lunes, 4 de diciembre de 2017

Saluda el invierno

El invierno se ha llevado la mano derecha al ala de su sombrero y con una sutil y caballerosa expresión nos ha dicho que ya estaba aquí, que ya había llegado. La caldera ha  empezado a engullir litros y litros de gas licuado, acelerando como un deportivo gastón en una autopista sin límite de velocidad. Ya nos llegará el recibo y ya lo pagaremos. No estamos acostumbrados, por estas latitudes, a ver cómo el termómetro baja de los cinco grados, pero cuando lo hace y especialmente si el ambiente es tan húmedo como el de estos últimos días,  el frío se hace mucho más severo. Será otro síntoma indefectible de mi mayoría de edad pero lo cierto es que tolero cada vez peor las bajas temperaturas y ya estoy deseando que regrese el verano de San Miguel, o el de San Martín, o el de San Bernardo, o todos juntos; eso, que vengan todos que esto no se puede soportar. Quisiera volver a abandonarme frente a la orilla y dejar mecer mis pensamientos por el suave oleaje de un sábado de otoño, pero me temo que no va a ser posible, no por el momento.

Las principales calles del centro se visten con  guirnaldas y adornos navideños ya iluminados y el Herrera comienza sus programas con su sintonía del trote de  renos con cascabeles y empieza a brotar violentamente desde mi interior el  Grinch que habita en mí; mi otro yo de estas fechas que se pone furioso y ve invadido su espacio por megaofertas de juguetes, copiosas comidas y banquetes navideños, menús y fiestas de fin de año, farra latina y regetón, sorteos y todo ello en modo villancico. Brr......

Me dices, querida y Lola, que se llena todo de bolas rojas odiosas y de comida a rebosar como si no comiéramos el resto del año, - qué horror, qué hacemos? añades- y yo te digo lo de siempre, lo de todos los años, que no queda otra que tratar de pasar el trámite; que antes, cuando éramos muy jóvenes nos pasaban estas fechas muy fugazmente, de juerga permanente,  pero es que ahora nos sienta mal la fiesta, que la ingesta abusiva y compulsiva de copas nos agita el sueño, acelera nuestro ritmo cardíaco y al día siguiente nos cuesta mantener una actitud positiva y coherente. Eso que ni fumo, ni cazo, ni sonrío a las chicas guapas, porque tal y como están las cosas,  alguna podría denunciarme aduciendo que en el fondo de mi atención hacia ella, albergo una oscura pretensión y por tanto un abuso. Así estamos.  Me asustan las comidas y las cenas de compañeros/as de trabajo, del club de tenis, de los padres del cole, de la partida de golf, del club de vela, de la pandilla de cañas de los viernes por la tarde, no sea que, embebido (y bebido de más) por el ambiente navideño de buenrollismo insensato alguien confunda los términos y acabe sobrepasando ciertos límites y ciertas distancias y acabe como el tipo ese del viral, salido de sí mismo, trastabillándose entre la moqueta y las columnas y tropezándose torpemente con los ceniceros y las macetas, berreando las únicas palabras que se sabe de la canción que está sonando. Solo él, con su copa en la mano, más perdido que un puigdecol de Bruselas (Ay! había dicho que no volvería a mencionarlo).

Comienza mi cruzada visual contra los papa noeles que cuelgan de balcones y ventanas, cada vez mayores, cada vez más grotescos, cada vez mas ridículos e insufribles y espero, aunque no tengo mucha fe, que no se impongan las modas del led multicolor ilminando fachadas a todo trapo...

En fín, ya sabes, una delicia de fiestas....el mejor día de Navidad: el 7 de enero.

Que lo disfrutes, si puedes, si quieres.

Cúber . Mallorca, diciembre 2017



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