lunes, 30 de octubre de 2017

Por si no se habían enterado.

Desde el máximo respeto hacia personas por las que siento un especial afecto pero con las que existen profundas discrepancias en asuntos de rabiosa actualidad.

Me levanté muy tempranito el domingo y me enfrentaba ya a primera hora a un programa informático -una plataforma educativa-  por la que mi hija menor navegaba y repasaba sus ejercicios de matemáticas. Bien; vamos entrando en materia y hemos abandonado la ancha carretera llana y sin inclinación y empezamos a encontrarnos las primeras rampas y alguna que otra curva de la E.S.O.

Había superado la hiriente punzada del cambio de horario de la madrugada anterior y después de dos noches seguidas de francachela mi cabeza parecía, insinuante, querer arrastrarme, de regreso, hasta el gentil edredón. Venciendo la tentación, asumo mi deber como padre y tomo asiento junto a mi hija y me dispongo a echarle mi ánimo y mi auxilio. Ni soy experto en mates ni estoy especialmente dotado para ellas pero internet proporciona el recurso necesario para salir del paso a quienes, bajo la excusa de ser de letras, exhibimos una especial alergia a los problemas, las fórmulas y las ecuaciones de segundo grado. Qué pereza.

Vuelan los minutos y cerca del mediodía recuerdo la convocatoria de manifestación de Barcelona. Enciendo la televisión en el preciso instante en que aparece Paco Frutos, antiguo dirigente del Partido Comunista de España. Lo escucho muy atentamente y sin poder salir de mi asombro y perplejidad he de pellizcarme repetidamente para dar crédito a lo que estoy escuchando. Contundente, honesto y conciliador. Intentando contener su vehemencia, alterna el catalán y el castellano y deja muy claro su pronunciamiento a favor de una Cataluña española y una España con Cataluña. Cita a Salvador Espriu y lo reivindica, en su poesía, para el gozo de todos los catalanes y resto de españoles -nada de exclusividades de cuatro indocumentados que parecen haberse querido adueñar del legado de muchas de las insignes figuras de la cultura catalana de todos los tiempos y de la totalidad de sus tradiciones culturales. Y recita también  a Machado y lo hermana con la hermosa tierra catalana y con sus gentes. Y sigue: "Soy un botifler. Soy un traidor contra el racismo que estáis creando, el racismo identitario. Soy un botifler contra el dogmatismo sectario que preconizáis e intentáis aplicar a toda la sociedad". Y otra cosa con la que estoy totalmente de acuerdo. Que a estas de altura hayamos recuperado como cántico popular el himno de los bebedores de sangría peleona de aquella tropa de veraneantes mediterráneos de los setenta....gracias Manolo Escobar, pero creo que merecemos una urgente actualización musical y una letra para nuestro himno como Dios manda!

Toma la palabra, a continuación, Josep Borrell, también desde la serenidad y la razón. Impecable y sobrio en su exposición, aún le quedaba suficiente seny  como para acallar las voces de los asistentes que exigían, con los eslóganes de rigor, prisión a los miembros del Govern. No os pongáis a su nivel, reprochó.Y pidió respeto y calma, pero también que no tomen a los catalanes como imbéciles.

El reto está ahí: las urnas. Voleu votar? doncs, voteu! Pero con todas las garantías constitucionales y democráticas de verdad. El 21 de diciembre Cataluña y España se juegan su provenir. Pongámonos ya a trabajar unos y a estudiar los más jóvenes. Recuperemos entre todos el espíritu de convivencia y el músculo económico. Hagamos posible la recuperación de la ilusión de millones, sí millones, de catalanes que habían perdido la fe en este territorio. Sigamos disfrutando de Cataluña y los catalanes del resto de España. Recuperemos las inversiones y la productividad y olvidémonos de rancias y estériles ensoñaciones, que me temo solo sirven para justificar, mediante la manipulación y adoctrinamiento, oscuros intereses. Que vuelvan a los mercados nacionales el fuet, el pa amb tumaca, el cava, la alegría y el trabajo. Cataluña es bonita, muy bonita y merece la pena conocerla y vivirla intensamente. Ahora hay que aprovechar el momento. Y la Justicia que haga su trabajo. Se ha hecho mucho ruido y más daño y alguien tendrá que repararlo.

Al final de sus palabras me emocionó el respeto de Borrell por las banderas de España y Cataluña juntas, entrelazadas y ondeando paralelamente. La senyera se ha ganado el respeto de muchos españoles gracias, paradójicamente,  a quienes con su estelada quisieron usurpar la identidad de una buena parte de catalanes que quieren sentirse, además, españoles.

Y sonó el himno de España y, lo reconozco, casi llegué a emocionarme. Lo nunca visto. 

Y otra cosita. Pongamos letra a nuestro himno. Ya.

Por si alguien no se había enterado, la manifestación de ayer en Barcelona, como la del 8 de octubre deja a las claras que una inmensa mayoría de catalanes quieren seguir siendo, además, españoles.

lunes, 23 de octubre de 2017

Ya te estoy extrañando

Ya ves, apenas han transcurrido unos pocos meses desde que anduve por tus tierras y por tus mares, por tus caminos y por tus cocinas y ya te echo de menos. Ha bastado que unas cuantas manos criminales hirieran tu piel y tus huesos para que mi mirada volviera a volcarse sobre tu mapa y creo que debo verte...tenemos que hablar.

He cerrado mis ojos y me he vuelto a encontrar en un tupido bosque de castaños o de eucaliptos (esto es lo que hay) y me he sentido arrullado por la brisa que, ululando, juguetea entre ellos y me ha acariciado el vaivén de los frondosos matorrales de helechos que los rodean y que llegan hasta la playa para que los bañe el Atlántico.

He vuelto a soñar con esos atardeceres dorados envueltos en aroma de camelias y me he dejado llevar entre las viñas del Salnés y, siguiendo la ruta de la piedra y el agua, he llegado hasta el Monasterio de Armenteira. 

Me he asomado con vértigo a tus acantilados y, siguiendo con la mirada el frondoso manto verde que casi se sumerje en el agua, se me ha cortado la respiración al mirar hacia las olas que rompen violentamente allá abajo y que junto con el viento, llevan miles de años esculpiendo tu perfil.

He sentido la necesidad de volver a cualquiera de tus carreteras comarcales, estrechas, perfiladas en sus cunetas por hermosas hortensias y toparme de frente con la rústica estampa de un paisano que guía su buey a los pastos, con las botas de agua y la boina calada, con un cigarro entre sus labios. Advierto la tristeza en su mirada y un brillo en los ojos por ver la tierra quemada y el bosque abrasado por una mano asesina. 

Quisiera creer, aunque me cuesta, que las lágrimas de quienes han perdido todo fueran capaces de remover la conciencia de los autores intelectuales y materiales de este crimen, pero desisto enseguida; no puede haber un ser humano con conciencia que pueda cometer esta barbaridad y además sentirse orgulloso por su hazaña cobarde.

No puedo entender qué sentido encuentran al ensañarse contra este gran bosque verde que tan generosamente nos proporciona a muchos y a los más lejanos pueblos, muchos más que los que caben en su propia tierra, la calidad del aire que respiramos y de la vida con que nos alimentan esos bosques, sus pastos, sus mares...

Desde hace un tiempo existe una importante campaña de promoción turística de Galicia. Sé que las actuales condiciones  de explotación hotelera y, en parte, sus particulares características climatológicas alejan el riesgo de convertirse en un destino de  turismo de masas. En este sentido me siento tranquilo, aunque eso pueda repercutir negativamente en su despegue económico, porque por nada del mundo quisiera que ese consumo masivo de sus recursos naturales que son sencillamente espectaculares, puedan provocar el deterioro de su propia esencia. Y no lo digo solamente por su gastronomía, que también, sino por sus litorales casi vírgenes de explotaciones turísticas indeseables, por sus bosques silenciosos y mágicos, por sus abruptos acantilados  y por sus gentes sencillas, amables, generosas.

Galicia, amémonos....tenemos que vernos, tenemos que hablar.

lunes, 16 de octubre de 2017

El ultimo minuto de un héroe.

Con todos mis respetos.

Empiezo a escribir estas líneas el mismo jueves 12 de octubre. Tengo una extraña sensación, una mezcla de emociones; por un lado el orgullo de pertenecer a las Fuerzas Armadas y de poder servir a mi Patria y por otro  la pena de comprobar que a veces, por ignorancia de unos o por odio irracional de otros no se valora adecuadamente el compromiso que los profesionales de la milicia tenemos con la sociedad a la que pertenecemos, con toda la sociedad.  Después de celebrar, en la tarde del día 11 de octubre, la Patrona de la Guardia Civil con mis compañeros, familia y un montón de amigos y de presenciar el 12,  por televisión y desde el sofá,  el Desfile de la Hispanidad, (normalmente me lo pierdo por coincidir con los actos de la Comandancia de Palma) escucho la terrible noticia del accidente que le ha costado la vida al Capitán del Ejército del Aire, D. Borja Aybar García. Desde ese momento y en los días sucesivos no he deseado leer ninguna crónica, ningún merecido panegírico que pueda haberse publicado sobre el siniestro ni sobre la heroica decisión del piloto. Sí, por contra y porque no puedo aislarme, una interminable corriente de tuits y guasaps y eso es lo que me ha llevado a la pena y a la tristeza, mucho más, si cabe que el propio fatal desenlace.

Tal vez la historia podría traicionarme, aunque no lo creo. La historia debe juzgarnos -simultáneamente- según vivimos, según hablamos, según actuamos. Los revisionismos no suelen ser justos y por tanto ya no podemos hablar de juzgar sino de sentenciar. Y no es justo, claro. Odiosa postverdad.

Tras esta revuelta lingüística paso a exponer.

El último minuto del Capitán Aybar. Estábamos escuchando -todavía resonaba en la mente de las gentes buenas- La muerte no es el final- cuando el Capitán Aybar iniciaba su fugaz y supersónica participación en el desfile del Día de la Hispanidad junto con sus compañeros, desde el cielo azul y sobre la Castellana de Madrid. Unos segundos antes, la voz del Arzobispo Castrense (supongo) pronunciaba las bellas palabras de ensalmo religioso que sirven de homenaje a los caídos por la Patria, en el cumplimiento de su deber. Los militares conocemos perfectamente el ritual. Escuchamos firmes, tiesos, marciales, esa alocución y cada cual en su interior se traga su dolor y sus penas y se sobrecoge y contiene como puede sus emociones que afloran con los primeros sonidos de las campanas tubulares, luego los tambores y finalmente la corneta que indica el momento en el que las manos derechas suben enérgicamente hasta el botón de nuestras gorras. Unos recuerdan a su padre, otros al hermano o al compañero que ya se fue. Unos cayeron en heroica despedida, otros después de haber rendido el último servicio, otros por haberles sido arrancada la vida de forma violenta y maligna por la execrable lacra del terrorismo. Y llora en la intimidad de su baldosa, de su puesto en formación. Yo, hablemos de mí, particularmente llevo ya cuarenta años de mili y cada vez que llega el momento del Toque de Oración, y el relator inicia el doloroso y bello soneto del homenaje a los caídos, no logro disimular mi rubor. Se me eriza la piel y se humedecen mis ojos: Lo demandó el honor y obedecieron......*

El capitán Aybar regresaba a su Base. Misión cumplida. Ha salido perfecto y se siente orgulloso y honrado por haber podido tomar parte del desfile. Le esperan su mujer y su hijo en Los Llanos. En tierra, con todo recogido y sin el mono de vuelo tocará celebrar el éxito con los compañeros y los familiares. Un giro inesperado, una turbulencia, un fallo del motor....por la cabeza del joven oficial se precipitan millones de imágenes, de deseos, de necesidades, de soluciones. El avión entra en pérdida y se precipita velozmente hacía el suelo. Sabe que sin control, eyectándose desde la cabina, el avión puede caer sobre viviendas próximas a la Base. Si por el contrario, se queda en su cabina podrá tratar de buscar un lugar seguro para la población aunque eso le cueste la vida. Un minuto decisivo en el que la mente es incapaz de gestionar ideas y tiempo…

Lo demandó el honor y obedecieron,
lo requirió el deber y lo acataron;
con su sangre la empresa rubricaron
con su esfuerzo la Patria engrandecieron.

Fueron grandes y fuertes, porque fueron
fieles al juramento que empeñaron.
Por eso como valientes lucharon,
y como héroes murieron.

Por la Patria morir fue su destino,
querer a España su pasión eterna,
servir en los Ejércitos su vocación y sino.

No quisieron servir a otra Bandera,
no quisieron andar otro camino,
no supieron vivir de otra manera.

El último minuto del Capitán Aybar es el último suspiro de un héroe que sacrifica su propia vida en beneficio de la de los demás, fiel a un juramento que no cayó en saco roto, a una vocación llena de compromiso con una Patria, con una bandera.

Frente a quienes tratan de emborronar la vida y muerte de un héroe solo quisiera manifestar que no cambiaría jamás el último minuto de la vida del Capitán Aybar por toda la confortable y plácida vida de algunos seres miserables que, ignorantes, buscan en su burla una ofensa estéril. Vidas huecas de honor pero llenas de un absurdo e irracional odio. Incluso por ellos, hasta la última gota de nuestra sangre. Esa es la diferencia.

* Gracias a mi amigo, hermano de misión, Fran, pude ser yo quien leyera este soneto en el último arriado de Bandera de nuestro Contingente en Herat, Afganistan, en la Plaza de Armas de  la Base de Camp Arena, en noviembre de 2013. Si algo me he reprochado desde entonces, y todavía pienso en ello, es no haber solicitado quedarme esa Bandera para poder custiodarla y conservarla conmigo. La llevo en mi interior, no obstante.

 

lunes, 9 de octubre de 2017

¿Así te parece bien?

El programa del sábado se desarrolló tal y como yo lo había diseñado el día anterior. Con la buena compañía del libro de mi amigo Nono, Los duendes de los Balcanes, me entregué en cuerpo y alma al tibio homenaje que el sol y mi Mediterráneo quisieran tributarme. A estas alturas de octubre, el sol es un suave masaje que permite recargar baterías sin agobios ni calores y luego, el mar, cuya temperatura empieza a ser consecuente con la época del año, reactiva los ánimos (sí, en plural) y las turbulencias temperamentales a los que nos somete la rabiosa actualidad.

Después de comer en familia un excelente acontecimiento tenístico. Se ha disputado este fin de semana en Palma una nueva edición -y ya van tres- del Legends Cup ATP Champions Tour que reúne a tenistas veteranos que hayan ganado al menos una vez algún torneo ATP. Es una buena oportunidad para ver en directo y a escasos metros, a algunos de los mejores tenistas de las últimas décadas y que, apartados ya del circuito profesional por cuestión de edad, siguen conservando forma y condición como para garantizar un divertido y sorprendente espectáculo. Moyá, Corretja, Henman, Philippoussis, Leconte, Wilander, Enqvist y González.

Para acabar de redondear el fin de semana - ya en la mañana del sábado hubo un anticipo en Palma y en todas las capitales de provincia de España- la multitudinaria manifestación de Barcelona. Se equivocan quienes, con gafas oscuras o mirando hacia otro lado y haciendo mucho ruido para evitar oír lo que está sonando, niegan la realidad de algo que nunca antes se había visto. Seguí atentamente la retransmisión a través de la televisión. El morbo me llevó a zappear y poder comprobar la actitud de algunos medios que hicieron su particular seguimiento de la manifestación. Nada me sorprendió. Los medios públicos catalanes, su televisión, como si se tratase de un acto menor, clandestino, ilegal e implicando falsamente a viejos sentimientos de una antigua España que ya no está, identificaban esa manifestación con etiquetas interesadas. Falso. Nada anormal, nada anticonstitucional, nada ilegal, nada irrespetuoso con el clima de convivencia pacífica. Una demostración, impecable en la forma, de existencia y de presencia de miles, millones de ciudadanos a los que no debe ignorarse. 

Por primera vez unidas, reconocidas y jaleadas en el mismo acto España y Cataluña; la Cataluña española, claro está, la de la senyera, denostada y maltratada por quienes fieramente insultan y provocan -prentenden- una ruptura social que no debería darse. De ellos depende.

Los buenos catalanes, que son muchos más de los que nos imaginamos, han podido salir a la calle y sentirse orgullosos de su tierra y de sus banderas catalana y española y han sido acompañados por los buenos españoles que aman también a Cataluña como parte de nuestro territorio. 

Ha sido muy satisfactorio que el "Visca Cataluña" sonara ayer en las calles de Barcelona en un entorno íntegramente español. Era eso lo que se necesitaba para quitar el miedo -sí, el miedo- a mucha gente que vive cada día bajo la presión de no poder manifestarse como es y como piensa y que no son partidarios de un independentismo que puede arruinar a esta preciosa y generosa tierra.

Impecables discursos de Vargas Llosa y de Borrell; lejos, supongo, de la sospecha de ser identificados y etiquetados con rancias filiaciones políticas con las que suelen insultar los independentistas.

¿Así te parece bien? Pues eso.


lunes, 2 de octubre de 2017

Melendi canta y yo escucho las noticias

Todavía no son las siete de la mañana y la actividad en la casa es la propia de un día lectivo y laboral cualquiera. Las luces de habitaciones, pasillos, baños y cocina ya están encendidas. Noticias por un lado y Melendi en los respectivos dormitorios de mis hijas. El vapor de las duchas matutinas se dispersa por el pasillo y suenan simultáneamente el secador del pelo, un cepillo eléctrico de dientes, la cafetera y el microondas. Un inmenso y casi inabordable campo magnético invade imperceptiblemente la casa. Habré sido finalmente capaz -me pregunto- de transmitir esa tensión tan mía de toda la vida para que desde primera hora, nada más desembarazarse de los edredones, cada miembro familiar de esta bendita casa sea capaz de entender que hay prisa, que hay que salir en menos de media hora, que por la mañana hay que tener un ojito en cada cosa pero el otro en las manecillas del reloj. Parece que sí.

Apuro mi café con leche en soledad, sentado en la cocina mientras continúa el trasiego en el resto de la casa. Soy el único que presta atención a la información que transmite Herrera. Me quedo reflexionando por unos segundos, viendo el fondo de la taza de porcelana y las psicodélicas composiciones de la crema de la leche mezclada con el tizne oscuro del café. 

Vivimos momentos difíciles, los más críticos de los que, de la reciente historia de España, yo he vivido (y son años). Ahuyento el pesimismo con el último trago y me pongo a hacer los bocadillos del cole. Seguimos una rutina mecánica que no debería alterarse, a estas alturas, por esa bomba mediática que está a punto de estallar. Temo que, en cualquier momento, se interrumpa la programación habitual con una grave noticia de alcance. Dios no lo quiera.

La vida continúa y sigue sonando Melendi en los dormitorios de mis hijas mientras les exhorto a aligerar sus quehaceres para salir de casa lo antes posible. No, si al final me suenan las canciones de ese asturianu y empiezo a escucharlas en mi interior y  a tararear algún estribillo...."y yo te dije "niña te invito a un mojito", tú me dejaste clarito que la cosa no iba así (oye la cosa no va así), y fue entonces cuando le pedí a la Virgen de la Caridad del Cobre, que intercediera por mí (ay que intercediera por mí)"....

Musito la canción y pienso. Y recuerdo, al hilo de lo que escucho en la radio, las canciones de Serrat, el mal catalán, el catalán de senyera y barretina, como la del patufet, cinc centims que decía mi padre y recuerdo L'Estaca y otras canciones de Lluis Llach, el buen catalán, el de la estelada y gorra de visera. Cómo nos cambian la historia. Ahora resulta que el nuevo símbolo diferenciador es una senyera estelada, como si la anterior bandera, la vieja senyera ya no fuera símbolo legítimo de los buenos catalanes. No, claro, esa también la utilizan los malos catalanes y la combinan, además, en el mismo mástil con la española. Llegará el momento en que las harán arder juntas -reflexiono amargamente como hace unos instantes sobre el poso del café- y se me encoje el alma y esa esencia que llevo dentro, de mixtura catalana y andaluza. Lo dice mi adn, mi mapa genético, pero lo escribieron en mi memoria mis años de infancia y juventud vividos en Barcelona. Recuerdos y emociones que en la tempestuosa actualidad amenaza con contaminar esta pandilla de pederastas intelectuales que no dudan en manosear la inocencia de cientos de miles de escolares de Cataluña con historias y ficciones que inculcan un odio feroz hacia todo lo español. Pensamiento único. Luego, esos mismo profesores, esos mismos adultos se emocionarán con las películas del holocausto judío y reconocerán que lloraron al leer o al ver la película de El niño del pijama de rayas. Cuánta barbarie y cuánta hipocresía. 




Nombres que remueven la memoria

La primera que yo recuerdo fue una pequeña y coqueta Iberia blanca. Sobre una de las encimeras de la cocina, resultaba muy atractivo para in...