lunes, 30 de abril de 2018

Un mago anda suelto pero se aleja.

A los diez minutos de juego ya me dí cuenta de que iba a jugar un partidazo. Todos los balones que le llegaban los jugaba con su natural capacidad de gestión. Recoge melones y los convierte en diamantes mientras suena un cuarteto de violines. Y parece tan fácil lo que hace que a cualquiera de nosotros se nos ocurriría imitarle y tendríamos que darnos por satisfechos con no caernos. Él siempre asume la opción más arriesgada o la más sencilla lo que constituye la clave de su éxito porque ningún defensor va a imaginarse que así lo intente.  Esconde el balón desde el momento en que lo recibe y comienza su juego malabar; lo envuelve con un pie, se lo pasa por detrás, se da la vuelta sobre sí mismo y cuando el defensa adivina el truco él ya ha colocado la pelota en los pies de su cómplice, otro tuercebotas como él que muy probablemente continuará la función
 hasta que acabe el balón en el fondo de la portería. En un Madrid-Barça (el del 2-6, no quería decirlo) y en una zona clave para montar un ataque letal recibió el balón de espaldas a la portería contraria y tenía junto a él a dos rivales blancos. Lo más sencillo era devolver el pase hacia atrás. Él hizo lo que nadie sospechaba: paró suavemente el balón y ante el asombro de sus dos marcadores se limitó a girarse sobre sí mismo y emprender una veloz carrera hacia adelante. El gesto de los jugadores blancos alzando con desespero y frustración sus brazos lo decía todo.

Quizá porque he sido siempre un enfermo del fútbol o porque no tendría ese día impedimento alguno. En los orígenes del Canal +, en ese mes en el que los alevines casi rozan con los dedos las vacaciones estivales se celebraba el Torneo de fútbol de Brunete. El mentor era el periodista José Ramón de la Morena y yo por entonces me colgaba de su Larguero de la SER. Empezaban sus singladuras radiofónicas los Manolete, Lama, Paco González y un largo etcétera de profesionales de la comunicación deportiva que hacían muy amena la medianoche y el tránsito reposado de un día al siguiente.

Solía ver los mini partidos de aquellos mequetrefes que se enganchaban a la pelota con el comprensible afán de sorprender y emular a las grandes figuras de sus clubes. Todos querían ser Rivaldo, De la Peña, Laudrup, Romario, Ronaldo, Michel, Schuster, Ronaldinho.... Pero lo que deseaban por encima de todo era el balón. Ganaban unos y perdían y lloraban desconsoladamente otros. Ni una mala patada, ni un mal gesto. Digno de servir de ejemplo para muchos de los mayores a los cuales idolatraban.

Por encima de la mayoría de aquellos chavales, ya destacaban algunos y ese es el caso de Andrés Iniesta.

Pasaron los años y aquel chavalito de baja estatura pero de talento estelar recaló en el Barça y tuvo que ser el inefable Van Gaal quien le diera la primera ocasión de brillar en un Mallorca-Barça, creo.

Una carrera marcada por su talento y discreción que le han llevado a ser considerado como uno de los más grandes futbolistas de una generación que nos ha hecho disfrutar, muy orgullosamente, de un campeonato mundial y dos europeos. Ha sido aplaudido y reconocido en todos los campos de fútbol y eso, por la camiseta de su club y en los momentos más difíciles tiene doble mérito.


Un mago anda suelto pero el reloj biológico lo aleja poco a poco de los campos de fútbol. Se fueron Puyol y Xavi. Ahora se va Iniesta. Nos queda Messi. Cuando se vaya este último, me temo que me va a costar cada vez más que, por este club que llevo siguiendo desde hace medio siglo, me pierda una buena cena o una buena película.


Gracias Mago.

lunes, 23 de abril de 2018

ITV

No entiendo mucho de perros. Bueno, empiezo a no entender mucho de nada, si es que alguna vez de algo mucho entendí y no lo digo por falsa modestia. Pero siempre se ha sabido que cuando se habla de la edad de los perros, para buscarle una cierta correspondencia con la edad de los seres humanos, hay que multiplicar los años del perro por seis o por siete, dependiendo de la raza, tamaño, etc. 

A los coches les pasa lo mismo. El mío, mi vetusto megane, acaba de cumplir los catorce años y la obligatoriedad de revisión  de ITV se convirtió en anual. Y claro, siempre le pueden encontrar algo; que si las ruedas, que si la amortiguación, que si la emisión de gases... Todo ello a pesar de haberlo cuidado;  como si pretendiera que fuera el último coche que deba tener en mi vida, porque si aplicamos una tabla de correspondencia, quedaríamos empatados.

Y yo... pues también tengo que empezar a pasar la ITV a mi cuerpo con periodicidad anual y me pongo en manos de unos especialistas que indefectiblemente podrían también encontrar o en el chasis o en el motor, alguna rueda, algún amortiguador o alguna luz de la matrícula. A pesar de que me he cuidado -y me cuido- sin privarme, no obstante,  de los buenos bocados y traguitos que se me han ofrecido.

Para ahuyentar los temores y malos presagios que puedan aparecer desde que introduzca el "vehículo" en la nave de inspección hasta que por la oficina facultativa correspondiente se emita el dictámen definitivo, me ausentaré mentalmente de los males y de sus ecos, trataré de seguir cruzando unas cuantas pelotas amarillas por encima de la red, lucharé para devolver todas las que me lleguen y atacaré cuando vea que llega el momento de atacar. Soy jugador de fondo y seguiré deslizando mis zapatillas por la tierra roja y corriendo mientras la pelota no llegue a botar dos veces y si es necesario, hasta la extenuación.

Y fuera de la pista, disfrutaré por seguir rodeado de mi familia y de mis mejores amigos, de mis buenos compañeros de camino, seguiré asomado a "mi Mediterráneo", me colgaré de mis oídos el viejo ipod y brindaré con un blanco fresquito por lo bueno que nos da la vida. Y por la virtud de saber jugar las cartas que vayan llegando, cuando lleguen. Sean las que sean. 

Viva la vida, aunque al final tengas que volver a pasar la itv porque no se encienden las luces de la matrícula trasera del viejo megane.




lunes, 16 de abril de 2018

Mi Mediterráneo

Sí, por supuesto, no es mío este mar. Es de todos y de uso compartido. Me refiero, con el título, a mi "Mediterráneo" concreto, a esa canción de Serrat que a cada cual le llegó en su vida de una forma y le lleva a un pasado muy particular. A los más jóvenes a asomarse, tal vez desde un balcón digital, a un pedacito de la música que pertenece a anteriores generaciones. A los que ya tenemos una edad nos lleva a una tarde o una noche o una madrugada pasada por los años que nos sorprendió con nuestros dedos enredados en unos cabellos, dorados o no, qué más da y sentados en la orilla de cualquiera de sus playas, desde Algeciras a Estambul.

Es una gris mañana de sábado en la que la lluvia no cesa de caer. Lo ha hecho toda la noche, todo el día de ayer...toda la semana. Cuesta más que otros días levantarse y compelido por el constante tintineo de las gotas contra las persianas apetece mucho más seguir enredado en otros cabellos, dejarse llevar por el indomable estímulo de la indolencia, dicho en clave de oxímoron y  remolonear, libar un traguito de amor de sábado, sin prisas ni relojes.

Un café con leche y unas tostadas sin el agobio de esas manecillas que dictan el ritmo los otros días de la semana. Un desayuno con miradas cálidas y entretenidas. El sorbito tranquilo y reposado en la boca que es capaz de besar y de hablar, de paladear y también, a veces, de callar. 

Con el último trago, el punto. Mi gran amigo, el sabio y paciente Jaime R., me manda un wpp con vídeo. En él aparece un tipo de espaldas, sentado sobre un espigón frente a un mar/manto turquesa y suenan los primeros acordes. Tomo asiento y respiro profundamente. Suena la voz del Noi del Poble-Sec -pasado ya por los años y por mil luchas- El resto viene en cascada. Un montón de artistas conocidos, individualmente o en grupo, siguen cantando el resto de estrofas de esa canción mítica, clave para entender que hubo un mar que nos ha hecho navegar en él, que es la historia de una cultura que lo tuvo como cuna, sí, pero que además nos ha permitido contemplar sus vaivenes y sus agitaciones convulsivas, su paz y su guerra, su vida y también su muerte.

En una de sus orillas aprendí a hacer castillos y figuritas y dejaba que su arena se escapara entre mis dedos. Con los años enseñé a mis hijas a hacer lo mismo y ahí sigue, azul y amable en sus calmas y bravo e indomable en sus temporales.

Cierro los ojos frente a él y escucho la canción que he mandado a un montón de mis contactos de la aplicación del móvil por el mero placer de compartirla y desearía hacer lo mismo con el propio mar con aquellos que están lejos pero que lo sienten tan cerca como yo. Todos me reponden lo mismo y concluyo que la canción y el mar nos evocan lo que se quedó en aquella orilla tantas y tantas tardes.

Tengo el recuerdo de haber escuchado esa canción en la Barcelona de los incipientes 70 y soñaba con los ojos abiertos en los atardeceres rojos desde Montujuich, desde Castelldefels  o desde las arenas de Llansá de Mar y del Cabo de Creus cuando nos llevaban o de Arenys de Mar o Llafranc o Lloret cuando ya íbamos por nuestros propios medios. Y, por supuesto, en los de Mallorca, que sigo disfrutando.

Y ahí sigue nuestro mar y ahí seguimos nosotros; quizá porque mi niñez sigue jugando en tu playa.....

https://www.youtube.com/watch?v=HMM0PCYWobw 

lunes, 9 de abril de 2018

Llueve barro

Ha sido un extraño invierno. Un clima inusual para quienes estamos acostumbrados a ambientes de un elevado porcentaje de humedad en el aire, sí, pero no tan lluvioso ni ventoso. De hecho, es el inicio de año en que más tardes me he quedado viendo la lluvia desde el ventanal de mi casa mientras que raquetero, raquetas y pelotas de tenis sesteaban plácidamente en el maletero del coche. Cuando ha dejado de llover ya estábamos en Semana Santa aunque al menos hemos logrado darnos el primer chapuzón en la playa y volver a la tierra batida. Punto, set, partido y eliminatoria.


Y seguramente tanta lluvia ha sido el factor causante de una mayor presencia de polen en el aire, según los alergólogos que ya se encuentran en plena campaña de sus particulares ciclogénesis explosivas de estornudos y rinitis.  Las aceras y los coches han quedado cubiertos por un espeso manto amarillento y produce cierta grima imaginarse ese molesto polvo agarrado a nuestra garganta y a las fosas nasales.

Pasado el polen nos han llegado las primeras luvias de barro, tan molestas y desagradables a la vista como el velo amarillo que todo lo envuelve. 

Vuelven  a revolotear, bequerianas, las primeras golondrinas de la temporada y mi calle vuelve a ser, tras el alba, un vivo y alegre jolgorio de trinos y acrobacias.

Y también llueve barro, si vale la metáfora, en las pantallas de los digitales y de los informativos; de los móviles y de las tabletas: fugados, máster, justicia española, justicia alemana, euroorden, lazos y globos amarillos, rifirrafes reales ...

Escucho la radio como quien oye un rosario de fondo que se resiste a hablar de otras cosas. Hay mañanas que se hacen muy largas y cada día se repite la misma historia, la misma cronología de hechos. Empieza la semana con un fugaz repaso de la actualidad deportiva -lo único que cambia- y se nos borra la sonrisa cuando pasan a profundizarnos una actualidad que no aporta nada nuevo. Ya no es tedioso, empieza a ser odioso y quisiera borrar de mi mente ese elemento tóxico que va horadando día a día nuestra opinión sobre un asunto que no parece tener fin. Como si no hubiera enfermos, ancianos, desprotegidos, negocios, alumnos, niños, escuelas....tantas cosas en las que trabajar. Pues no, máster, fugas y rifirrafes. Ea!

Me tomo un respiro con mi trabajo, con la preparación de los primeros contratos generados a la luz de la nueva Ley y eso me tiene muy entretenido.

Apago la radio y dejo el rosario para los buenos feligreses que aguantan mejor que yo esa lluvia de barro. Pincho el spotify y le hago una petición. The Jam, Town called Malice. Un poco de nostalgia musical no hace daño. Sale el sol y tengo pista reservada para mañana.

 https://www.youtube.com/watch?v=YfpRm-p7qlY

lunes, 2 de abril de 2018

Retorno a Liliput

Pensaba en ello mientras conducía hasta la Parroquia de Santa Teresita, en el barrio de Son Armadans de Palma. Domingo de Resurrección. Fiesta cristiana. La vida es un continuo retorno al pasado y lo más remoto es nuestro jardin de infancia, el sitio de mi recreo. Un retorno al Liliput de cada cual.

La Semana Santa es una buena, una excelente ocasión para volver a un pasado -virado en sepia- de la bendición de ramos y del silencio impuesto por el rigor de unas tradiciones que a nuestra gente menuda cuesta hacer entender. Antes de los ochenta me prohibían escuchar mi casette de Pink Floyd; aquel Animals, con sonidos de lejanos ladridos de perros y gruñidos de cerdos y que escuchaba con irreverente insistencia mientras anudaba una corbata a mi cuello para asistir a los Santos Oficios del Jueves Santo, en alguna de las Parroquias próximas a nuestro domicilio de Barcelona. Algo que resultaba innegociable. Íbamos sí o sí. Nos apretujábamos todos en el Seat 1430 azul turquesa y con cara de niños buenos y repeinados subíamos la escalinata del Monasterio de Pedralbes o la escalera de mármol blanco del Colegio de los Sagrados Corazones para dirigirnos a su Capilla.

Aquel retorno a Liliput nos ponía los pies en el suelo. Ni el columpio era tan grande ni el tobogán tan alto. Todo eso contra el testimonio real de los múltiples coscorrones que nos provocaban los saltos sin manos desde lo más alto que pudiéramos alcanzar desde uno u otro.

Liliput era el patio donde pegábamos patadas a un balón de fútbol o a una pelota de tenis desmochada y despeluchada con la que, pese a las dificultades, sacabamos brillo a nuestras habilidades futbolísticas.

Y liliput era también, en fin, donde cruzabamos el límite del bien y echábamos unas caladas clandestinas a los primeros celtas sin filtro o ducados y que hacía que nos sintiéramos como James Dean en Rebelde sin causa.

Luliput era, digo, el rigor del incienso y el recato de unos cirios encendidos y también el del recogimiento de mantilla y misal con las tapas de nácar.

Este año la  lluvia del Viernes Santo en Palma ha impedido que se celebrase la  Procesión del Santo  Entierro pero el orgullo de la Cofradía de la Virgen de la Esperanza, con sede en la Parroquia de San Francisco, hizo que su imagen, desde su engalanado y coqueto Paso, no dimitiera de su tradición y en el interior de la Iglesia bailó la Virgen sobre los hombros de los costaleros. Sin necesidad de dejarse llevar por un arrebato místico, hay cosas y hechos que emocionan aunque la imagen del baile y su alzamiento a lo más alto te sorprenda confortablemente sentado en uno de los bancos del templo. Es imposible abstraerse de la emoción de quienes desde su esfuerzo contibuyen a que, un año más, el público se arranque con una prolongada y sonora ovación.

Ya en la Misa de un Domingo de Pascua soleado, dentro de la Parroquia de Santa Teresita retorno a mi lejano Liliput. El  espeso aire del incienso, el rigor de los hábitos de los monaguillos, la nave central repleta de familias; abuelos, hijos y nietos y el entusiasmo enriquecedor de un párroco optimista invitándonos a una saludable nueva vida. Eso, por sí solo, ni cura enfermedades ni ahuyenta las inquietudes de cada cual, pero conforta el alma constatar que cada paso que vas dando en la vida, al final cobra sentido. Y si, además, eres capaz de transmitirlo a tus hijos, miel sobre hojuelas. 

Observo; hay casi el mismo número de andadores y sillas de ruedas que de cochecitos de niños pequeños y de mochilas con cambiadores.  Hay cantera, hay transmisión. Y si al final del oficio, el propio Párroco, en su despedida, te invita desde la puerta a un pequeño huevito de chocolate y te desea un feliz Domingo de Pascua, cómo no vas a sentirte en tu lejano Liliput, en el sitio de tu recreo.

Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...