En una pared del baño principal de la casa de mi madre, un espacio estratégicamente ubicado tras la puerta corredera y solo visibles cuando esta se cierra por dentro, quedan los rastros del tallado y pesaje de mis sobrinos en distintos momentos de sus vidas, cuando a lo largo de las mismas y con ocasión de sus visitas, cada verano o navidad y desde que empezaron a caminar por sí solos, se repetía el proceso y la marca así registrada quedaba impresa en la baldosa del baño. Luego, años más tarde, llegaron mis hijas y pese a que su presencia en esa casa era más frecuente, con idéntica cadencia fueron sometiéndose a similares procesos.
Pasados los años, cada vez que me enfrento a esta pared, un inquietante vértigo se apodera de mis reflexiones y echo cuenta del tiempo pasado desde la primera marca, apenas a sesenta o setenta centrímetros del suelo. Y sonrío al recordar la urgencia con la que, para premiar la voracidad de una comida o una merienda, les asegurábamos que estaban creciendo muy deprisa y había que tallarlos ya, sin perder un minuto. Allí nos acercábamos, cogidos de la mano y mientras apoyaban sus cabezas y sus pies descalzos, pegados en sus talones, contra la pared, levantaban su mirada como si con aquel gesto de altanería la marca fuera a superar en mucho la anterior, Y recuerdo que en aquellas prisas habrían olvidado quitarse los restos de las natillas de chocolate de sus bocas. Luego los pesaba y anotaba minuciosamente su nombre y la fecha.
Pasados los años, cada vez que me enfrento a esta pared, un inquietante vértigo se apodera de mis reflexiones y echo cuenta del tiempo pasado desde la primera marca, apenas a sesenta o setenta centrímetros del suelo. Y sonrío al recordar la urgencia con la que, para premiar la voracidad de una comida o una merienda, les asegurábamos que estaban creciendo muy deprisa y había que tallarlos ya, sin perder un minuto. Allí nos acercábamos, cogidos de la mano y mientras apoyaban sus cabezas y sus pies descalzos, pegados en sus talones, contra la pared, levantaban su mirada como si con aquel gesto de altanería la marca fuera a superar en mucho la anterior, Y recuerdo que en aquellas prisas habrían olvidado quitarse los restos de las natillas de chocolate de sus bocas. Luego los pesaba y anotaba minuciosamente su nombre y la fecha.
El tiempo -mucho- es lo único que ha logrado difuminar un tanto las marcas del rotulador indeleble con el que marcaba todos estos datos. Por su parte, mi madre siempre contempló esa actividad con la suficiente complicidad como para no permitir que ninguna de las personas que atendieron la limpieza de la casa se encargaran de borrar esas señas.
No sé muy bien en qué momento comenzó a interrumpirse esa tradición. Supongo que en un momento dado cualquiera de mis sobrinos, con suficientes muestras de madurez como para evitarme un planchazo, debió dibujar en su expresión gestual un mohín de desaprobación -muy respetuosamente, por supuesto- y aquella práctica fue haciéndose cada vez más esporádica.
Por su parte, en el caso de mis hijas, al tratarlas diariamente, quedaba fuera de justificación y salvo algún coletazo esporádico, también hemos proscrito la practica.
Aún así, quedan suficientes muestras como para, hoy en día, obtener suficientes conclusiones acerca del crecimiento de todos ellos: comparaciones y expectativas que generaban aquellas rodillas huesudas y aquellos pies tan rechonchos. Y el resultado no sorprende. El que prometía que iba a ser alto, lo ha sido, lo está siendo. Y los que auguraban un crecimiento menor también lo han confirmado.
Queda en la memoria el júbilo de sus carreras hacia la pared, el gesto de rigor al ser tallados y las bocas tiznadas por el yogur griego o las natillas de chocolate. Y sobre las baldosas del baño una ristra de muescas en rotuladores de diversos colores que sólo el tiempo, mucho, está logrando borrar.
Sí que hemos crecido!
Por su parte, en el caso de mis hijas, al tratarlas diariamente, quedaba fuera de justificación y salvo algún coletazo esporádico, también hemos proscrito la practica.
Aún así, quedan suficientes muestras como para, hoy en día, obtener suficientes conclusiones acerca del crecimiento de todos ellos: comparaciones y expectativas que generaban aquellas rodillas huesudas y aquellos pies tan rechonchos. Y el resultado no sorprende. El que prometía que iba a ser alto, lo ha sido, lo está siendo. Y los que auguraban un crecimiento menor también lo han confirmado.
Queda en la memoria el júbilo de sus carreras hacia la pared, el gesto de rigor al ser tallados y las bocas tiznadas por el yogur griego o las natillas de chocolate. Y sobre las baldosas del baño una ristra de muescas en rotuladores de diversos colores que sólo el tiempo, mucho, está logrando borrar.
Sí que hemos crecido!