En esas casas, en esos hogares, no habrá villancicos, ni turrones, ni cotillón y muy probablemente ni la ilusión propia de la noche más especial del año para los niños, la noche de Reyes. En las familias de los guardias civiles y del ciudadano asesinados por el criminal serbio el pasado jueves no queda ni un minúsculo espacio para la normalidad. Ya nada será como antes. Tampoco en la familia de otro ciudadano que fue atacado violenta y cobardemente por la espalda por lucir, en unos sencillos tirantes, el orgullo de sentirse español. Simplemente por eso.
El mal -diabólico en ocasiones- habita entre nosotros. Hay mentes mezquinas, marcadas por ocultas frustraciones, por hábitos nefastos, por soledades envenenadas, por un odio irracional que les lleva, por inextricables caminos, a despreciar la vida ajena. Es un salvajismo no equiparable con ninguna conducta en el resto de seres vivos con los que compartimos este mundo. No puedo entender qué macabro mecanismo se dispara para llevar a cabo crímenes como estos.
Y si esto no fuera suficiente, me pregunto de dónde y cómo se llega a generar tanto odio como para que, producido el crimen, y como una macabra secuela, fluya una nauseabunda corriente de mensajes y comentarios que celebran y aplauden los hechos. Lo hemos visto en anteriores ocasiones y en algunos casos han venido las lamentaciones y el aislamiento social del autor/autora. Y cierto arrepentimiento. Pero nadie escarmienta en carne ajena y sigue existiendo una larga lista de malnacidos que se crecen ante la desgracia ajena y llevados por ese odio irracional expresan su alegría. Me da igual que lo hagan festejándolo como simplemente no condenándolo. Me importa un bledo que aplaudan o que callen. Son la misma clase de excreción fecal. Seres despreciables por los que no siento más que tristeza y vegüenza.
Es cierto que no debemos dejarnos llevar por la impresión que nos produce el aspecto físico de una persona cuando, deliberadamente y a través de perforaciones, dilataciones, mutilaciones y desaliños intencionados proyectan sobre su persona la máscara con la que desean que se les identifique. Forma parte de su provocación, he de suponer. Muchas veces debe ser producto de una rebeldía pero la mayoría de las veces se corresponde con una deficitaria prestación en la atención, formación y educación necesaria para crecer en la rectitud moral y social adecuadas. En una palabra y con un objetivo: la convivencia.
¿Cómo si no se entiende tanto y tan perverso odio? Cómo y en qué cabeza cabe que un tipo con ese aspecto, que ya fue capaz de segar de cuajo la normalidad funcional de otra persona y la naturalidad de su vida y la de sus familiares, haya sido aplaudido, ensalzado, comprendido y premiado por quienes por su cargo y responsabilidad deberían mostrarse muchos más prudentes a la hora de valorar determinadas actitudes delictivas. Pero el panorama político que tenemos es que el que hay y desgraciadamente no podemos esperar otra cosa. Es muy decepcionante esa hipocresía y la existencia de distintas varas de medir según quién sea el actor y su crítico. Son cómplices en el odio.
A veces, muchas veces, casi cada día, siento vergüenza por pertenecer a la raza humana.
El mal -diabólico en ocasiones- habita entre nosotros. Hay mentes mezquinas, marcadas por ocultas frustraciones, por hábitos nefastos, por soledades envenenadas, por un odio irracional que les lleva, por inextricables caminos, a despreciar la vida ajena. Es un salvajismo no equiparable con ninguna conducta en el resto de seres vivos con los que compartimos este mundo. No puedo entender qué macabro mecanismo se dispara para llevar a cabo crímenes como estos.
Y si esto no fuera suficiente, me pregunto de dónde y cómo se llega a generar tanto odio como para que, producido el crimen, y como una macabra secuela, fluya una nauseabunda corriente de mensajes y comentarios que celebran y aplauden los hechos. Lo hemos visto en anteriores ocasiones y en algunos casos han venido las lamentaciones y el aislamiento social del autor/autora. Y cierto arrepentimiento. Pero nadie escarmienta en carne ajena y sigue existiendo una larga lista de malnacidos que se crecen ante la desgracia ajena y llevados por ese odio irracional expresan su alegría. Me da igual que lo hagan festejándolo como simplemente no condenándolo. Me importa un bledo que aplaudan o que callen. Son la misma clase de excreción fecal. Seres despreciables por los que no siento más que tristeza y vegüenza.
Es cierto que no debemos dejarnos llevar por la impresión que nos produce el aspecto físico de una persona cuando, deliberadamente y a través de perforaciones, dilataciones, mutilaciones y desaliños intencionados proyectan sobre su persona la máscara con la que desean que se les identifique. Forma parte de su provocación, he de suponer. Muchas veces debe ser producto de una rebeldía pero la mayoría de las veces se corresponde con una deficitaria prestación en la atención, formación y educación necesaria para crecer en la rectitud moral y social adecuadas. En una palabra y con un objetivo: la convivencia.
¿Cómo si no se entiende tanto y tan perverso odio? Cómo y en qué cabeza cabe que un tipo con ese aspecto, que ya fue capaz de segar de cuajo la normalidad funcional de otra persona y la naturalidad de su vida y la de sus familiares, haya sido aplaudido, ensalzado, comprendido y premiado por quienes por su cargo y responsabilidad deberían mostrarse muchos más prudentes a la hora de valorar determinadas actitudes delictivas. Pero el panorama político que tenemos es que el que hay y desgraciadamente no podemos esperar otra cosa. Es muy decepcionante esa hipocresía y la existencia de distintas varas de medir según quién sea el actor y su crítico. Son cómplices en el odio.
A veces, muchas veces, casi cada día, siento vergüenza por pertenecer a la raza humana.
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