Con todos mis respetos.
Empiezo a escribir estas líneas el mismo jueves
12 de octubre. Tengo una extraña sensación, una mezcla de emociones; por un
lado el orgullo de pertenecer a las Fuerzas Armadas y de poder servir a mi
Patria y por otro la pena de comprobar
que a veces, por ignorancia de unos o por odio irracional de otros no se valora
adecuadamente el compromiso que los profesionales de la milicia tenemos con la
sociedad a la que pertenecemos, con toda la sociedad. Después de celebrar, en la tarde del día 11 de
octubre, la Patrona de la Guardia Civil con mis compañeros, familia y un montón
de amigos y de presenciar el 12, por
televisión y desde el sofá, el Desfile
de la Hispanidad, (normalmente me lo pierdo por coincidir con los actos de la
Comandancia de Palma) escucho la terrible noticia del accidente que le ha
costado la vida al Capitán del Ejército del Aire, D. Borja Aybar García. Desde ese
momento y en los días sucesivos no he deseado leer ninguna crónica, ningún merecido
panegírico que pueda haberse publicado sobre el siniestro ni sobre la heroica
decisión del piloto. Sí, por contra y porque no puedo aislarme, una
interminable corriente de tuits y guasaps y eso es lo que me ha llevado a
la pena y a la tristeza, mucho más, si cabe que el propio fatal desenlace.
Tal vez la historia podría traicionarme, aunque
no lo creo. La historia debe juzgarnos -simultáneamente- según vivimos, según
hablamos, según actuamos. Los revisionismos no suelen ser justos y por tanto ya
no podemos hablar de juzgar sino de sentenciar. Y no es justo, claro. Odiosa
postverdad.
Tras esta revuelta lingüística paso a exponer.
El último minuto del Capitán Aybar. Estábamos
escuchando -todavía resonaba en la mente de las gentes buenas- La muerte no es el final- cuando el
Capitán Aybar iniciaba su fugaz y supersónica participación en el desfile del
Día de la Hispanidad junto con sus compañeros, desde el cielo azul y sobre la
Castellana de Madrid. Unos segundos antes, la voz del Arzobispo Castrense
(supongo) pronunciaba las bellas palabras de ensalmo religioso que sirven de
homenaje a los caídos por la Patria, en el cumplimiento de su deber. Los
militares conocemos perfectamente el ritual. Escuchamos firmes, tiesos,
marciales, esa alocución y cada cual en su interior se traga su dolor y sus
penas y se sobrecoge y contiene como puede sus emociones que afloran con los primeros sonidos de las campanas tubulares, luego los
tambores y finalmente la corneta que indica el momento en el que las manos derechas suben
enérgicamente hasta el botón de nuestras gorras. Unos recuerdan a su padre, otros al
hermano o al compañero que ya se fue. Unos cayeron en heroica despedida, otros
después de haber rendido el último servicio, otros por haberles sido arrancada
la vida de forma violenta y maligna por la execrable lacra del terrorismo. Y
llora en la intimidad de su baldosa, de su puesto en formación. Yo, hablemos de
mí, particularmente llevo ya cuarenta años de mili y cada vez que llega el
momento del Toque de Oración, y el relator inicia el doloroso y bello soneto del
homenaje a los caídos, no logro disimular mi rubor. Se me eriza la piel y se
humedecen mis ojos: Lo demandó el honor y
obedecieron......*
El capitán Aybar regresaba a su Base. Misión cumplida.
Ha salido perfecto y se siente orgulloso y honrado por haber podido tomar parte
del desfile. Le esperan su mujer y su hijo en Los Llanos. En tierra, con todo
recogido y sin el mono de vuelo tocará celebrar el éxito con los compañeros y
los familiares. Un giro inesperado, una turbulencia, un fallo del motor....por
la cabeza del joven oficial se precipitan millones de imágenes, de deseos, de
necesidades, de soluciones. El avión entra en pérdida y se precipita velozmente
hacía el suelo. Sabe que sin control, eyectándose desde la cabina, el avión
puede caer sobre viviendas próximas a la Base. Si por el contrario, se queda en
su cabina podrá tratar de buscar un lugar seguro para la población aunque eso
le cueste la vida. Un minuto decisivo en el que la mente es incapaz de gestionar
ideas y tiempo…
Lo demandó el honor y
obedecieron,
lo requirió el deber y lo
acataron;
con su sangre la empresa
rubricaron
con su esfuerzo la Patria
engrandecieron.
Fueron grandes y fuertes,
porque fueron
fieles al juramento que
empeñaron.
Por eso como valientes
lucharon,
y como héroes murieron.
Por la Patria morir fue su
destino,
querer a España su pasión
eterna,
servir en los Ejércitos su
vocación y sino.
No quisieron servir a otra
Bandera,
no quisieron andar otro camino,
no supieron vivir de otra manera.
El último minuto del Capitán Aybar es el último
suspiro de un héroe que sacrifica su propia vida en beneficio de la de los
demás, fiel a un juramento que no cayó en saco roto, a una vocación llena de
compromiso con una Patria, con una bandera.
Frente a quienes tratan de emborronar la vida y
muerte de un héroe solo quisiera manifestar que no cambiaría jamás el último
minuto de la vida del Capitán Aybar por toda la confortable y plácida vida de algunos seres
miserables que, ignorantes, buscan en su burla una ofensa estéril. Vidas huecas
de honor pero llenas de un absurdo e irracional odio. Incluso por ellos, hasta
la última gota de nuestra sangre. Esa es la diferencia.
* Gracias a mi amigo, hermano de misión, Fran, pude ser yo quien leyera este soneto en el último arriado de Bandera de nuestro Contingente en Herat, Afganistan, en la Plaza de Armas de la Base de Camp Arena, en noviembre de 2013. Si algo me he reprochado desde entonces, y todavía pienso en ello, es no haber solicitado quedarme esa Bandera para poder custiodarla y conservarla conmigo. La llevo en mi interior, no obstante.
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