Son (somos, al menos en el dolor, en el terror y en el miedo) muchas más. Por dar un dato directo y conocido personalmente: tan solo de uno de estos asesinados, su cobarde y cruel ejecución en Barcelona generó cinco víctimas directas: su esposa y sus cuatro hijos que a partir de aquel fatídico día dejaron de compartir el colacao de la mañana, la siesta en el modesto apartamento de verano, la comida de los domingos y dejaron de programar la escapada de fin de semana a Camprodón o a Sitges y otras vacaciones estivales. ETA se llevó al buen padre que repasaba los deberes de los más pequeños y tomaba la lección de los mayores y llevaba a todos ellos a la escuela de tenis del Polo en aquel viejo Simca 1000 azul (con el palo que sujetaba el techo interior de tela). La voz que contaba cuentos y cantaba al afeitarse se calló para siempre. Leopoldo -compañero del Cuerpo de Intervención de mi padre y amigo- vivió unos cuantos años en la misma escalera que nosotros y las familias compartíamos vacaciones, colegio, tenis y piscina.
Tampoco cuentan -en esa negra cifra- los otros miles de personas (más de seis mil) que padecen, hoy en día, las secuelas de ese terror en forma de terribles mutilaciones, lesiones, heridas y traumas psicológicos larvados que jamás podrán olvidar.
Demasiado dolor como para que los muchos criminales que quedan de esa banda de cobardes y asesinos se levanten de la mesa de manera chulesca y prentendan abandonar el local mirándonos con desprecio al resto de clientes y sin preguntar siquiera si se debe algo. No. Así no. No es ni justo ni decente que sean ellos quienes, con ese gesto hipócrita, prentendan dar carpetazo a sesenta años de terror, crímenes y masacres.
Somos muchos los que de forma más o menos intensa y directa -según los casos- nos hemos pasado la vida esperando a que nuestro padre (y más tarde nosotros mismos) inspeccionara disimuladamente (tirando deliberadamente las llaves al suelo) los bajos del coche antes de iniciar la marcha, o procurase cambiar con frecuencia la ruta urbana para ir a trabajar, o escuchase pisadas inquietantes a sus espaldas o camuflase su aspecto con extrañas prendas para ocultar nuestros uniformes. Algunos no regresaron jamás a sus casas. Demasiado terror como para que ahora tengamos que agradecer a estos hijos de puta que hayan dejado de matar y que disuelven su perversa sociedad criminal.
Y muchos de esos sesenta años los hemos pasado viviendo ese terror aislados en una sociedad que miraba hacia otro lado cuando quien quedaba tendido en una acera o destrozado en el interior de un vehículo era un militar, un policía o un guardia civil. Como si ese sacrificio viniera en el sobre sepia de la nómina de cada mes. Solo a partir del momento en que jueces, fiscales, periodistas y políticos pasaron a forma parte de los blancos de los asesinos, los medios periodísticos empezaron a movilizar a esa sociedad; minutos de silencio, manos blancas alzadas, basta ya! etc...
Si tras el primer atentado toda esa sociedad española hubiera exhibido realmente esas muestras de rechazo y, por otro lado y especialmente, buena parte de la Iglesia vasca no hubiera pretendido la comprensión y el perdón hacia los asesinos en sus nauseabundas homilías dominicales, tal vez no se habrían evitado todas las muertes pero el proceso criminal no habría tenido tan largo y luctuoso recorrido.
No pretendo que se reconozca a las víctimas uniformadas como más graves ni dolorosas. Todas los son. Vich, Zaragoza, Hipercor y la Plaza de la República Dominicana de Madrid, por ser masivas, tal vez más sobrecogedoras por las tremendas imágenes que proporcionarion.
Pienso en las que he vivido más próximas, las últimas en territorio nacional; las de los Guardias Civiles D. Carlos Sáenz de Tejada y D. Diego Salvá, vilmente asesinados en Palmanova, Mallorca, el 30 de julio de 2009 y todavía sin esclarecer. Ese día, a la hora de finalizar mi jornada, la voz de un compañero me estremeció: han matado a dos guardias, de los nuestros, en Palmanova... Todo lo que fue sucediendo a continuación forma parte de mis peores recuerdos de mi paso por la Guardia Civil.
No soy un buen cristiano: ni pongo la otra mejilla, ni perdono. Y no olvido.
Espero que sea la Justicia quien cierre adecuadamente este macabro proceso.
No pretendo que se reconozca a las víctimas uniformadas como más graves ni dolorosas. Todas los son. Vich, Zaragoza, Hipercor y la Plaza de la República Dominicana de Madrid, por ser masivas, tal vez más sobrecogedoras por las tremendas imágenes que proporcionarion.
Pienso en las que he vivido más próximas, las últimas en territorio nacional; las de los Guardias Civiles D. Carlos Sáenz de Tejada y D. Diego Salvá, vilmente asesinados en Palmanova, Mallorca, el 30 de julio de 2009 y todavía sin esclarecer. Ese día, a la hora de finalizar mi jornada, la voz de un compañero me estremeció: han matado a dos guardias, de los nuestros, en Palmanova... Todo lo que fue sucediendo a continuación forma parte de mis peores recuerdos de mi paso por la Guardia Civil.
No soy un buen cristiano: ni pongo la otra mejilla, ni perdono. Y no olvido.
Espero que sea la Justicia quien cierre adecuadamente este macabro proceso.
No puedo estar más de acuerdo contigo. Porque lo hemos vivido.
ResponderEliminarAsí ha sido toda la vida. Gracias.
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