La orilla derecha de mi playa habitual viene siendo como el vagón del tren expreso que es el verano. A él se van subiendo ilustres visitantes, queridos amigos y familiares asiduos con los que compartir unos rayitos de sol y unas cuantas horas de palique. Un buen día, cuando llegan al final de su trayecto, los pasajeros se apean y los despedimos con tristeza cuando ya están en el andén y han bajado su equipaje. Ya lo han hecho Alfredo, Natalia y su excelente prole. Nosotros seguiremos el viaje y recibiremos a todos los que vayan subiendo, igualmente ilustres y queridos. Para dentro de poco más de un mes quedaremos en el vagón los viajeros permanentes que lo cuidaremos con mimo y, cuando la gota fría mediterránea borre la orilla y la cubra de algas, lo guardaremos en las cocheras hasta el verano que viene.
Por fin, después de un mes en ese vagón a pleno sol, mi piel ya ha adquirido el tono propio del verano. Bueno, ese tono entre tostado y cobrizo que ha sido característico en mí toda la vida. Siempre hay alguien que te advierte: ten cuidado, ponte crema que te has quemado. Vale, gracias. Tomaré nota, como decía Mike Hammer con su pícara sonrisa de medio lado. Me aplico desde el primer momento mi protección 50 en cara, cuello y tronco y me expongo lo justo y con la prudencia debida a las horas de mayor radiación. Pero por la tarde, cuando el sol comienza a resbalar por el horizonte, extiendo toda mi humanidad sobre la orilla y dejo que el murmullo de las olas me suma en placenteras ensoñaciones. La lectura en playa me cuesta porque tengo que combinar la excesiva luminosidad con mi pertinaz presbicia y todavía no he transitado del papel al pixel.
Por fin, después de un mes en ese vagón a pleno sol, mi piel ya ha adquirido el tono propio del verano. Bueno, ese tono entre tostado y cobrizo que ha sido característico en mí toda la vida. Siempre hay alguien que te advierte: ten cuidado, ponte crema que te has quemado. Vale, gracias. Tomaré nota, como decía Mike Hammer con su pícara sonrisa de medio lado. Me aplico desde el primer momento mi protección 50 en cara, cuello y tronco y me expongo lo justo y con la prudencia debida a las horas de mayor radiación. Pero por la tarde, cuando el sol comienza a resbalar por el horizonte, extiendo toda mi humanidad sobre la orilla y dejo que el murmullo de las olas me suma en placenteras ensoñaciones. La lectura en playa me cuesta porque tengo que combinar la excesiva luminosidad con mi pertinaz presbicia y todavía no he transitado del papel al pixel.
Necesito aislarme del reguetón a todo trapo que consumen las hordas juveniles que habitan la arena mientras queman masivamente canutos de marihuana. Los dejo a mi espalda, a sotavento y me calzo mi veterano iPod nano. Prefiero colocarme con mi propia agenda cultural. Un total de ocho gigas de capacidad repartidas en más de cien autores y grupos dan casi para más de cuatro mil canciones. Es decir, para muchas tardes. En ocasiones me decanto por algún grupo que me garantiza la pérdida de consciencia sobre la hamaca. Vamos, lo he logrado hasta con AC/DC así que excuso decir la profundidad del pozo de sueño cuando a quien me abrazo es a Sade o a Cecilia Bartoli y su colección de arias. Babeo total.
Muy frecuentemente selecciono algún tipo de música que se asocia artísticamente con los destellos que, a avanzadas horas de la tarde, comienzan a chisporrotear sobre la superficie del mar. La luz del sol hace que la piel, a contraluz, adquiera un reflejo dorado mientras suenan los insinuantes ritmos de la Garota de Ipanema; la original (la de Antonio Carlos Jobim) o los de la California girl de los Beach Boys que me transportan a latitudes y tiempos no vividos por mí pero que sería capaz de imaginarse el más común de los mortales del conjunto de los españoles (como diría Don Mariano).
Sin oponer resistencia voy sucumbiendo cuando, en modo aleatorio, pasea Joaquín Sabina, con el agua hasta sus tobillos, su poesía urbana y el Tiramisú de limón.
En este sencillo escenario soy capaz de aislarme de esta jodida actualidad de conflictos enconados, de falsos héroes de pies de barro, de vuelos extravagantes, de egoísmos personales de personajes megalómanos fugitivos de la justicia, de la hueca, improductiva y aborrecible retórica de género y del lenguaje inclusivo cada vez más exclusivo, de las fosas, de los huesos del general, de absurdas estacas clavadas en espacios públicos, de lazos en solapas, en bancos, en farolas, en vallas y del soniquete molesto y constante de los cascabeles de un burro atado a la noria que gira y gira y gira para no llegar, para no llevarnos a ninguna parte.
Llega la hora de partir de ese lánguido rincón y recojo los bártulos playeros. Tomo el camino de casa deslumbrado por ese sol cada vez más bajo que corta la vista sobre la carretera como un cuchillo afilado. Suena Roy Orbison….Anything you want, you got it y es armoniosamente coreado por el conductor de la vieja ranchera megane y sus adolescentes hijas y por las adolescentes amigas de sus hijas que ya no quieren ser princesas y que irremediablemente una noche de estas saldrán a bailar con chavales a los que les dará por perseguir el mar en un vaso de ginebra.
A Carlitos le han construido una replica exacta del Castillo de Bellver. Su padre -jefe de obra- y una voluntariosa cuadrilla de peones se afanan en rematar el trabajo antes de que una ola lo engulla. Es la esencia del verano.
Y así lo vamos cantando.
Sin oponer resistencia voy sucumbiendo cuando, en modo aleatorio, pasea Joaquín Sabina, con el agua hasta sus tobillos, su poesía urbana y el Tiramisú de limón.
En este sencillo escenario soy capaz de aislarme de esta jodida actualidad de conflictos enconados, de falsos héroes de pies de barro, de vuelos extravagantes, de egoísmos personales de personajes megalómanos fugitivos de la justicia, de la hueca, improductiva y aborrecible retórica de género y del lenguaje inclusivo cada vez más exclusivo, de las fosas, de los huesos del general, de absurdas estacas clavadas en espacios públicos, de lazos en solapas, en bancos, en farolas, en vallas y del soniquete molesto y constante de los cascabeles de un burro atado a la noria que gira y gira y gira para no llegar, para no llevarnos a ninguna parte.
Llega la hora de partir de ese lánguido rincón y recojo los bártulos playeros. Tomo el camino de casa deslumbrado por ese sol cada vez más bajo que corta la vista sobre la carretera como un cuchillo afilado. Suena Roy Orbison….Anything you want, you got it y es armoniosamente coreado por el conductor de la vieja ranchera megane y sus adolescentes hijas y por las adolescentes amigas de sus hijas que ya no quieren ser princesas y que irremediablemente una noche de estas saldrán a bailar con chavales a los que les dará por perseguir el mar en un vaso de ginebra.
A Carlitos le han construido una replica exacta del Castillo de Bellver. Su padre -jefe de obra- y una voluntariosa cuadrilla de peones se afanan en rematar el trabajo antes de que una ola lo engulla. Es la esencia del verano.
Y así lo vamos cantando.