No me atrevería a dar fechas, que para eso están los propios medios y me fiaré de mi memoria, a pesar de que, normalmente, no es lo que uno recuerda, sino cómo lo recuerda y, por tanto, existen suficientes razones para sospechar que, una vez más, podemos habernos creado un recuerdo no muy exacto o no muy preciso.
Lo cierto es que allá por mediados de los 70 (siglo XX, ¿hasta ahí de acuerdo, Carlos B.?) apareció en los kioskos una nueva publicación que traía en su portada razones suficientes como para que un adolescente de aquella época pudiera sufrir, al contemplar la revista colgada de una pinza en un mugriento alambre, una alteración en su sistema neurológico emocional y pudiera quedar absorto por la contemplación de determinadas partes de la anatomía femenina que hasta ese instante habían quedado muy alejadas de su casta mirada y de su mente limpia y virgen conciencia. So pretexto de comprar el Dicen o el Mundo Deportivo o el As Color, las visitas al kiosco se hicieron cada vez más frecuentes y se prolongaban más de la cuenta y, al tiempo que se pagaba el duro o seis pesetas al kioskero, la mirada torba y mal disimulada se deslizaba lánguida y concupisciente sobre los muslos y el pecho de la chica de la portada del Interviú.
Pasados los años y cuando la madurez emocional transitaba paralelamente al crecimiento del bigote, aquellas portadas y los reportajes interiores fueron adquiriendo solera y popularidad en la población española y especialmente entre los jóvenes de mi edad y no había peluquería ni sala de espera donde no se presentara la ocasión de regalarse la vista con aquellas chicas -en principio famosas- que lucían el 95% de su espectacular y graciosa anatomía.
Y luego, pasados unos años, llegaron el juicio y las apreciaciones personales. Había -eran ya los ochenta- muchos progres del momento que, junto con El País, se calzaban el Interviú bajo el brazo con la excusa de que los reportajes de su periodismo de investigación eran excelentes. Una antigua compañera de mi trabajo en el Hospital, Margarita, felizmente casada por entonces y con cinco hijos, lo adquiría para su marido al vendedor ambulante de prensa que recorría el centro, antes de instalarse en su kiosco de la planta de consultas externas. Según ella, era para que pudiera leer esos reportajes, tan fenomenales e instructivos para los jovenes inquietos del momento. A mí me consta que él se estudiaba especialmente la portada y las páginas centrales y personalmente creo que, tal vez solazándose con la contemplación de aquellas chicas, lograba ella quitarse de encima a aquel tipo que si no fuera por eso trataría de llegar a la media docena, o más.
Yo compré, esporádicamente, algunos ejemplares y, lo reconozco, no fue por su periodismo de investigación sino por el irresistible morbo de ver en cueros a alguna de las mujeres que aparecieron en su portada.
Si tuviera que destacar alguno, el ejemplar de Marisol, y su doble destape; el físico, con un cuerpo que entonces nos parecía -aunque algo escaso- muy atractivo y el político, al manifestarse simpatizante del Partido Comunista de España. Quien tuviera en su memoria -como era mi caso- el recuerdo de aquella insufrible y cursi niña pizpireta jaleando a su caballito para que corriera y corriera, no saldría de su asombro al contemplarla en la portada de septiembre de 1976 con una rosa amarilla cubriendo el 5% de su anatomía que no se percibía por la vista.
La historia de Interviú, con todo, se corresponde prácticamente con la historia de nuestra transición y aunque no se puede decir que haya yo contribuido a su supervivencia económica, no ha dejado de impactarme la noticia de su desaparición.
Lo cierto es que hay mucho más muslo, teta y culo en cualquier teléfono móvil que lo que pudiera ya verse en esa revista y la crisis del papel está sacudiendo muy duramente al sector de las publicaciones. Leemos poco, mejor en relato corto o en 140 caracteres máximo, y en cuestión de desnudos, que cada cual repase la galería fotográfica de su móvil o sus archivos del whatsapp.
Pasados los años y cuando la madurez emocional transitaba paralelamente al crecimiento del bigote, aquellas portadas y los reportajes interiores fueron adquiriendo solera y popularidad en la población española y especialmente entre los jóvenes de mi edad y no había peluquería ni sala de espera donde no se presentara la ocasión de regalarse la vista con aquellas chicas -en principio famosas- que lucían el 95% de su espectacular y graciosa anatomía.
Y luego, pasados unos años, llegaron el juicio y las apreciaciones personales. Había -eran ya los ochenta- muchos progres del momento que, junto con El País, se calzaban el Interviú bajo el brazo con la excusa de que los reportajes de su periodismo de investigación eran excelentes. Una antigua compañera de mi trabajo en el Hospital, Margarita, felizmente casada por entonces y con cinco hijos, lo adquiría para su marido al vendedor ambulante de prensa que recorría el centro, antes de instalarse en su kiosco de la planta de consultas externas. Según ella, era para que pudiera leer esos reportajes, tan fenomenales e instructivos para los jovenes inquietos del momento. A mí me consta que él se estudiaba especialmente la portada y las páginas centrales y personalmente creo que, tal vez solazándose con la contemplación de aquellas chicas, lograba ella quitarse de encima a aquel tipo que si no fuera por eso trataría de llegar a la media docena, o más.
Yo compré, esporádicamente, algunos ejemplares y, lo reconozco, no fue por su periodismo de investigación sino por el irresistible morbo de ver en cueros a alguna de las mujeres que aparecieron en su portada.
Si tuviera que destacar alguno, el ejemplar de Marisol, y su doble destape; el físico, con un cuerpo que entonces nos parecía -aunque algo escaso- muy atractivo y el político, al manifestarse simpatizante del Partido Comunista de España. Quien tuviera en su memoria -como era mi caso- el recuerdo de aquella insufrible y cursi niña pizpireta jaleando a su caballito para que corriera y corriera, no saldría de su asombro al contemplarla en la portada de septiembre de 1976 con una rosa amarilla cubriendo el 5% de su anatomía que no se percibía por la vista.
La historia de Interviú, con todo, se corresponde prácticamente con la historia de nuestra transición y aunque no se puede decir que haya yo contribuido a su supervivencia económica, no ha dejado de impactarme la noticia de su desaparición.
Lo cierto es que hay mucho más muslo, teta y culo en cualquier teléfono móvil que lo que pudiera ya verse en esa revista y la crisis del papel está sacudiendo muy duramente al sector de las publicaciones. Leemos poco, mejor en relato corto o en 140 caracteres máximo, y en cuestión de desnudos, que cada cual repase la galería fotográfica de su móvil o sus archivos del whatsapp.
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