lunes, 25 de diciembre de 2017

Feliz Navidad, feliz vida.

Pasan los  años. El cabello -los que aún lo conservamos- se ha vuelto más blanco y la piel se ha ido arrugando, dejando evidencias de una más que notable pérdida de tersura. Los ojos mantienen su color y tal vez -según los casos- la firmeza de su mirada cuando decimos la verdad pero necesitan un auxilio para dar, a la función que tienen encomendada, un resultado satisfactorio. El corazón se endurece ¿cómo si no aguantaríamos los golpes que vamos recibiendo? No implica su dureza una ausencia de dolor. Duele aunque galope en ocasiones desbocado a golpe de esos palos. Y seguramente alguno de los otros órganos vitales que nos han permitido llegar hasta aquí ha empezado a dar pruebas de una ligera fatiga.

Y llegan estos días en los que,  sin querer, sin darte ni cuenta, miras a tu alrededor, hacia esa silla de la mesa y echas en falta a alguien que ya no está, aunque haga mucho tiempo que se fue y con el que querrías compartir de nuevo - solo un ratito, solo por hoy, venga, por favor- un menú más especial, una tertulia; recibir un consejo y una recomendación o algún reproche o un halago y echar con él otro traguito de ese buen vino o una copita de cava. Juegas inconscientemente con las migas que quedaron en el mantel, junto a las copas vacías y las botellas sin el último culín al tiempo que la mirada vacía abre discretamente la puerta del desván, donde reposan silenciosos tantos recuerdos buenos. La luz se va atenuando en una sobremesa a la que sorprendió una oscura media tarde y que acabó en noche. Y los más jóvenes, en sus propios tiempos y en sus vidas propias, levantaron el vuelo de la mesa, se dieron dos vueltas a la bufanda alrededor de sus cuellos y cerraron la puerta tras de sí. Su vida empieza ahora y todo son consejos y bienaventuranzas. Más sillas vacías y más ensimismamiento.

Los pequeños cachorros que nos levantaban a media tertulia de sus siestas y requerían la atención del cambio de pañal y del yogur de su merienda han crecido. Ya cazan solos, ya escuchan su propia lista de éxitos, disponen de su canal de comunicación social sobre el que teclean compulsivos y en el que ya casi no estamos ni apenas se nos espera más allá de una hora o una cita porque hay que recogerlos cuando falla el bus o se hace tarde.

Y en esa agridulce sensación de esta media tarde, pasados los momentos de las risas y de las ocurrencias cómicas de un hermano o de un cuñado, nos ausentamos con el brillo del cristal y el móvil no deja de parpadear con imágenes de mesas ajenas y miradas lejanas de aquellos amigos que quedaron atrás con sus historias, con sus vidas en las que ya no estamos, o de otros que quedan en la reserva hasta el año que viene por estas mismas fechas y que quisieras tener más cerca de vez en cuando, en la misma mesa. Otros ya ni figuran en tu agenda... y amores.....Ay! con cuántos de ellos te habrías hecho mil selfies  y sin embargo ya no alcanza tu tiempo ni para averiguar ni dónde, ni con quién, ni cómo estará, aunque les sigas queriendo y apreciando como probablemente ellos a ti. Tu felicidad está alrededor de esta mesa y cruzas una mirada de reconocimiento de que todo está bien, de que eres feliz, de que eres un afortunado, de que cada día de tu vida te está tocando la lotería, aunque haya pasado ya más de media vida y de que tu pelo se va aclarando, se va volviendo blanco, tu piel se va arrugando y para atender el puñetero teléfono tienes que volver a calzarte esas gafas verdes que te compraste en el Tiger.

Feliz Navidad, feliz vida.

lunes, 18 de diciembre de 2017

El odio habita entre nosostros

En esas casas, en esos hogares, no habrá villancicos, ni turrones, ni cotillón y muy probablemente ni la ilusión propia de la noche más especial del año para los niños, la noche de Reyes. En las familias de los guardias civiles y del ciudadano asesinados por el criminal serbio el pasado jueves no queda ni un minúsculo espacio para la normalidad. Ya nada será como antes. Tampoco en la familia de otro ciudadano que fue atacado violenta y cobardemente por la espalda por lucir, en unos sencillos tirantes, el orgullo de sentirse español. Simplemente por eso.

El mal -diabólico en ocasiones- habita entre nosotros. Hay mentes mezquinas, marcadas por ocultas frustraciones, por hábitos nefastos, por soledades envenenadas, por un odio irracional que les lleva, por inextricables caminos, a despreciar la vida ajena. Es un salvajismo no equiparable con ninguna conducta en el resto de seres vivos con los que compartimos este mundo. No puedo entender qué macabro mecanismo se dispara para llevar a cabo crímenes como estos.

Y si esto no fuera suficiente, me pregunto de dónde y cómo se llega a generar tanto odio como para que, producido el crimen, y como una macabra secuela, fluya una nauseabunda corriente de mensajes y comentarios que celebran y aplauden los hechos. Lo hemos visto en anteriores ocasiones y en algunos casos han venido las lamentaciones y el aislamiento social del autor/autora. Y cierto arrepentimiento. Pero nadie escarmienta en carne ajena y sigue existiendo una larga lista de malnacidos que se crecen ante la desgracia ajena y llevados por ese odio irracional expresan su alegría. Me da igual que lo hagan festejándolo como simplemente no condenándolo. Me importa un bledo que aplaudan o que callen. Son la misma clase de excreción fecal. Seres despreciables por los que no siento más que tristeza y vegüenza.

Es cierto que no debemos dejarnos llevar por la impresión que nos produce el aspecto físico de una persona cuando, deliberadamente y a través de perforaciones, dilataciones, mutilaciones y desaliños intencionados proyectan sobre su persona la máscara con la que desean que se les identifique. Forma parte de su provocación, he de suponer. Muchas veces debe ser producto de una rebeldía pero la mayoría de las veces se corresponde con una deficitaria prestación en la atención, formación y educación necesaria para crecer en la rectitud moral y social adecuadas. En una palabra y con un objetivo: la convivencia.

¿Cómo si no se entiende tanto y tan perverso odio? Cómo y en qué cabeza cabe que un tipo con ese aspecto, que ya fue capaz de segar de cuajo la normalidad funcional de otra persona y la naturalidad de su vida y la de sus familiares, haya sido aplaudido, ensalzado, comprendido y premiado por quienes por su cargo y responsabilidad deberían mostrarse muchos más prudentes a la hora de valorar determinadas actitudes delictivas. Pero el panorama político que tenemos es que el que hay y desgraciadamente no podemos esperar otra cosa. Es muy decepcionante esa hipocresía y la existencia de distintas varas de medir según quién sea el actor y su crítico. Son cómplices en el odio.

A veces, muchas veces, casi cada día, siento vergüenza por pertenecer a la raza humana.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Wonder

Se acercaba el día de cumpleaños de mi hija menor, Ana, y unos días antes le pregunté lo que deseaba como regalo por su decimotercer aniversario y el tipo de celebración que más le apetecía. La respuesta fue muy apropiada para su edad. Unas Converse All Star y una tarde de cine con compañeras de clase y, de todas las películas de la cartelera, la preferida era Wonder . De hecho ya se sabía de memoria los diálogos del trailer publicitario. 

La edad de los trece años puede suponer una fina línea fronteriza entre la infancia que va quedando atrás, con sus peluches, juguetes y llantinas desconsoladas, con sus fiebres intempestivas y los virus que todo lo justifican y que nos transformaron  en padres histéricos que colapsábamos los servicios de urgencias de las clínicas pediátricas y una pre-adolescencia -o adolescencia, directamente- que empieza a alterar los rasgos físicos y los gestos. Esa edad en la que un juguete nunca sobra pero suele estar de más. 


Las Converse Chuck Taylor All Star color beige fueron complementadas con un capricho personal; una bonita sudadera con cremallera, color azul, también de Converse -cultura americana, qué le vamos a hacer- .  La sesión de cine con sus cuatro compañeras de clase se convirtió en una terapia de grupo, la fría tarde del sábado: chuches, palomitas y kleenex, muchos kleenex. La película, al final, también forma parte del regalo. Me explico.

No puedo negar que el tema, la fecha y la participación estelar de Julia Roberts en el reparto están orientados a garantizar el  éxito de taquilla rentabilizando, como gancho eficiente, la sensibilidad del espectador. Lo admito y punto. Ahora bien, fuera de ese contexto y alejándonos de las bolas rojas y del deslumbramiento que ocasionan las luces navideñas, el argumento puede resultar un interesante experimento de crecimiento personal. Un niño, Auggie, de diez años y con un rostro reconstruido quirúrgicamente al haber nacido con unas tremendas deformidades y ausencias faciales, se incorpora, tardíamente, a un centro escolar. El menor ha sobrellevado la situación gracias al exceso sobreprotector de una angustiadísima mamá y el casco de astronauta que deberá abandonar al cruzar el umbral que separa su mundo interior sin escaparates y el cruel entorno que le espera en el colegio  en que debe empezar a convivir con esos seres extraños de su misma edad y aparentemente perfectos que, seguro, van a rechazar su aspecto y sus cicatrices sin máscara. 

Cada centímetro de su piel, rasgada por las aparatosas huellas de la milagrosa cirugía reparadora, es un centímetro que le permitirá  avanzar en su crecimiento. Todos los seres humanos tenemos nuestras propias cicatrices y las ocultamos o las disimulamos, tapádonos la boca cuando sonreimos, o colocándonos el flequillo adecuadamente, escondiendo el pulgar que nos pilló una puerta del coche hace treinta años, etc.. Tapamos nuestras cicatrices y las hacemos invisibles a los demás. Auggie no puede ya ocultar su cara porque el casco de astronauta se quedó en casa y por mucho que demuestre su auténtico valor no facial, sus compañeros de clase, en la sensiblera intención del guionista siguen rechazándolo como si fuera un apestado.

Al final hay que aprender a vivir con nuestras cicatrices, con nuestros defectos y solamente asumiéndolos y destapándolos, empezamos a crecer en nosotros mismos primero y frente a los demás después, a pesar de que no estemos muy conformes con ese rasgo, con esa cicatriz o con esa mancha. 


El esfuerzo y ánimo de superación tienen al final su recompensa.


Por cierto, sospecharía de quien fuera capaz de ver la peli y no echar mano de un kleenex, aunque sea prestado.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Saluda el invierno

El invierno se ha llevado la mano derecha al ala de su sombrero y con una sutil y caballerosa expresión nos ha dicho que ya estaba aquí, que ya había llegado. La caldera ha  empezado a engullir litros y litros de gas licuado, acelerando como un deportivo gastón en una autopista sin límite de velocidad. Ya nos llegará el recibo y ya lo pagaremos. No estamos acostumbrados, por estas latitudes, a ver cómo el termómetro baja de los cinco grados, pero cuando lo hace y especialmente si el ambiente es tan húmedo como el de estos últimos días,  el frío se hace mucho más severo. Será otro síntoma indefectible de mi mayoría de edad pero lo cierto es que tolero cada vez peor las bajas temperaturas y ya estoy deseando que regrese el verano de San Miguel, o el de San Martín, o el de San Bernardo, o todos juntos; eso, que vengan todos que esto no se puede soportar. Quisiera volver a abandonarme frente a la orilla y dejar mecer mis pensamientos por el suave oleaje de un sábado de otoño, pero me temo que no va a ser posible, no por el momento.

Las principales calles del centro se visten con  guirnaldas y adornos navideños ya iluminados y el Herrera comienza sus programas con su sintonía del trote de  renos con cascabeles y empieza a brotar violentamente desde mi interior el  Grinch que habita en mí; mi otro yo de estas fechas que se pone furioso y ve invadido su espacio por megaofertas de juguetes, copiosas comidas y banquetes navideños, menús y fiestas de fin de año, farra latina y regetón, sorteos y todo ello en modo villancico. Brr......

Me dices, querida y Lola, que se llena todo de bolas rojas odiosas y de comida a rebosar como si no comiéramos el resto del año, - qué horror, qué hacemos? añades- y yo te digo lo de siempre, lo de todos los años, que no queda otra que tratar de pasar el trámite; que antes, cuando éramos muy jóvenes nos pasaban estas fechas muy fugazmente, de juerga permanente,  pero es que ahora nos sienta mal la fiesta, que la ingesta abusiva y compulsiva de copas nos agita el sueño, acelera nuestro ritmo cardíaco y al día siguiente nos cuesta mantener una actitud positiva y coherente. Eso que ni fumo, ni cazo, ni sonrío a las chicas guapas, porque tal y como están las cosas,  alguna podría denunciarme aduciendo que en el fondo de mi atención hacia ella, albergo una oscura pretensión y por tanto un abuso. Así estamos.  Me asustan las comidas y las cenas de compañeros/as de trabajo, del club de tenis, de los padres del cole, de la partida de golf, del club de vela, de la pandilla de cañas de los viernes por la tarde, no sea que, embebido (y bebido de más) por el ambiente navideño de buenrollismo insensato alguien confunda los términos y acabe sobrepasando ciertos límites y ciertas distancias y acabe como el tipo ese del viral, salido de sí mismo, trastabillándose entre la moqueta y las columnas y tropezándose torpemente con los ceniceros y las macetas, berreando las únicas palabras que se sabe de la canción que está sonando. Solo él, con su copa en la mano, más perdido que un puigdecol de Bruselas (Ay! había dicho que no volvería a mencionarlo).

Comienza mi cruzada visual contra los papa noeles que cuelgan de balcones y ventanas, cada vez mayores, cada vez más grotescos, cada vez mas ridículos e insufribles y espero, aunque no tengo mucha fe, que no se impongan las modas del led multicolor ilminando fachadas a todo trapo...

En fín, ya sabes, una delicia de fiestas....el mejor día de Navidad: el 7 de enero.

Que lo disfrutes, si puedes, si quieres.

Cúber . Mallorca, diciembre 2017



Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...