En las lejanas madrugadas de aquellos días de Navidad y de Reyes, tras copiosas cenas y cuando los roncitos del Capitán Morgan ya habían exprimido una docena de limones y habían bailado sobre la mesa más de una polka, llegaba el momento click de Famobil. Entraban en la sala en sus cajas precintadas y flamantes de circos, delfinarios, zoos, o barcos piratas y nos quedaba el resto de la noche -hasta el mismo alba- para ir ensamblando, pieza a pieza, cada uno de los diversos y minúsculos elementos que componían el juguete. Ni el sopor causado por los efluvios del ron ni el hambre -era el momento para que la caña de lomo cinco jotas hiciera acto de presencia y diera unos cuantos pases más, a corte de entrecot, como consistente resopón- eran capaces de arruinar el proyecto. Sin apenas tiempo para habernos repuesto ni para lamernos las heridas causadas por los excesos, mis sobrinos, fresquitos y aseados y recién levantados y que eran los destinatarios de aquellos juguetes, aporreaban en bata y pijama, las puertas de todos los dormitorios de la casa y había que levantarse, echarse un agüita por todo lo alto y prestar la debida atención y responder a la mágica entrada -a tropel- en aquella sala con el aire aún muy turbio por el humo de los cigarros que acababan de apagarse. Los Reyes Magos traían sus regalos y un equipo de pajes los acababan montando. Esto es lo que hay.
Hasta el pasado sábado, cada mañana del 6 de enero y pese a que ya en los últimos años eso ha dejado de ser frecuente en el día a día, mis hijas -especialmente la menor- han solido levantarse antes que yo y han entrado en nuestro dormitorio con una amplia sonrisa pintada en sus caras. El protocolo recomienda hacerse un poco el remolón, manifestar que no se han escuchado ni pisadas ni susurros durante la noche y que lo más probable es que los Reyes Magos de Oriente hayan pasado de largo y no se hayan detenido en nuestra casa porque, como son muy listos, saben que ya el inefable papa noel de las narices ha colonizado este hogar, colmándolo de regalos el día de Navidad. Ellas insisten y empiezan a tirar de la ropa de la cama forzándonos a que pongamos pie en tierra, a pesar de todo.
Hasta el pasado sábado, cada mañana del 6 de enero y pese a que ya en los últimos años eso ha dejado de ser frecuente en el día a día, mis hijas -especialmente la menor- han solido levantarse antes que yo y han entrado en nuestro dormitorio con una amplia sonrisa pintada en sus caras. El protocolo recomienda hacerse un poco el remolón, manifestar que no se han escuchado ni pisadas ni susurros durante la noche y que lo más probable es que los Reyes Magos de Oriente hayan pasado de largo y no se hayan detenido en nuestra casa porque, como son muy listos, saben que ya el inefable papa noel de las narices ha colonizado este hogar, colmándolo de regalos el día de Navidad. Ellas insisten y empiezan a tirar de la ropa de la cama forzándonos a que pongamos pie en tierra, a pesar de todo.
Y el ceremonial continúa con mi incursión en el salón y hacer una primera descubierta para comprobar si se confirman o no nuestras sospechas y en su caso preparar un poco de música para que suene como señal de que ya puede entrar el resto de la familia.
Un caminito de sugus de todos los colores y sabores guía los pasos, insisto, desde los primeros años, hasta los pies del árbol donde, ordenadamente, junto a cada zapato y letrero, se apiñan los diversos regalos.
Un año más, mis sospechas y recelos no se confirman y la magia continúa. Sí. Han venido los Reyes Magos y a todo trapo suena aquella tradicional melodía con la que se ha abierto la puerta del salón los últimos dieciséis años.....Había una vez, un circo....Y luego Susanita, El saludito de Don José, la Gallina Turuleca, etc, hasta que al final se impone un poquito la normalidad y el spotify nos obsequia con algo más actual. (reguetón no, que está prohibido en casa)
Esta festividad, para un grinch profesional como yo mismo me considero, constituye una de las honrosas excepciones respecto de mi general apreciación sobre estas fechas. Como de todo cuanto ha sucedido en mi casa durante todos estos años en esta ilusionante mañana de Reyes Magos han quedado los consiguientes reportajes fotográficos y vídeos, resulta muy gratificante, pasados los años, corroborar la ilusión de los primeros pasos de mis hijas por los caminitos de sugus y la caótica y desordanada apertura de paquetes, acompañados del consiguiente jolgorio. Detalles que han de perdurar lo que la vida y el tiempo nos permita independientemente de que, como es mi caso, quedará para siempre grabado en nuestra memoria, como quedaron los que yo mísmo vivía hace medio siglo, año arriba, año abajo, como así atestiguan, también, las fotos reveladas en papel, en blanco y negro un tanto abarquilladas -papel Agfa- que todavía se conservan en casa de mi madre.
Frente a esta -lo reconozco- sensiblera, emotiva, incluso blandengue y nostálgica melancolía por esta celebración, quisiera dejar muestra de mi más enérgico rechazo a que seres descreídos y contrarios a este ceremonial, traten de manipularlo hasta pretender robarle la esencia principal que lo motiva, que no es otra que la ilusión de los niños.
El que no crea tiene perfecto derecho a dedicarse a otras cosas, a otras carrozas, pero que quite sus sucias manos de los niños de los demás.
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