesos del general, de absurdas estacas clavadas en espacios públicos, de lazos en solapas, en bancos, en farolas, en vallas y del soniquete molesto y constante de los cascabeles de un burro atado a la noria que gira y gira y gira para no llegar, para no llevarnos a ninguna parte.

Llega la hora de partir de ese lánguido rincón y recojo los bártulos playeros. Tomo el camino de casa deslumbrado por ese sol cada vez más bajo que corta la vista sobre la carretera como un cuchillo afilado. Suena Roy Orbison….Anything you want, you got it y es armoniosamente coreado por el conductor de la vieja ranchera megane  y sus adolescentes hijas y por las adolescentes  amigas de sus hijas que ya no quieren ser princesas y que irremediablemente una noche de estas saldrán a bailar con chavales a los que les dará por perseguir el mar en un vaso de ginebra.

A Carlitos le han construido una replica exacta del Castillo de Bellver. Su padre -jefe de obra- y una voluntariosa cuadrilla de peones se afanan en rematar el trabajo antes de que una ola lo engulla. Es la esencia del verano.

Y así lo vamos cantando.

lunes, 23 de julio de 2018

Las bermudas son para el verano

Hace ya casi dos meses, unos minutos antes de abandonar la Sanchinarro con el alta hospitalaria y obligado por las circunstancias me sentí un tanto azorado por la prescripción facultativa que me desaconsejaba utilizar, una vez recuperada mi libertad condicional y para cuando ya estuviera en casa, una prenda que resulta casi obligatoria a partir de junio en Baleares: las bermudas. Debo matizar: nunca, por supuesto, ni para acudir al trabajo ni para asistir a ciertos eventos, pero sí, en cambio, imprescindible para el tiempo de ocio y paseo, con los treinta y pico húmedos grados que se alcanzan desde bastante antes del final de curso escolar hasta octubre.

La expresión de extrañeza del farmacéutico hospitalario y la de mi médico, cuando tras ver yo el artilugio que debía sujetar a mi tobillo comprendí que me veía obligado al uso del pantalón largo, hizo que me sintiera como un extraterrestre. ¿bermudas? se preguntaban, riéndose,  como si esa prenda estuviera proscrita en Madrid, o estuviera yo bromeando.

Para acabar de hundirme en la miseria y comentándole el incidente, Joaco hurgó incisivamente en la herida, con su lacónico verbo y habitual elegancia: se empieza con las bermudas, querido Asís y se acaba con un pantaloncito pirata, camiseta imperio y crocs en los pies. Bermudas, por Dios, pero qué horror, qué espanto!

Total, que impelido por la necesidad, tomé el taxi y luego el avión de regreso a Palma con un pantalón largo y así he tenido que permanecer durante casi un mes. Una vez liberado del molesto dispositivo postoperatorio y aliviado el régimen de libertad condicional he rescatado todas las bermudas veraniegas de mi fondo de armario y excepto para ir a trabajar o a alguna cita que lo haya requerido, he recuperado como vestimenta de verano esa prenda. El tiempo de orilla y mar ha hecho que mis piernas hayan tomado el color que se requiere y he incorporado otras dos bermudas la mar de elegantes y fresquitas.

Las bermudas, queridos, como los helados y las cenas en la terraza,  son para el verano como la bufanda y el puchero calentito lo son para el invierno. A ver si el médico, el farmacéutico y mi amigo Joaco se iban a poner de largo para ir en Baleares a la playa o a tomarse un cucurucho de chocolate belga por Jaime III en pleno verano a las ocho de la tarde.

(Y perdón por lo de belga)

lunes, 16 de julio de 2018

Imagen

De alguna manera el final de los sanfermines viene a echar el broche al primer Acto de esta gran representación festiva que suele ser el verano. Queda  lejano el final de curso, la recogida de notas, los primeros baños y las primeras cenas en terraza. Los finales de los encierros y carreras por la calle Estafeta de Pamplona, el final del mundial y la final de Wimbledon abren un período de cierto relax. Ya puedo olvidarme de la tele. He perdido la cuenta de los años que llevo siguiendo puntualmente los encierros por televisión. He intentado ver casi todos los partidos del decepcionante mundial de Rusia (poquito fútbol y mucho VAR). Y me he llevado lo peor y lo mejor del torneo de hierba: el partido de Nadal/Del Potro y el soporífero Isner/Anderson que se lo podían haber jugado, con muchas más emoción, a los chinos.

La repetición a cámara superlenta de toros, goles y voleas en la red, desde la placentera comodidad del sofá invitan a rescatar de la memoria la escasa calidad de las imágenes de antaño, veranos de ventilador y Tang, aquellos sobres de polvo sabor naranja o limón que se vertían en una jarra de agua y que agitábamos con mucho hielo. 

Vivimos bajo el objetivo de un gran ojo de halcón y cada vez resulta más difícil habitar un ángulo muerto. El pitón del morlaco engancha la pañoleta del mozo y lo lleva en volandas, recorre ochenta metros zarandeándolo como si fuera un molesto pasajero. Se le ve perfectamente la expresión de pánico mientras intenta liberar el nudo...y si resulta que ha dicho a propios y extraños que no cuenten con él durante ese día porque tiene un viaje de trabajo o está con virus estomacal, pues caes con todo el equipo y date por satisfecho si ese pitón no te lleva hasta la enfermería.

El defensa levanta las manos y agita su cabeza de lado a lado, pero está el VAR captando el preciso instante en que está empujando con ambas manos al delantero o sujetándolo por la camiseta o metiendo un pie entre sus piernas: penalty, claro. Al VAR en España deberíamos llamarlo Ortiz de Mendíbil, el de la moviola y anda que no había que verlo cientos de veces, por la pésima calidad de las imágenes, para que, al final, prevaleciera aquel famoso dictamen....y por lo tanto, penalty.

Ha sido un Wimbledon inusualmente seco y caluroso. Por momentos parecía que estuvieran jugando sobre un campo de trigo recién segado. Tal vez por este motivo, nuestro admirado Nadal ha logrado desarmar el juego de los expertos en superficie rápida. A pesar de eso, una vez más, he vibrado con la épica de Rafa. El duelo de cuartos de final contra Del Potro ha sido el mejor y más emocionante partido de tenis que he visto en mi vida y eso que llevo como espectador de tenis desde aquellas legendarias eliminatorias de Copa Davis desde el Club de Tenis de Barcelona, entre España y Estados Unidos. Los jugadores de entonces: Gimeno, Orantes, Gisbert, Higueras, Smith, Solomon, Ashe, etc. Y, volviendo a la claridad de la imagen: en blanco y negro y con unas repeticiones que vistas en la actualidad parecen hasta cómicas, con una enorme erre en mayúscula y parpadeante que pretendía ratificar el "sí, sí, la bola entró" del gran Juan José Castillo.

El gran ojo de halcón capta todo y la imagen grabada deja poco margen de error. Deberían instalarlo en Parlamentos, Ayuntamientos y ciertos locales y luego difundir las grabaciones en alta definición de tal manera que pudiéramos apreciar por nosotros mismos qué, cómo y quién cumple con sus obligaciones. Pero parece que hoy es mal día para hablar de vídeos.

Felicidades a la Armada Española, a los Marinos de Guerra, a los Marinos Mercantes, a los pescadores, a las Cofradías, a todos los navegantes y a todos aquellos que viven por y para la mar. Que la Virgen del Carmen nos proteja y nos guíe.

Enhorabuena a Francia, a Djokovic y, tengo mis dudas, no sé si a los mozos o a los toros.

Atentos a la pantalla, empieza el segundo Acto.



lunes, 9 de julio de 2018

Donde terminaba el mar


Siguiendo escrupulosamente recomendaciones facultativas me apoltroné junto a la orilla de Illetas y dejé que el iPod fuera volcando sobre mis oídos todas las canciones de los Smiths que iban cayendo como un goteo incesante. Un inconfundible aroma ochentero se apoderó de mi rácana capacidad de resistencia y caí, rendido, en una placentera desconexión neuronal. El sopor y la música me transportaron a la ruta que llega hasta la ferrolana playa de Doniños. Supongo que, junto con otros muchos grupos del british pop de aquellos brillantes años de la música, formaba parte de la banda sonora frecuente en aquellos trayectos vespertinos que, serpenteando entre hortensias, desembocaban en una mar, a menudo muy arbolada en su pleamar o serena y apacible en la lejana orilla de su bajamar. El escenario quedaba encuadrado entre Punta Penencia y la lejana Santa Comba. El horizonte,  encuentro de cielo y mar, se diluía a veces en una espesa bruma que vaticinaba cambio de tiempo. Parapetado entre las dunas disfrutaba de sol, mar y la música de Radio 3 que sonaba en la vieja Grundig Micro Boy. El intenso perfume de algas se mezclaba con los suaves matices del aroma del carrizo al calor del sol. El desplazamiento hasta las primeras olas llevaba un ratito de caminata y la memoria flash quedaba atrapada por la sintonía de This Charming man.


He leído el pasado fin de semana en un titular digital que Ferrol prolonga su lenta agonía y que su viejo centro se queda sin población, sin locales comerciales, sin vida. Ferrol Vello languidece añorando su bullicioso pasado y ahora se está quedando también sin niños. La mayoría de sus vetustas casas, engalanadas con  miradores acristalados, amenazan ruina y no hay jarabe que cure sus males. Cuánto misterio e historia encierran esos balcones solamente habitados ahora por fantasmas del pasado. Los adoquines de la calle Real están quedando huérfanos de pisadas y un halo de melancolía resbala lentamente entre las grietas de sus fachadas. 


Cuando regresábamos de las dunas, después de dejarnos revolcar por violentas olas a cuerpo limpio, nos faltaba tiempo para maquearnos y saltar a sus calles. Era la hora de los primeros cortos y la ciudad transpiraba una efervescencia que ahora pocos creerían. Llegó Zara cuando Los Limones eran todavía  del Caribe y tocaban en locales como No se lo digas a mamá -entre gruperas y goggós locales de buena familia- y aunque en sus letras ya se advertía una incipiente decadencia, nada hacía presagiar su aspecto actual. 


Zara está siendo el último en abandonar el centro de Ferrol como el buen Capitán que abandona, último, el barco que se hunde. En aquellos tiempos -finales de los ochenta- todos los jóvenes ferrolanos y los residentes forzosos comprábamos allí pantalones de colores, camisas floreadas, vistosas chaquetas y bañadores. Era una moda fresca jamás antes conocida en una gran tienda orientada a una población joven que por entonces, con la mitad de la Flota de la Armada Española entre el Arsenal y La Graña, gozaba de excelente salud. Por la calle Real, a veces intransitable, se tropezaban entre sí, familias numerosas con niños y niñas vestidos como para una comunión aunque no la hubiera. Todos conjuntados, vistosos floripondios en el pelo las niñas y muchos cochecitos de bebé. Anécdotas y recuerdos múltiples de las correrías por esa calle, como la sorprendente imagen que no borré de la memoria de mi querido Joaco corriendo desbocado con Schuman sujeto por su correa.


Zara se va y su espacio quedará hueco y pasarán más años y nada ni nadie podrá evitar que el tiempo siga empañando los cristales de la mayor parte de los comercios locales.


Hay que echar una mano a esta ciudad que cruje como un viejo cascarón varado donde termina el mar.


Recomiendo, especialmente a familias con hijos que se dejen caer de vez en cuando en esta Ciudad donde nadie es forastero, aunque le robe, deliberadamente, el eslogan a La Coruña. Vendré a visitarte, Ferrol, aunque sea para volver a pasear, sobrecogido, tus calles que van desde la plaza del Marqués hasta Esteiro y poder tomarme unas raciones de pulpo en el Cholas, unas zamburiñas o una tortilla paisana en El Gallo, un raxo en el Sexto Pino, unas raciones de embutidos en Vicente o un sencillo bocadillo de pan de bolla con jamón y queso do país en El Cruce.


Total, de todo aquello solo han pasado treinta años.

lunes, 2 de julio de 2018

Un tipo, sin plan, en mangas de camisa

Un tipo en mangas de camisa con expresión de angustia, haciendo aspavientos difícilmente interpretables. De vez en cuando se lleva las manos a la cara, a la boca, a la cabeza. Mira para atrás y no sabe muy bien qué hacer. Sus gestos y el vacío de su mirada no hace presagiar nada bueno. Empieza a llover y la imagen adquiere un tono nada desconocido. Aparece el patetismo que auguraba la decisión de echar al anterior responsable de mantenernos en primera fila de la competición. Todo iba muy bien hasta que apareció el ser despreciable que con sus sucias manos manoseó el pan que nos debíamos comer todos. No podía esperar aquel ni tampoco el responsable de mantener el orden y la esperanza. Las deslealtades se cobran al contado, pensó. Expulsado del paraíso. ¿Y ahora qué? Sin plan, sin esquema, sin dirección técnica se coloca al rain man, un tipo serio y discreto que no puede acreditar suficientemente la solvencia que se requiere para ese puesto. No basta con ser buena persona. Es preciso, además, saber poner en práctica una táctica y un plan de acción.

Unos días antes, otro personaje sube las escaleras que le llevan a estrechar su mano y su sonrisa desafiante con un presidente eufórico. Este último, con el pendrive de los presupuestos en su mano confía en que el resto de legislatura será un suave descenso hasta un escenario electoral propicio para una nueva victoria. Se equivoca. Una vez más la Justicia subraya en color fosforescente un cambio de calendario y aquel amable visitante que venía a sellar su apoyo incondicional para mantener a raya a los inquietos separatistas, estaba preparando el terreno para un cambio de decorado. No tiene programa ni falta que le hace. Su trayectoria de fuera hacia adentro y de dentro a la carretera le ha devuelto a la casilla de salida y ya está agitando el cubilete para echar los dados sobre el tablero. Por el momento promete a todos lo que todos le piden. Cuando empiecen a llegar las facturas veremos cómo lo hacemos.

Equipo y banquillo rusos se limitan a jalear a un público entregado a una causa imposible.  Nosotros, con nuestro triste juego de la época del naranjito, les echamos una mano. Y aparece el tipo de la camisa blanca y de la mirada extraviada. Y además nos regalan media hora más de tedio y una tanda de penaltis que decidimos jugar sin portero. No podíamos llegar más lejos.

Mi querido Pedro G.S. me dice que estoy muy politizado. Será, le respondo. Intercambiamos unos cuantos wpp,s durante el frustrante partido de octavos en la espesa tarde de futbol rácano y aburrido del domingo. Le digo que Rusia está ahí sin haber demostrado ni expuesto nada. Como país organizador no ha tenido que jugarse una clasificación previa. No la habría pasado ni por la repesca. El otro personaje, el que subió sonriente las escaleras de la Moncloa, tampoco. No ha tenido que ganar unas elecciones ni exponer un programa que ni él mismo parece tener. Pedro GS, sagaz él, me remite al 113 de la Constitución. No me hace falta y no lo discutiría. Maniobra perfectamente legal y constitucional, sólo faltaría. Pero, pese a ello, los ciudadanos y los aficionados necesitamos saber a qué estamos jugando y cómo vamos a sortear los problemas que vayan surgiendo desde ahora hasta el final de la legislatura o competición. No iremos a improvisar ¿verdad?

En apenas un mes desde que todo eso pasara, mucho ruido y ni una sola nuez. Estamos fuera del mundial y amén de cuatro selfies, dos nombramientos extravagantes (uno de ellos con cese inmediato), un espectáculo circense en un muelle del puerto de Valencia, un guiño a la memoria histórica con los restos del Valle de los Caídos y el inicio de la diáspora de presos a Cataluña y al País Vasco. Llega el vencimiento de las primeras facturas y hay que pagarlas.

Sin plan de acción, sin programa, sin esquema de juego queda un ancho margen para la improvisación y me temo que Sánchez acabará de pie en la banda, con la camisa blanca arrugada, con expresión de angustia y mirando hacia atrás sin saber muy bien qué hacer con lo que tiene por delante. 

Ojalá me equivoque, pero nuestra selección ya vuela de regreso y recuerdo con temor la generación del naranjito.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...